... creo que no se ha destacado bien su perspicaz visión de la salida del Totalitarismo –la que propongo denominar “vía Solzhenitsyn”- para la nueva Rusia postsoviética.
Al inicio del Archipiélago Gulag el autor relata una anécdota que, aunque cierta, parece típica de una comedia negra. Un grupo de prisioneros en un campo del Gulag cerca del Ártico excavando bajo los hielos descubrieron un pez congelado de una especie prehistórica extinguida, e inmediatamente procedieron…a comérselo.
Tras la desaparición de la URSS, el hambre de libertad ha llevado a los rusos a tragarse con relativa satisfacción un régimen autoritario y arcaico como el de Putin, pero en cualquier caso más libre que el totalitarismo comunista soviético que padecieron durante siete décadas.
El gran historiador recientemente fallecido Walter Laqueur en una de sus últimas obras, sobre el régimen de Putin (W. Laqueur, Putinism. Russia and the futue with the West, New York, 2015), veía en él similitudes con el Franquismo (al que caracterizaba como un “fascismo clerical”, autoritario, no totalitario). El maestro S. G. Payne lo ha definido más exactamente como régimen autoritario en distintas fases, una primera “pseudofascista” (1936-45), y entre otras posteriores una “nacional-católica” (1945-1959) (S. G. Payne, El régimen de Franco, 1936-1975, Alianza Editorial, Madrid, 1987; S. G. Payne y J. Palacios, Franco. Una biografía personal y política, Espasa, Madrid, 2014).
No deja de ser interesante lo que Solzhenitsyn opinaba sobre el Franquismo. Expulsado de la URSS en 1974, tras una visita a España en 1976 la revista española Cuadernos para el Diálogo irremediablemente perdió gran parte de su prestigio publicando un indigno artículo del plúmbeo y herrumbroso novelista Juan Benet contra Solzhenitsyn, en el que además elogiaba al Gulag como gran institución del marxismo-leninismo. Un repugnante ejemplo de la arrogancia ignorante de algunos intelectuales progres. El escritor y disidente ruso demostró en el programa televisivo de José María Íñigo que conocía muy bien y comprendía -muchísimo mejor que los intelectuales izquierdistas y algunos académicos españoles hasta el día de hoy- las enormes diferencias entre Autoritarismo y Totalitarismo, al comparar la dictadura franquista con la dictadura soviética.
Solzhenitsyn se anticipó a las tesis de S. P. Huntington sobre el “Choque de Civilizaciones” (en conferencia, artículo y libro Clash of Civilizations, 1992 y siguientes), al insinuar que el hundimiento de la Unión Soviética no significaría el “Fin de la Historia” como anunciaría Francis Fukuyama. Es probable que Huntington, profesor de ciencia política en la Universidad de Harvard, asistiera al acto en el que el Premio Nobel ruso pronunció el discurso de fin de curso en el campus de la famosa universidad en 1978. Para el escritor ruso el “choque” entre las civilizaciones Occidental y Ortodoxa era evidente y determinante. Defendía la centralidad del nacionalismo ruso anti-Occidental (de ahí sus diferencias con Sakharov y otros disidentes por sus propuestas sobre la convergencia con Occidente, e indiferencia, por ejemplo, respecto a la política emigratoria de los judíos), nacionalismo ruso ante el cual todo quedaba subordinado. Para Solzhenitsyin, tras el colapso y hundimiento del Totalitarismo soviético, el horizonte para Rusia no era el de nuestra democracia liberal.
Me pregunto cómo se hubiera posicionado Solzhenitsyn ante el mapa de la Nueva Guerra Fría que hoy presenciamos, a propósito de la crisis en Venezuela: democracias de EEUU y Occidente frente a Rusia, China, Turquía, Irán, las últimas dictaduras comunistas (Cuba, Nicaragua, etc.), y algunas populistas, expresiones autoritarias/totalitarias de culturas o “civilizaciones” ortodoxas, asiáticas, islámicas e ideológicas comunistas o populistas (agreguemos asimismo la vergonzosa dictadura vaticana del Papa Francisco). Francamente, no lo sé.
