La lectura este verano en Minnesota de la magnífica y voluminosa obra de Ron Chernow, Grant (Penguin-Random House, New York, 2018, 1.481 páginas), inevitablemente me ha forzado a repensar y relacionar históricamente la Guerra de Secesión o Guerra Civil norteamericana con los orígenes del concepto estratégico-militar de la “Guerra Total”.
Muchos historiadores y politólogos (y yo mismo lo he suscrito) han visto una concatenación entre los conceptos de Guerra Total y Totalitarismo. Puede que así sea en algunos aspectos, y Lenin (“el inventor del Totalitarismo”, según el añorado Charles Krauthammer) en efecto era un dedicado lector de Carl von Clausewitz y de Erich Ludendorff, quienes respectivamente elaboraron y desarrollaron los conceptos de “Guerra Absoluta” (el primero, en su obra clásica Sobre la Guerra, 1832) y “Guerra Total” (el segundo, en Mis Memorias de Guerra, 1914-1918, Berlin, 1919, y más tarde en La Guerra Total, Munich, 1935).
El Junker prusiano Generalquartiermeister Ludendorff de hecho, practicando una peculiar estrategia de Guerra Total bajo la forma Revolutionieringspolitik, aprobó el apoyo de la inteligencia militar alemana a Lenin y los bolcheviques en 1917, facilitándoles el retorno a Rusia en el famoso tren precintado (que no “blindado”), más las armas y los millones de coronas para el asalto al poder y destrucción de la joven república democrática que había derrocado y sustituido al régimen zarista, obteniendo una paz separada en el conflicto europeo, mediante la cual los nuevos dirigentes comunistas traicionaban y abandonaban a sus aliados, las democracias occidentales. La dictadura militar, el estatismo y el socialismo alemanes sin duda fueron una inspiración para Lenin, que le permitió concebir una forma más extrema de dictadura total, no del Estado sino del Partido.
El Secesionismo en EEUU, como todo secesionismo unilateral ilegal, en realidad condujo a la dictadura de un Partido, el de la Traición. Ulysses S. Grant así lo percibió al comienzo de la rebelión secesionista, cuando escribió en una carta a su padre (21 de Abril, 1861): “Cualesquiera que hayan sido mis opiniones políticas antes, ahora solo tengo un sentimiento: que tenemos un Gobierno, unas Leyes y una Bandera que deben sostenerse. Ahora solo hay dos partidos, los Traidores y los Patriotas, y yo quiero pertenecer a los últimos.” (Chernow, página 198). En los inicios del “proceso” secesionista que culmina con la elección de Jefferson Davis como presidente de la Confederación en Montgomery, Alabama (Chernow escribe: “Un true believer, Davis supervisó la Confederación con una pasión fanática que nunca flaqueó”), el patriota Grant ya reaccionó con vehemencia: “Davis y toda su banda deberían ser colgados” (ambas citas en Chernow, página 191).
El antiguo teniente de la guerra con Méjico, retirado y hundido en relativa pobreza y recurrente alcoholismo, encontraba la causa para su regeneración que le llevará a ser nombrado por Lincoln y el Congreso tres años más tarde –Febrero de 1864- Teniente General, el primero desde George Washington (“Tú eres ahora el legítimo sucesor de Washington”, le dirá su compañero de armas el General W. T. Sherman) y Jefe máximo del Ejército de la Unión.
Frente a su principal rival, el magistral táctico Robert E. Lee, como afirma rotundamente el autor, “Grant fue el genio estratégico producido por la Guerra Civil. Él fijó los objetivos, los comunicó con autoridad y los instaló en sus hombres” (Chernow, página 513). Entre éstos, destacarán sin duda dos líderes subordinados suyos, igualmente geniales ejecutores, los generales William T. Sherman y Philip H. Sheridan. “Con Grant, Sherman y Sheridan el Norte poseía un equipo imbatible que sobrepasaba a Robert E. Lee y Joseph Johnston en capacidad para la guerra y métodos de ganarla (…) una nueva raza para el combate.” (Chernow, página 597). Y una nueva estrategia cuyo nombre verbalizará Sherman: la “Guerra Total”.
El autor precisa: “En el verano de 1864 (…) Sherman, que predicaba una doctrina de Guerra Total, se manifestó incluso más militante (…) en sus cartas a Grant, preñadas de un ardiente sentido de venganza, planeaba ampliar la guerra haciéndola extensiva a la sociedad civil, obliterando la capacidad productiva del Sur” (Chernow, páginas 587-588).
Por tanto Sherman precede en medio siglo a la concepción de la Guerra Total que desarrollará Ludendorff durante la Primera Guerra Mundial, y que tras el experimento totalitario comunista en Rusia le permitirá enlazar dicha concepción con el totalitarismo del movimiento nazi en sus inicios. Pero es importante matizar que en el caso de la Guerra Civil norteamericana, el potencial totalitario anti-sistema lo representa más bien el Secesionismo sureño, el Partido de los Traidores (anti-constitucional, anti-Unión y anti-federal; en favor de la independencia unilateral, de la Confederación y de la esclavitud) mientras la Guerra Total como concepto puramente estratégico-militar se identificaba con el Partido de los Patriotas. El propio Partido Republicano en la Convención de Baltimore (Maryland), para las elecciones de 1864 que reeligieron a Lincoln, adoptaría el patriótico nombre de Partido de la Unión Nacional (National Union Party).
En el futuro los historiadores y politólogos estudiarán el Secesionismo catalán como un caso singular (intentando la vía ratafía, no al federalismo sino a la Confederación nacionalista-socialista, sobre el ambiguo supuesto de una “nación de naciones”), un fenómeno de sedición y Golpe de Estado letal permanente, hasta ahora incruento aunque no siempre pacífico.
Frente a los impulsivos Grant, Sherman y Sheridan, Lincoln justificó la Guerra Total pero proporcionada. En el caso del desafío catalanista o de cualquier otro que pueda surgir en el territorio nacional, ausente el carácter de rebelión militar, nos encontramos ante una especie de Guerra Fría (ideológica, legal-judicial y propagandística) pero no menos Total.
El Estado, esto es, la Jefatura de la Corona en la persona y autoridad del Rey, el Gobierno –pese a la peligrosa incompetencia de los Rajoy o Sánchez de turno-, las Fuerzas Armadas y de Seguridad, el Poder Legislativo del Parlamento, poder mayoritario de los partidos constitucionales legitimado por sus electores, y el Poder Judicial, deben ser firmes –a mi juicio hasta el punto de la
ilegalización de los rebeldes, sediciosos y golpistas- en defensa de la Constitución, la legalidad y la unidad nacional. Superando las rivalidades partidistas ante tan profunda crisis deben asumir temporal y eventualmente, como Grant, ser partícipes históricamente del “Partido de los Patriotas” -o como Lincoln, con su talante moral suprapartidista del Partido de la Unión Nacional- frente al “Partido de los Traidores”.