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Del presidente Trump, la Seguridad y la Defensa

La Crítica, Agosto 2017

Por Luis Mollá Ayuso
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(...) la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca obligará a los socios europeos a diseñar nuevas estrategias, y tal vez alianzas, en un mundo cada vez más globalizado en el que...

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no parece haber dejado indiferente a nadie y aunque en el lenguaje político, más que en ningún otro, una cosa es predicar y otra dar trigo, el 45º presidente de los Estados Unidos se está ciñendo de tal forma a su programa electoral, que entre los cambios que anunció en campaña y los que empiezan a consolidarse apenas cuarenta días después de su toma de posesión, los analistas se atreven ya a esbozar las primeras líneas de lo que podría resultar su mandato, que en términos de Seguridad y Defensa aventuran un cambio sustancial a las políticas previas en este campo.

En el área de Seguridad y Defensa, aunque todavía entre brumas, cuatro son las ideas que comienzan a tomar forma y que tendrían una relevancia considerable en la forma de entender esta trascendental parcela por parte de los socios europeos, entre ellos, naturalmente, España.

Politics make strange bedfellows. Con esta frase genial, Churchill vino en su día a señalar que a la hora de conseguir aliados políticos las banderas y las siglas pasan a un segundo plano. Y verdaderamente desde entonces se han visto más que extrañas duplas políticas, pero un análisis en frío de esa nueva pareja de baile que se vislumbra entre lo que aún son sombras ejecutando un amoroso vals y cuyos contornos sugieren las figuras de Donald Trump y Vladimir Putin, ha hecho levantar las cejas a más de uno de esos analistas y ya está moviendo a consultas internas a algún alto funcionario de la OTAN, una organización concebida como antítesis del comunismo y que desde la Caída del Muro de Berlín anda buscando su counterpart en un mundo necesariamente bipolar.

La segunda idea es el refuerzo de la lucha contra el Estado Islámico, en un momento en que el grupo terrorista insurgente de naturaleza fundamentalista yihadista está actuando preferentemente en Europa, aunque nunca ha dejado de mostrar su inclinación a hacerlo en los Estados Unidos, que con la llegada de Trump han visto un incremento sustancial de las medidas de seguridad relacionadas con el movimiento de personas a través de sus fronteras.

El tercer vértice de este cuadro de ideas es el notable incremento de gastos de defensa previsto en los presupuestos norteamericanos a partir de 2018, que en principio ha sido cuantificado en 54.000 millones de dólares, lo que significa una subida superior al 10% y tiene como fondo la seguridad nacional, tan cuestionada durante el mandato de Obama. Para justificar esta importante subida del gasto militar, el nuevo presidente norteamericano ha recurrido a una de esas frases que nos estamos acostumbrando a leer en las portadas de los diarios de medio mundo: “Estados Unidos necesita empezar a ganar guerras de nuevo…”.

Con todo y con eso, la cuarta idea sugerida por Donald Trump podría ser la que verdaderamente traiga de cabeza a sus socios europeos, pues cuestiona el compromiso de su administración con la cláusula colectiva de defensa de la OTAN, a cuyos estados miembros ha reclamado un esfuerzo económico que justifique el enorme incremento de gastos militares previsto en los nuevos presupuestos norteamericanos, que deberán quedar confirmados en marzo de este año. En todo caso, en uno de sus habituales raptos de locuacidad, Trump ha venido a decir que, si bien los Estados Unidos van a asumir el reto de estar preparados para cualquier contingencia mundial en materia de Seguridad y Defensa, su tradicional rol de sheriff global no es uno de sus objetivos, y más allá de la cuestión yihadista no ha señalado otros posibles escenarios.

La exigencia de Trump a sus principales socios tradicionales, Arabia Saudí, Japón y Europa, de que deberán ajustar sus presupuestos militares a lo acordado y nunca cumplido (básicamente el 2% del PIB) ha causado cierto terremoto emocional en Europa, donde tradicionalmente se ha ido dando largas a este compromiso, de forma que hoy el gasto medio en defensa de los países europeos está situado alrededor del 1,48% frente al 3,3% norteamericano.

