Durante la Gran Guerra (1914-1918), España gozó de una prosperidad económica importante, pues además de ser una nación neutral que comerciaba libremente con ambos bandos contendientes, vinieron numerosos capitales extranjeros a refugiarse en nuestros bancos, buscando aquí la seguridad que en sus respectivos países amenazaba la guerra.
Prosperaron los negocios y el Banco de España llegó a poseer las reservas de oro más importantes de Europa y, al calor de nuestra bonanza económica, muchas personas y empresas comprometidas en el conflicto europeo, también vinieron a establecer sus sedes en España.
Pese a todo ello la opinión pública española tenía sus simpatías profundamente divididas en dos bandos antagónicos: “Aliadófilos” y “Germanófilos”, aunque dicha diversidad no suponía en absoluto una confrontación que trascendiera al terreno político nacional y, por lo tanto no influía gravemente en los resultados electorales, aunque sí que era muy patente en las discusiones privadas y en las llamadas “charlas de café”, cosa muy habitual no ya en la España de 1914, sino que es vieja costumbre nacional que se sigue practicando en nuestros días.
Así pues, las conversaciones, discusiones, tertulias y encuentros personales, versaban siempre, o casi siempre, sobre los avatares bélicos y las victorias y avances alemanas o aliadas eran celebradas por unos y lamentadas por otros, en tanto que al margen de tales conversaciones el sentimiento de españolidad no sufría nada en absoluto, pues la división de la opinión alcanzaba a todas las provincias y no trascendía al plano político nacional, como dejamos dicho líneas arriba.
Sin embargo, llegó un momento en que las conversaciones sobre el conflicto de la Gran Guerra consiguieron hacerse pesadas y los llamados “estrategas de café”, empezaron a sentirse cansados de no tener otro tema de qué hablar. Y las cosas llegaron a tal extremo de cansancio que a una empresa que fabricaba insignias de solapa en metal y esmaltes se le ocurrió la idea de hacer unos letreritos, que mucha gente prendía en sus ojales, que rezaban así: “No me hable Vd., de la Guerra”.
Cien años después, al día de hoy, padecemos otra vez la monocorde conversación de los acontecimientos catalanes. Pero ahora con una gravedad política nacional mucho más peligrosa, pues si bien la división de opiniones no afecta al conjunto de España, que ve unida con preocupación y temor las barbaridades y bajezas con que se comporta un gran número de catalanes, lo malo es que al revés de lo que pasó en la guerra del 14, ahora esta situación si que nos afecta negativamente tanto en lo económico como en lo político.
Por eso hay que dejarse de conversaciones inútiles y presentar un frente unido contra el estúpido y traidor secesionismo catalán y no sería malo que otra vez una empresa fabricante de insignias y esmaltes, realizara un letrerito que todos luciéramos en la solapa y que dijera: “No me hable Vd. de Cataluña” Porque ¡ya está bien de despropósitos!
Fernando Álvarez Balbuena (Dr. En CC. Políticas y Sociología)