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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

La Frontera Salvaje. Las unidades españolas de Dragones de Cuera

Dragón de Cuera, por Augusto Ferrer Dalmau.
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Dragón de Cuera, por Augusto Ferrer Dalmau.

LA CRÍTICA, 23 JULIO 2022

Por Gonzalo Castellano Benlloch
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Tiempo antes de que el 7º Regimiento de Caballería y el General Custer se enfrentaran a los pueblos indios en el oeste norteamericano al famoso toque de carga representado tantas veces por Hollywood, unos bravos españoles, de nombres desconocidos en su mayoría, protegieron frente a los indios los territorios de frontera americanos de nuestro imperio, que comprendía desde el este de Tejas hasta la costa del Pacífico canadiense. Unidades de caballería ligera que vivían en los presidios (fuertes construidos al estilo antiguo romano) y que serían conocidos como los Dragones de Cuera. Sirvan estas líneas como homenaje y recuerdo de esos hombres valientes. Los hechos que vamos a narrar pueden tener una dimensión inferior al de otras grandes gestas nacionales, pero por el valor mostrado considero que merecen su espacio en esta sección de La España Incontestable. (...)

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Los españoles habían ido hispanizando la zona meridional del actual Estados Unidos utilizando el Camino Real de Tierra Adentro que unía la ciudad de Méjico con la de Santa Fé en Nuevo México, capital más antigua de los EEUU. En esa labor destacaron entre otros Juan de Oñate, que sin duda merecería tener un espacio aparte por los increíbles sucesos que protagonizó.

Aquel grupo de españoles, en su avance, topó con diversas naciones indias, algunas más agresivas y combativas y otras más pacíficas que se fueron integrando. De manera muy genérica podemos diferenciar entre indios nómadas y sedentarios: siendo los primeros más propensos a la agresión y a la violencia, no ya solo con los españoles sino también con el resto de naciones indias, y los segundos propiamente más pacíficos. A los primeros pertenecían los Apaches, los Navajos o los Comanches entre otros muchos y fueron constantes las luchas con esos pueblos durante más de dos siglos (el último líder Apache, bautizado en la Iglesia Católica con el nombre de Gerónimo, se rendiría finalmente en 1886 al gobierno Federal de los EEUU).

En una primera instancia, pese a su habitual ventaja numérica, no fueron rivales para el hierro de los españoles quienes, acorazados, montaban en bestias que cubrían grandes distancias y les atacaban con su acero desde la posición ventajosa que les otorgaba su montura. En su avance, algunos de los caballos de la expedición de Oñate se perdieron y dispersaron por las grandes praderas. A falta de depredadores naturales, estos se reprodujeron convirtiendo el caballo cimarrón español en el origen de la cabaña equina americana, la actual raza mesteña de los Estados Unidos conocida como Mustang (la palabra mesteño se utilizaba ya entonces para referirse a aquellos caballos o cabezas de res sin dueño). Como dato curioso, las vacas tejanas de largos cuernos (“longhorns”) descienden de una raza autóctona de las marismas del Guadalquivir, la retinta, cruzada a su vez con una inglesa.

A finales del siglo XVII, los pueblos indios habían logrado domar a esos descendientes de los caballos españoles convirtiéndose en extraordinarios jinetes. La balanza se había equilibrado y así sería hasta que la revolución industrial volviera a otorgar una ventaja decisiva sobre aquellos.

Por su parte, los Dragones de Cuera recibían su nombre del hecho de que utilizaban largos abrigos confeccionados en cuero, de vaca o de búfalo, que habían sustituido a su vez a las corazas de los primeros exploradores. Con el tiempo, esos abrigos se acortarían hasta la cintura para reducir su peso, ya que los indios utilizaban los riscos para acechar y esconderse, haciendo inaccesible su acceso a caballo y obligando a los soldados españoles a ascender a pie. Constaban de siete capas distintas y las hacían efectivas frente a las flechas enemigas. El equipo se completaba con la habitual espada corta, la lanza, la adarga (escudo de cuero que habitualmente portaba el escudo de España o la bandera con la cruz de Borgoña) así como la pistola y la escopeta. Finalmente, llevaban el característico sombrero de ala larga que les confería protección contra el duro sol de la región.

La lanza probó ser un arma formidable tiempo después de que su uso fuera desapareciendo de los campos de batalla europeos. Los indios, ante el poder del fuego español, adaptaron sus tácticas e iniciaban sus ataques manteniendo una distancia prudencial entre uno y otro para evitar el daño provocado por la pólvora. No existían aún armas de fuego de repetición por lo que, una vez se producía la primera andanada de disparos, los indios aprovechaban los tiempos de recarga y su ventaja numérica para cargar contra los españoles. Las lanzas cumplirían entonces su función como en tantas ocasiones anteriores contra cargas de caballería.

El alistamiento en los Dragones de Cuera se realizaba de manera voluntaria durante un periodo de diez años prorrogables y eran considerados, a todos los efectos, tropas regulares. Su número en los presidios era siempre inferior al de una compañía (menos de 200 hombres). A cada miembro se le facilitaban siete caballos y una mula, fundamentales para poder realizar sus largas misiones de patrulla por la frontera. Adicionalmente, se les proporcionaba asistencia médica (nada usual para la época) así como la posibilidad de acceso a una pensión y a tierras junto al presidio.

En cada compañía se exigía la presencia de al menos diez indios exploradores y se solicitaba que todos los miembros tuvieran siempre, día y noche, un caballo ensillado con su silla vaquera y perfectamente equipado para atender cualquier emergencia.

Las misiones de los Dragones de Cuera eran de carácter fundamentalmente defensivo, lo que no es óbice para que puntualmente se produjeran operaciones de castigo. Las más habituales consistían en la protección de los ranchos, haciendas y misiones, así como en la protección de los convoyes de mercancías, pasajeros y correos que atravesaban sus demarcaciones. Éstas eran muy extensas por lo que los Dragones debían de cubrir grandes áreas para asegurar la protección de sus habitantes y transeúntes. Debían también proteger a los centenares de caballos de los que disponían en cada presidio y que eran objeto de deseo de los indios.

Durante casi dos siglos una fuerza inferior a los 3.000 hombres, garantizó la paz contra los enemigos internos y externos de nuestros territorios de frontera que comprendían, por otra parte, miles de kilómetros. Una labor titánica a tenor del colosal espacio que debían proteger un grupo tan reducido de hombres. Las gestas realizadas por estos heroicos españoles testimonian la presencia de España en la civilización de estos territorios ahora norteamericanos y demuestran una vez más, el espíritu valeroso e indomable de unas generaciones de españoles que conformaron el mundo tal y como lo conocemos hoy.

¡Gloria y Honor!

Gonzalo Castellano Benlloch
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