... Tengo mis dudas de que el señor Kundera –aunque pudiera ser– conociera los odios y los amores de esa aldea que es en el mundo el país de caristios, várdulos y vascones (de estos una muy pequeña parte, que ya quisieran que fuera toda), ahíta de valles de mirada corta y recortada por mares –bueno, solo uno– y montañas: en sus primeros tiempos Vascongadas y hoy Euskadi. De ser así, quedaría bien explicada la confrontación más que semántica de la levedad y el peso en sus personajes. Por cierto, felicidades y buenos deseos para Milan Kundera que, a sus noventa años, resiste los embates del aciago coronavirus en su amada patria de adopción: Francia.
Cuando escribo estas líneas –noveno día del confinamiento en España– unidades del Ejército español desinfectan las dependencias del aeropuerto de Bilbao y se preparan para la misma tarea en las estaciones de ferrocarril de las tres capitales vascas. Y ya está. Pero no. Para Urkullu y los suyos estas actuaciones no significan una injerencia del Gobierno de España en sus competencias porque son de responsabilidad del Estado español con lo que, de hecho, el Ejército español no está interviniendo en Euskadi. Y ya está.
Los próximos días se prevén más complicados y esperemos que la levedad del ser nacionalista -y su cara de ajo- se convierta progresivamente en criterio de peso en la sociedad vasca, disolviendo de este modo su contagio de ¿mala fe? ¿estulticia? ¿ignorancia?, para llevar entre todos a buen puerto esta lucha sin precedentes y de orden mundial.