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La dictadura de la nueva democracia

Michel Onfray (1959 - ). Foto: https://www.liberation.fr/debats/
Michel Onfray (1959 - ). Foto: https://www.liberation.fr/debats/

LA CRÍTICA, 26 ENERO 2021

Por Enrique D. Martínez Campos
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He escrito en numerosos artículos que España, convertida en una nación en la que la mayor parte de los partidos y grupos políticos se han situado por encima de las Instituciones básicas del Estado e, incluso, por encima de la Ley, pasó a ser desde hace bastantes años una partitocracia, esto es, una dictadura de los partidos políticos. (...)

... Esta situación política puede resultar lógica en aquellos partidos cuya religión o filosofía política es la de la secesión, el separatismo terrorista y la destrucción de la nación española. Resulta también lógica en el ideario comunista en el que, como sabemos, el partido está por encima de todo y por tanto es quien impone su dictadura totalitaria.

Sin embargo, puede suscitarse la duda razonable en aquellos partidos cuya bandera es la del célebre progresismo, ideario muy ligado a los partidos de corte socialdemócrata. Hay quienes no entienden aún en España la actitud de un PSOE que no ha tenido en ningún momento de esta democracia peculiar en que vivimos, ningún escrúpulo en aliarse con aquellos grupos políticos citados anteriormente. Y menos aún el PSOE actual cuyos socios, para mantenerse en el poder con 123 escaños en el Parlamento, son todos los anteriores, esto es, los totalitarios y antisistema.

Sin embargo, el sustrato filosófico de la actitud del PSOE de siempre –y aún más del actual- se entiende muy bien si leemos al filósofo francés Michel Onfray. Analiza en profundidad la teoría de la dictadura que hoy se practica en los países democráticos. Según este pensador, esa dictadura se caracteriza por los siguientes rasgos:

-Destruir la libertad.

-Empobrecer el lenguaje.

-Abolir la verdad.

-Suprimir la Historia para reescribirla a voluntad.

-Negar la diferencia de los sexos.

-Propagar el odio.

Este filósofo, que se declara ateo, no deja de asegurar que “el progresismo se ha transformado en la religión de una época privada de experiencias de lo sagrado y se ha convertido en la esperanza de estos tiempos desesperados y de una civilización sin fe”.

Cree también que desde 1969, cuando el general De Gaulle dejó la presidencia de la República Francesa, el poder político allí se dividió en dos: los seguidores del general y los comunistas. Los primeros se quedaron con la economía y las competencias estatales; los segundos con la cultura.

Además, después del mayo francés del 68, cuyo principal ideólogo fue Marcuse, surgieron las filosofías estructuralista y deconstructivista que se impusieron a todas las demás. Para la primera, la idea es más verdadera que la realidad; es la desnaturalización de la verdad en todos los ámbitos. Y el nihilismo deconstructivista reemplaza al materialismo dialéctico comunista.

Según Onfray, aquel que pretenda pensar de forma diferente a estas teorías se convierte en sospechoso, porque la “dictadura progresista” es la única que puede determinar qué es y qué no es verdad. Esta dictadura empieza en el colegio, en el parvulario, con un objetivo concreto: construir seres adultos vacíos, estériles, sin principios, privados de ideas propias y sometidos, todos, al ideario progresista.

Como consecuencia de ello crece el analfabetismo en los estudiantes mientras que los maestros y profesores leen cada vez menos, estudian poco y sólo se atienen a lo ordenado por la dictadura. Se van formando así generaciones ignorantes y analfabetas, “generaciones de imbéciles”, en los ámbitos de la Historia que les enseñan, en las cuestiones de las rivalidades del sexo, en la cultura de la muerte y en el alimento del odio.

No hay tolerancia posible. Por eso, “en el ámbito de la cultura postmoderna, el odio se reserva para quien no se arrodilla ante las verdades reveladas de la religión que se autodefine como progresista”. De ahí la persecución contra quien se rebela frente a esa dictadura, así como contra los escasísimos medios de comunicación que pretenden enfrentarse a ella.

