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Los Demócratas divulgaron mensajes falaces y propagandísticos en el sentido de que una victoria republicana sería una derrota para la Democracia representativa. La realidad, como apuntó Margaret Cleveland en The Federalist, es que ha sido una derrota para a los representantes Demócratas en el Congreso.
He sostenido en viejos artículos y en mis ya lejanas clases universitarias que la democracia americana se caracteriza por encarnarse en un proceso electoral casi permanente.
Inmediatamente después de cada elección de un presidente comienzan las elecciones de la mitad del mandato, elecciones Midterm dos años después, y cuando se terminan éstas se inicia casi automáticamente la campaña para las siguientes presidenciales, también dos años más tarde.
Las elecciones Presidenciales comienzan con el anuncio formal o informal de las candidaturas, es decir, de las personas individuales con sus respectivas etiquetas de partido, que aspiran a conquistar la Casa Blanca (aunque son además elecciones “generales”: al Congreso –totalidad de la House y un tercio del Senado–, también aproximadamente un tercio de los Gobernadores, las cámaras legislativas estatales, múltiples cargos estatales y locales, consultas e iniciativas, etc.).
En estas elecciones de 2022 se elegían para el Congreso federal los 435 representantes de la House y 35 senadores, además de 36 gobernadores, y cargos legislativos estatales.
De momento ya casi parece seguro que los Republicanos conseguirán más de 218 escaños en la House, y por tanto la mayoría, con el californiano Kevin McCarthy como nuevo Speaker. Probablemente hasta la segunda vuelta de la elección senatorial en Georgia el 6 de Diciembre no sepamos quién controlará el Senado (los Republicanos ya tienen 50 senadores –contando al vasco-americano Adam Laxalt de Nevada– pero necesitan al menos 51).
Puede que el presidente Biden no se haya enterado todavía que a todos los efectos es ya un “lame duck” (un pato cojo, inservible).
Por otra parte el partido Republicano va a mantener también la mayoría de los gobernadores estatales. La buena noticia es que estas elecciones pueden significar el fin definitivo de las carreras políticas de dos pesadísimos y radicales aspirantes Demócratas a gobernadores: Beto O’Rourke en Texas, y Stacey Abrams en Georgia.
A mi juicio estas elecciones “Midterm” en realidad solo son la primera batalla de una reacción más amplia, de una auténtica guerra civil cultural de la América profunda contra el Estado profundo, de una mayoría cada vez menos silenciosa de la sociedad civil contra las minorías políticas y las élites Woke, contra un degenerado partido Demócrata y un Establishment con sus lacayos individuos RINO (Republicans In Name Only), resentidos anti-Trump, anti-Trumpistas, o genéricamente alérgicos al lema de esa América profunda que piensa en el futuro de la democracia liberal: MAGA (Make America Great Again).
Trump pensaba anunciar ya su candidatura para 2024, pero los resultados modestos del 8 de Noviembre probablemente le obligarán a pensarlo un poco más. La cacareada rivalidad del exitoso DeSantis en Florida (está por ver su popularidad fuera de su Estado) me parece más bien un wishful-thinking de los odiadores profesionales –incluidos los políticos y periodistas españoles– del ex presidente.
Manuel Pastor Martínez