Escribo este texto al día siguiente de los atentados en el aeropuerto y el metro de Bruselas. De nuevo, el terrorismo islámico animado por posiciones fundamentalistas actúa, a la vez, de forma indiscriminada y selectiva contra personas.
En esta ocasión, en infraestructuras de transporte colectivo y en una ciudad, amparándose en el incremento de las relaciones y flujos así como en una sociedad democrática y urbana como la europea, vulnerando así gravemente la vida cotidiana y social.
Conocí Bruselas y Bélgica en diferentes viajes y estancias desde 1971 a 1980 y después he vuelto de forma ocasional. Los recuerdos me vienen ahora de aquellas jornadas con españoles del barrio de Saint Gilles, los paseos cotidianos por el centro de la ciudad y la visita a la Universidad Libre, donde tuve la oportunidad de apreciar esta ciudad como “un lugar de encuentro” entre gentes venidas de diferentes lugares. Por entonces, 1970, las minorías de residentes extranjeros representaban en la aglomeración de 19 comunas un 14,5% del millón de habitantes y eran sobre todo de origen italiano, español y marroquí. Hoy, con una población similar, el porcentaje de la comunidad extranjera alcanza al 25%, siendo la marroquí de forma destacada la principal nacionalidad extranjera y asentada especialmente en las comunas de Molenbeek, Schaerbeek y Anderlecht, en un asentamiento ya consolidado con varias generaciones inmigradas o nacidas en la ciudad desde hace medio siglo. Bruselas mantiene así una mezcla de gentes con un perfil de tres grandes grupos: belgas flamencos y valones, musulmanes marroquíes y turcos, europeos comunitarios. Todo un lugar de reencuentro y proyecto común de ciudadanía, ahora convulsionado por los atentados terroristas.
Bruselas se puede considerar una “metrópoli global de segundo nivel” como Madrid, Viena o Roma. Cada una de ellas con caracteres bien particulares y de talla poblacional diferente y, en particular, Bruselas dispone de un perfil donde las funciones de dirección son prioritarias, además de una apertura internacional muy notable como capitalidad de la Europa comunitaria y sede de la OTAN. Una metrópoli que se ubica en el centro de la banana bleue o gran dorsal urbana que atraviesa Europa desde el Lancashire hasta la Padania. Asimismo, es centro de actividades económicas (industriales y tecnológicas, comerciales, culturales y de provisión de servicios públicos) de primer orden, que oferta el mayor número de empleos del país, ocupados también en un tercio aproximado de ellos por trabajadores pendulares (navatteurs), que se desplazan cada día desde el resto de Bélgica o incluso desde Francia y Holanda.
Las razones de ser de esta ciudad son múltiples: estar situada en el centro del país; ser una ciudad de contacto entre regiones distintas; ser una especie de isla bilingüe hasta hoy entre las comunidades belgas de habla francesa y neerlandesa; ser encrucijada en la red nacional e internacional de comunicaciones; ser nodo de capitalidades políticas en diferentes escalas, y ser foco de atracción de gentes y trabajadores de procedencias y culturas diferentes.
En su recorrido histórico contemporáneo está marcada por fechas clave: la ciudad ha sido elegida como sede del reino de los belgas en 1830 y como capital del Estado federal y de la Región de Bruselas en 1989, el acceso del ferrocarril en 1840, sede la Exposición Universal y capital del Mercado Común Europeo en 1958 y capital de la OTAN en 1967. Desde los años 1950 la aglomeración se ha transformado a un fuerte ritmo, aunque apenas ha incrementado su población debido a que los bruselenses nativos se han ido a Malinas, Lovaina y otras localidades periféricas. Aquí se han batido records europeos sucesivos como fuera la primera peatonalización comercial (rue Neuve) y de un centro histórico (entorno de la grande Place), la conservación del mayor parque forestal urbano (la fôret de Soignies), el trazado napoleónico de los Bulevares y recientemente del cinturón periférico (Ring), el modelo de tránsito del tranvía al premetro-metro. Pero también se han sucedido conflictos ciudadanos pioneros como consecuencia de la brutalidad de operaciones urbanísticas que han hecho reaccionar al bruxellois del centro (le Marolle) y de la comunas de la aglomeración.
En Bruselas nos encontramos con el modelo urbano de síntesis más completa que conozco, en la escala sucesiva del barrio, la ciudad, la aglomeración, la metrópoli y aún la región urbana europea. Es también un espléndido observatorio del paso del tiempo en sus edificios de todos los estilos arquitectónicos, sus calles (
des Tanneurs) y avenidas (
Louise), sus parques urbanos (
bois de la Cambre), y también de sus gentes bruselenses pintorescas y de los llegados a ella desde los países de la emigración y de toda Europa.