En este sentido Europa está sumida en un debate profundo. Mientras se siente objetivo principal del terrorismo global y la UE se resquebraja con el Brexit, sigue aspirando a una defensa europea que no lo fie todo a la OTAN, pero si los 21 países de la UE socios de la Alianza Atlántica se decidieran a cumplir el objetivo pactado del 2%, las inversiones potenciales se elevarían a 96.000 millones de euros, de los que a España correspondería la friolera de 11.000. Algunos socios europeos no están lejos de este compromiso, sobre todo Alemania, Francia y los países del este, pero España está sólo a la mitad del camino y antes que el de defensa, en nuestro país se ve como una prioridad cumplir el objetivo del déficit, como ha expresado recientemente la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal.

Mientras tanto la OTAN se halla inmersa en su enésima reconversión alrededor del tantas veces discutido artículo 5º del Tratado de Washington, en el que se conviene que “un ataque armado contra uno de los países, acaecido en Europa o en América del Norte, se considerará como una agresión a todos ellos”. En realidad este artículo a menudo ha sido visto con recelo, pues la potencial intervención de los Estados Unidos en el supuesto de una agresión a los países que presentan ciertas peculiaridades geográficas en su mapa político, en el caso español Ceuta, Melilla o las Islas Canarias, siempre ha despertado dudas, y con más razón podría producirlas ahora, dada la actitud de Trump, a pesar de que hasta la fecha la única vez que se ha invocado el artículo en cuestión resultó ser cuando la agresión terrorista a los Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001.

Si se ha invocado más a menudo, en concreto cuatro veces, el artículo 4º del Tratado, que señala que “Las partes se consultarán cuando, a juicio de cualquiera de ellas, la integridad territorial, la independencia política o la seguridad de cualquiera de las partes fuere amenazada”. Lo preocupante es que estas cuatro invocaciones se han producido todas en los últimos tiempos, en tres ocasiones a propuesta de Turquía, una cuando la Guerra de Irak y dos debido a sendos ataques recibidos a consecuencia de la Guerra Civil siria. La cuarta vez el artículo fue invocado por Polonia durante la Crisis de Crimea de 2014, debido a la movilización de tropas rusas en la frontera polaca con Kaliningrado y las maniobras de su Armada en el Báltico.

Ante el tsunami político que representa el nuevo terrorismo, las guerras civiles y las llamadas de atención de los países miembros de la Alianza Atlántica en virtud del artículo 4º, la propia OTAN ha elaborado una lista de sus principales puntos estratégicos como hoja de ruta para la entrada en el incipiente siglo XXI, empezando por el espíritu real de su centro gravedad, es decir la defensa mutua que contempla el artículo 5, y siguiendo con la posible asociación con Rusia, el riesgo de las crisis de recursos energéticos y de los ataques cibernéticos, que como hemos podido ver recientemente en las elecciones norteamericanas han podido ayudar a inclinarlas hacia un determinado lado político; la integración de los esfuerzos militares y diplomáticos en un objetivo común, el establecimiento de relaciones con países como Australia, Nueva Zelanda o Japón, el mantenimiento de una postura favorable, clara y consensuada entre los miembros respecto a la disuasión nuclear, dada la aparición espontánea de algunos países sospechosos de tener programas nucleares clandestinos, y el mantenimiento, en un estatus prioritario consensuado entre los 28, relativo a la protección contra los posibles misiles balísticos que pudieran lanzarse sobre los países firmantes del tratado.

En conclusión, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca obligará a los socios europeos a diseñar nuevas estrategias, y tal vez alianzas, en un mundo cada vez más globalizado en el que el centro de gravedad estratégico y económico se está moviendo demasiado aceleradamente para la reumática capacidad de reacción que han mostrado hasta la fecha los gobernantes de los principales países europeos. El presidente neoyorquino aterriza en el nuevo mapa estratégico mundial con unas demandas ante las que los países que quieran contar con el apoyo del gigante americano no podrán seguir mostrándose indiferentes. Trump pide gestos, no sólo a los gobernantes europeos sino a las principales alianzas en que se integran sus países. La nueva administración exigirá a los europeos un esfuerzo económico mayor del que han hecho hasta el momento y que ha reclamado insistentemente la Alianza Atlántica. Si Washington ya está pidiendo el visado a los extranjeros que quieren hacer uso de sus fronteras, pronto empezará a pasar factura por compartir con nosotros la seguridad que ofrece su imponente aparato militar.

Capitán de Navío Luis Mollá Ayuso
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