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Ciertamente, nos encontramos ante una situación muy compleja e inédita en muchos aspectos y en los que las dificultades producidas por la pandemia, de la que empezábamos a recuperarnos a principios de este año, se han agravado por la guerra. La industria de defensa se ve afectada por las condiciones generales y, de forma más específica, por las que se derivan de un tipo de conflicto que inocentemente creíamos ya superado.
Desde el punto de vista de la defensa, la guerra ha despertado a las sociedades occidentales de su letargo. En general, todos los países han reaccionado concediendo un mayor interés a la defensa y considerándola en la base de todas sus políticas sociales. En otras palabras. La defensa se ha convertido en un bien público para Europa y para sus sociedades porque sin seguridad, no hay libertad y sin libertad no puede haber progreso.
En este sentido, el incremento de los presupuestos de defensa en la práctica totalidad de los países europeos ha traído como consecuencia la ampliación de sus mercados interiores. Algo que no debe ser temporal puesto que para alcanzar la necesaria eficacia es necesario que el esfuerzo inversor se mantenga en el tiempo. Y para ser eficiente se requerirá una mayor colaboración a todos los niveles.
Como se viene insistiendo desde Bruselas, el conflicto de Ucrania ha demostrado que debemos “invertir más y también mejor”. Se abre un nuevo escenario que requiere disponer de estabilidad y fijar objetivos políticos a largo plazo con ambición. Sin embargo, las sombras se producen fundamentalmente por dos factores. En primer lugar por una situación económica general que, con niveles de inflación en el 10%, puede amortiguar el incremento de las dotaciones económicas. Y en segundo lugar, y quizás más importante, por las diferencias a la hora de plantear visiones estratégicas comunes alejadas de intereses nacionales. En este aspecto las ventajas de adquirir productos y sistemas COTS, justificadas por razones de urgencia, no deben condicionar el desarrollo de las futuras capacidades del sector de defensa europeo si es que en los próximos años queremos jugar un papel relevante.
En el plano de las operaciones militares, la experiencia de estos meses ha mostrado las ventajas de la tecnología pero también sus límites. Es muy necesario disponer de sistemas avanzados de inteligencia, comunicaciones y mando y control. Posiblemente la resistencia de Ucrania en las primeras semanas de conflicto, haya tenido mucho que ver con las capacidades en esos ámbitos puestas a su disposición, en buena medida, desde otros países.
En el plano táctico, las ventajas tecnológicas aportadas por sistemas de misiles, medios de guerra electrónica y drones de todo tipo, han permitido que fuerzas, teóricamente inferiores en medios, hagan frente a un oponente con un mayor volumen de fuerzas equipadas con grandes sistemas convencionales.
Sin embargo, su vulnerabilidad no parece que se haya producido por sus características intrínsecas. Más bien se ha debido a unos procedimientos de empleo inadecuados y a un sistema de apoyo logístico, a todos los niveles, que no ha funcionado como se esperaba. Por lo que se ha visto, los combates han hecho renacer, además, la importancia de los sistemas de artillería que en las operaciones de proyección que se estaban desarrollando parecían menos prioritarios. De esa manera, la reposición de municiones convencionales se ha convertido en una necesidad urgente para mantener el esfuerzo operativo. Y es que disponer de estas capacidades requiere tiempo y dinero.
Todo esto ha obligado a que los Ejércitos estén trabajando actualmente sobre tres líneas principales: reconstituir reservas de guerra para mantener los esfuerzos durante tiempos prolongados, sustituir equipos obsoletos o no adecuados para escenarios de confrontación convencional, y desarrollar nuevas capacidades aprovechando las posibilidades de las nuevas tecnologías, muchas de las cuales son duales y están siendo empleadas, también, en el ámbito civil.
En lo relativo al primer asunto, los niveles de reserva para el abastecimiento en combate de algunos materiales o equipos, estaban dimensionados para operaciones de proyección con poca demanda de consumos, especialmente de munición y carburantes. La reposición de sistemas principales no se consideraba un factor crítico, y los ritmos de fabricación normales podían servir para cubrir las necesidades de operaciones menos exigentes. La realidad en Ucrania ha demostrado la importancia que tiene el sector industrial para soportar la actividad militar disponiendo de capacidad de producción para atender a picos de demanda.
De esta situación surge la necesidad de “limitar” la ambición tecnológica cuando se plantea la sustitución de equipos principales puesto que los sistemas complejos implican costes elevados y largos tiempos de fabricación. Por ello, desde el lado de la demanda se debe reconsiderar el nivel de ambición en el planteamiento de requisitos y considerar que una mayor sencillez puede favorecer la rapidez de producción en caso de urgencia, pudiendo reponerse de forma más ágil y sin perjuicio de que puedan incorporar progresivamente nuevas mejoras. De esta manera se debe tener en cuenta la oportunidad de disponer de nuevos medios que puedan entrar en servicio de forma rápida, con unos niveles de tecnología razonables y que puedan incorporarse a los calendarios de entrada en servicio con agilidad de fabricación.
La guerra nos demuestra, una vez más, que el aprovechamiento de sistemas en servicio, tanto puramente militares como con capacidades duales, es posible. El caso más significativo puede ser el de los drones, donde la utilización en acciones de combate de medios comerciales de bajo coste, o de otros específicamente militares con capacidades modestas pero suficientes, ha sido uno de los elementos de éxito en Ucrania.
En conjunto, estos tres factores llevan, en una primera conclusión, a la necesidad de integrar a la Industria en los procesos de planeamiento, diseño de fuerzas, y establecimiento de programas para valorar las capacidades tecnológicas e industriales reales de cara a proporcionar el apoyo necesario en los diferentes escenarios de conflicto y en los plazos requeridos.
Como segunda conclusión, y teniendo en cuenta el impacto que la actual situación tiene sobre las cadenas de suministro industriales, aparece la necesidad de disponer de lo que se ha denominado “inteligencia logística” y que debe entenderse por un mejor conocimiento de tales cadenas de valor y el impacto que tiene sobre la capacidad de fabricación, el apoyo en servicio y la dependencia de proveedores o suministros críticos. Aquí hay que considerar, además, el impacto que tiene el encarecimiento actual de ciertas materias primas o componentes sobre los costes de producción.
En definitiva, la guerra ha demostrado que resulta imprescindible establecer un marco de relación más estrecho entre Industria y Fuerzas Armadas para garantizar el soporte industrial en todo tipo de operaciones. La mayor coordinación entre oferta y demanda será un elemento necesario en el futuro y debe conducir a establecer estrategias industriales coherentes con las necesidades operativas que favorezcan la integración de nuevas tecnologías en tiempo y forma.
Y desde un punto de vista político, la principal enseñanza es que hay que establecer estrategias industriales de defensa con visión de largo plazo, con perspectiva y fomentando la colaboración tanto entre industrias, como entre estas y los usuarios.
El conflicto de Ucrania nos muestra que las capacidades industriales y militares deben ir de la mano lo que requiere voluntad política, colaboración y financiación estable, ya que la industria ha demostrado ser, una capacidad militar más.
Cesar Ramos
Director General de la Asociación Española de Empresas Tecnológicas de Defensa, Seguridad, Aeronáutica y Espacio (TEDAE)