Michel Onfray asegura que “ni siquiera el burro Benjamín del libro Rebelión en la Granja de Orwell, con estas ideas hubiera querido ser progresista”.

De modo que el ideario progresista se basa en abolir la verdad, en hacer creer que las ideas, por disparatadas, antinaturales, anticonstitucionales o bochornosas que pudieran resultar frente a toda lógica o sentido común, son infinitamente más verdaderas que la realidad. Por tanto, la mentira se impone como norma política para presentar la vedad progresista, esa nueva religión revelada incuestionable. Con la particularidad de que la inmensa mayoría del pueblo, analfabeto y sin apenas sentido de lo que son los principios fundamentales a observar por el ser humano, conducta promovida y fomentada por la inmensa mayoría de los medios progresistas y por los máximos jerarcas de las redes de comunicación social, admite sin discusión las ideas progresistas proclamadas por periodistas talibanizados al servicio de medios y redes, aunque aquéllos vayan incluso contra sus propios intereses o derechos fundamentales.

Éste es el tono general de la práctica política en la que antes se conocía como mundo occidental. Desde EEUU a Italia, desde España a Iberoamérica. Centrándonos en España, piense amigo lector si el actual gobierno de coalición socialcomunista, con el apoyo de todos los enemigos de nuestro país y de su integridad territorial, no transita por esa vía político-religiosa proclamada por el filósofo Onfray.

La mentira es consustancial con este gobierno progresista, en especial con su componente mayoritario socialista. Para él, la idea es superior a cualquier verdad, a cualquier realidad.

Si la idea es hoy no asociarse con los comunistas porque no dejarían dormir tranquilos a los propios socialistas –y ésta es la realidad-, en dos semanas se cambia de idea para abolir esa verdad.

Si la idea es hacer creer al pueblo que el número de muertos debido a la peste china es muy inferior a la realidad, la idea prevalece sobre la verdad en este asunto, el más sensible de todos en esta hecatombe sanitaria.

Si la idea es hoy no aliarse con proetarras asesinos, sucesores de ETA, para recibir sus apoyos políticos en cualquier lugar del territorio español, esa idea se cambia cuando

convenga para que el progresismo se mantenga en el poder en los más diversos lugares, destruyendo libertades y propagando el odio.

Si los militares forman una Institución fundamental integrada por personas bien formadas, eficaces, excelentes, etc., etc., se cambia la idea para distinguir a los que están en activo de los que hace sólo unos meses o más o menos tiempo han pasado a la situación de retiro, habiendo sido estos últimos profesores de los primeros y recibido su ejemplo. Pero después de escribir varias cartas con exquisita prosa para exponer su preocupación aquéllos que han recuperado todos sus derechos constitucionales –por los tremendos ataques que los socios del progresista PSOE realizan contra la Constitución y la Corona-, todo el progresismo cambia de ide. Y declara a los que se atreven a discrepar por escrito como a una especie de apestados que no tienen derecho a utilizar su libertad de expresión y dar voz a los sin voz. De modo que la idea cambia la realidad y trata de abolir la verdad.

Así podríamos continuar con decenas y decenas de ejemplos. El filósofo Michel Onfray ha captado muy bien la verdad de esa postverdad que avanza en nuestro país y en otras latitudes a gran velocidad, con el viento a favor de unos medios vendidos a quienes los han comprado para que la religión progresista siga avanzando.

Y que nadie se atreva a pararles los pies. Su intolerancia absoluta no lo admite. Su dictadura en la democracia es casi total. Sólo los valientes sin complejos ni ataduras son capaces de hacerles frente. Es a esa minoría, la que aún no se ha convertido en imbécil, como dice Onfray, a la que hay que apoyar. Ateniéndose a la Ley y a la verdad, a la realidad.

Enrique Domínguez Martínez Campos
Coronel de Infantería DEM (R)
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