Un análisis y diagnóstico definitivos deberán partir necesariamente de la memoria autobiográfica –políticamente algo confusa- del escritor ruso, The Oak and the Calf (1975), y la recopilación reciente de sus escritos, Between Two Millstones: Sketches of Exile, 1974-78 (2018); asimismo de las excelentes biografías de M. Scammell (1984), E. Ericson et alii (2008, 2009), y E. Kriza (2014).
La peculiar “vía Solzhenitsyn” para la Rusia postsoviética está descrita en muchos de sus escritos, discursos y entrevistas. Particularmente en la Carta a los líderes soviéticos (1974), y en varios discursos memorables como el del Premio Nobel, el pronunciado ante la AFL-CIO (sindicatos estadounidenses) en New York, y el del fin de curso en la Universidad de Harvard. Baste esta cita suya de la temprana fecha de 1969 en la que resume su pensamiento:
“Vemos hoy a Occidente arrastrándose de rodillas, su voluntad paralizada, inseguro de su futuro, espiritualmente sacudido y derribado (…) Nosotros tenemos unos principios diferentes que avalan el gobierno autoritario. Sea malo o excelente dicho gobierno, los medios de crearlo, los principios legitimadores de su formación y funcionamiento no tienen nada en común con la democracia moderna.”
A diferencia del autoritarismo franquista, con el que comparten un fuerte nacionalismo, Solzhenitsyn y Putin no serán partidarios de la restauración monárquica en Rusia, y sus nacionalismos son religiosos solo en un sentido cultural, conjugado con la tradición autocrática de la civilización cristiano-ortodoxa. A diferencia de Franco, Solzhenitsyn y Putin no son personalidades religiosas.
La religiosidad del zek-escritor era más bien externa, literaria y política, una adhesión histórico-cultural y ritual vinculada a su ardiente nacionalismo ruso, pero en el plano interno personal dejaba mucho que desear (como ejemplos: sus matrimonios al margen de la iglesia, su reiterado comportamiento adúltero, su abandono y divorcio de la primera esposa, su escaso interés por los servicios religiosos -tanto en Rusia como en el exilio-, y asimismo total indiferencia por las cuestiones doctrinales o teológicas, etc.). Esto le distinguía también de otra tradición intelectual rusa que sin embargo admiraba, la de filósofos cristianos ortodoxos como Soloviev, Berdiaiev, Bulgakov, y las revistas Mojones y De Profundis, aunque también marcó distancias respecto a la revista ultranacionalista y eslavófila Veche.
Concluyendo, es legítimo que nos preguntemos si la “vía Solzhenitsyn” de salida del Totalitarismo soviético ha sido una especie peculiar de Autocracia o Autoritarismo, versión rusa ortodoxa, con una estructura básica estatista y equivalente a la “catolicidad” en la línea del Nacionalismo integral de Maurras y Acción Francesa, del Fascismo de Mussolini antes de su fatal alianza con Hitler, del Salazarismo portugués y del Franquismo español, con las lógicas diferencias históricas, culturales y personales.
La cuestión de fondo es si la Autocracia presente es una fase de transición a una mayor democracia o, como postulaba Oswald Spengler y nos ha recordado Stanley G. Payne, es meramente una expresión más de la tradicional “pseudomorfosis” de la historia rusa.
Sin menospreciar sus inmensos méritos literarios y su valiente denuncia del Gulag (el Fascismo y el Comunismo también han tenido grandes y a veces honrados - aunque equivocados- escritores), tenemos que aceptar que su pensamiento político estaba reñido o parecía incompatible con la modernidad y el liberalismo de nuestra civilización occidental.
Un año antes de su muerte Solzhenitsyn escribió el poema Oración por Rusia, expresión cabal de su referida religiosidad literaria y política, donde invocaba la salvación colectiva –no personal- de la nación:
“Padre Nuestro Menesteroso,
No abandones a Tu Rusia, tanto tiempo sufriente (…)
No permitas que perezca o se hunda en la oscuridad
Sin haber servido en Tu Nombre.
De las profundidades de la Calamidad
Salva a Tu desordenado pueblo.”
(Traducción mía de la versión en inglés, publicada en
First Things, New York, January 2007).