... en torno a la coherencia de las misiones, de su personal, de sus procedimientos y de su ética como instrumento valioso y sensible de los Estados que han decidido poseerlos; cuando la política se introduce en los servicios no solo se perturba su trabajo sino que se pone en peligro la Seguridad Nacional, pues los servicios de inteligencia no trabajan con ficciones, andamiaje a menudo de la política, sino con las realidades de un combate permanente con adversarios poderosos.
En primer lugar, un servicio de inteligencia es un órgano único, tallado a imagen de las misiones que debe cumplir, en torno a las amenazas que es necesario prevenir y desarticular, y establecido para alcanzar los fines nacionales, al menos en el sector de aplicación que le corresponda. El carácter de servicio se lo da el reunir una serie de personas, medios y procedimientos firmemente comprometidos para servir al Estado a través del cumplimiento de las misiones asignadas; su principal virtud es la eficiencia, su valía y estar adecuadamente dispuesto para acometer las misiones que se le encomienden, por ello la búsqueda de su mejor adaptación a las mismas debe ser constante; finalmente, el servicio prevalece sobre las personas que lo componen, son a menudo estas fusibles de la política, cuando esta última titubea sobre la decisión de crearlos y mantenerlos en la confianza de su necesidad, con la necesaria lealtad.
Un servicio de inteligencia no debe compartir competencias similares con los de otros órganos de seguridad del estado, que están atribuidos a diferentes niveles de la Administración, con, quizás, misiones que son la proyección de aquellas en el nivel de estos. Cada país elige el modelo de comunidad de inteligencia entre una gran panoplia de posibilidades, que va desde el servicio único, anclado al más alto nivel de la Presidencia del Gobierno, sirviendo a sus necesidades de inteligencia, hasta los que consideran que precisan un órgano de este tipo por cada departamento o ministerio, este sería el caso de Estados Unidos que dispone de la comunidad más amplia, que obviamente precisa de la más depurada coordinación. Cada Presidencia, Ministerio, Dirección General, etc, posee el órgano de inteligencia o de información que le permite resolver sus desconocimientos en el horizonte de influencia de su decisión, saber más sin tener acción posible es un derroche orgánico sin sentido, quizás solo el deseo de acumulación de poder.
Una solución equilibrada es la de disponer de un servicio de inteligencia de interior, uno de exterior y otro de defensa, con las competencias genéricas que se deducen, todos ellos coordinados por un comité sólido, este sería el caso de los servicios de los países democráticos de corte occidental, considerados potencias de tipo medio, pero el peso de la Historia y los intereses coyunturales también ejercen su peso, y las vivencias anteriores, pues la evolución es fruto de la experiencia.
Cuando se decide una opción de Comunidad de Inteligencia, cubriendo los niveles Nacional, Departamental y Operativo, cada servicio, adjudicado al decisor correspondiente, debe darse a su nivel y cooperar con los demás en aquellas posibilidades informativas que sobrepasen sus competencias, actuando con lealtad al Estado al que sirven y respetando las leyes que les asignaron sus misiones, siendo básica la existencia de una corporación coordinadora respetada.
Las funciones que desarrollan los servicios son, básicamente, inteligencia y contrainteligencia, en el interior del país considerado o en el exterior, dando lugar a una especialización que en ocasiones genera la existencia de uno o varios servicios que desarrollan en exclusiva cada función o todas ellas; también existen servicios que las desarrollan con alcances diferentes según su nivel.
La especialidad de inteligencia está enfocada a objetivos, a fines, mientras que la de contrainteligencia se aplica a hacer frente a amenazas, como el terrorismo, el espionaje o el sabotaje, dando lugar a los órganos correspondientes de los servicios adaptados a las mismas.
Un servicio nacional valioso es aquel que proporciona una inteligencia que no ofrece otro órgano del Estado, como sus fuerzas de seguridad o su servicio diplomático, por ejemplo; ésta, que es una cuestión de coordinación fundamental, se convierte en crítica cuando los ámbitos de actuación se solapan, los fines son coincidentes y los niveles no se respetan. Estos aspectos se vuelven menos dificultosos cuando los servicios tienen fuentes y procedimientos propios; en cualquier caso, descoordinación y maniobras políticas entre servicios son malas prácticas.
Los servicios de inteligencia están siempre actuando, dado que no hay una referencia temporal que amortigüe su actividad, y lo hacen en competitividad extrema con otros servicios extranjeros que utilizarán todos los medios a su alcance para impedir su actividad. No es más fácil la existencia de los servicios en el propio país, en franca competencia con otros servicios o con otros órganos de seguridad, sobre todo cuando no existe una esmerada coordinación y voluntad de mantenerla, y se vuelve imposible cuando la política mueve a los servicios.
Conviene separar ya, conceptualmente, los servicios que proporcionan seguridad, con minúscula, de los servicios de inteligencia, que cuando se decide tenerlos es porque se precisa de una herramienta especial, casi quirúrgica, para llegar a la verdad en ciertos temas, o hacer frente a unas amenazas concretas que actúan en el ámbito clandestino, espacio extremo de trabajo en el que a menudo los servicios de los que nos ocupamos situarán su actuación, fuera del circuito judicial de los delitos, pruebas y penas; la clandestinidad supone ilegalidad y secreto, básicos en ambiente exterior hostil, y debe ser asumida sin costes para el Estado al que pertenece, para lo que se deberán tomar las medidas necesarias, fundamentalmente en la garantía del respeto a los derechos y libertades públicas en el Estado que impulsa sus Servicios.
Poseer un servicio de inteligencia supone un riesgo, es una herramienta especial como hemos dicho, y deben valorarse las opciones que justifiquen su existencia, y una vez que así se decida, apoyarlo decididamente, aceptando la exclusividad de los mismos, y en cualquier caso desembarazarlos de cuestiones políticas, aceptando los controles, sí, pero asumiendo los riesgos de su actuación, pues son riesgos del propio Estado.
Es frecuente calificar a los servicios como civiles o militares, según la opción que mediática o políticamente más convenga; un servicio de inteligencia debe estar abierto a todo personal interesante, sin cerrarse a nadie que pueda ser valioso para integrarse en él, no solo por la propia eficacia sino para establecer una corriente con el exterior “ que lo ventile” y le sitúe en las realidades; un servicio encerrado en sí mismo, con una plantilla cerrada , corre el riesgo de vivir para la promoción interna , debilitando su alta misión. Estos aspectos no suponen que no deba existir un núcleo permanente que dé cuerpo al servicio, y siempre despolitizado.
La fuerza de un servicio de inteligencia se la dan sus analistas, las fuentes exclusivas que posean, la permanencia de aquellos sobre sus objetivos, las virtudes y características del personal citado, las operaciones complejas en torno a una amenaza o para alcanzar un objetivo, sus medios técnicos de apoyo, la cooperación con servicios extranjeros coincidentes sobre un campo de actuación, pero sobre todo, el equilibrio del personal, su moral de victoria y su ética, y un algo más, la confianza de los decisores con los que trabaja, aspecto no exento de la necesidad de los controles preceptivos.
El perfil de la misión actual de un miembro de un servicio de inteligencia es verdaderamente complicado. En torno a los objetivos, los asuntos que debe acometer son extremadamente tecnificados, en cualquier caso cuestión de expertos, tanto en cuestiones financieras, como científicas, pasando por la sutilidad de la alta política internacional, y protegidos, dado su interés para la toma de decisiones eficaces del mayor nivel. En torno a las amenazas, las actuales se caracterizan por ser de enorme poder de penetración, clandestinas, implacables y generalmente costosas en términos de vidas humanas y de pérdida de credibilidad política, también están enormemente rodeadas de tecnología avanzada. Se precisan personas con alto nivel de sensibilidad, equilibradas, conocedoras del ámbito, prácticamente mimetizadas con él, generosas, desprendidas, resistentes, y con valor, sin duda, y muy distantes de la lucha política partidista; también precisan, en esta lucha, la convicción de que el Estado, al que sirven, les apoya en su difícil cometido.
Los servicios de inteligencia deben contar con personas que vivan su misión por encima de los intereses personales, con un alto nivel de conocimientos que les harán preferibles a la mayoría, pero no se debe de dejar de considerar la ética como una característica fundamental de pertenencia, los mejores para las misiones más comprometidas, y profundizar de forma colectiva en la deontología de unos órganos fundamentales en estos tiempos en que las amenazas más sutiles se ciernen sobre los Estados, y estos no deben ser adversos nunca a sus servicios.
Ricardo Martínez Isidoro
General de División (R)
Miembro de AEME, ex miembro del CESID