... Sin duda, el marxismo ha fracasado estrepitosamente en todos los objetivos que se propuso y ha derivado en trágicas situaciones, a saber: NO a la libertad, NO al desarrollo, NO al bienestar; SÍ a la represión, SÍ al crimen político, SÍ al crecimiento cero, SÍ a la mentira como único instrumento, SÍ a la amenaza a las democracias, etc. Un largo etcétera que incluye –para empezar– cien millones de muertos en la Unión Soviética y –según los analistas calculadores– más de ochenta millones de muertos desde que Mao Tse Tung inició la Larga Marcha supuestamente liberadora de los chinos, que no han conocido jamás la libertad y siguen sin conocerla. Trágica estadística a la que deben sumarse los no se sabe cuántos millones de muertos en el resto de países que tienen el triste honor de estar regidos –oficialmente– por la ideología comunista, a saber: Cuba, Corea del Norte, Laos y Vietnam.
Sin olvidar otros países que –con coberturas políticas variopintas– “disfrutan” de todo o parte de los supuestos “logros redentores” del marxismo. Incluyamos aquí los coqueteos de España con el marxismo bolivariano que quieren imponernos algunos jóvenes políticos españoles, asalariados de Venezuela e Irán, para “avanzar” en su progresismo hacia el pasado, iniciado por Karl Marx en 1848 y consolidado con vara de hierro por Lenin. El problema es que Lenin, aunque equivocado en la ideología que escogió, era un totalitario maduro e inteligente, pero los populistas españoles bolivarianos son totalitarios adolescentes que parecen saber algo de medio ambiente, de feminismo, de ideología de género y de otros asuntos similares; pero de gestión del Estado nada, porque los pobres a los que tiernamente dicen querer ayudar siguen siendo pobres, especialmente cuando ellos gobiernan.
Llegados a este punto, resulta oportuno recordar que –como señuelo para divulgar sus ideas, ampliar sus recursos y/o aumentar el número de sus acólitos– tanto los gobiernos como las empresas recurren siempre a su particular cuenta de resultados: desarrollo, bienestar, libertades, etc., en el caso de los Estados; o ampliaciones de capital, dividendos, nuevas inversiones, mejoras salariales, etc., en el caso de las empresas. Pero ¿qué logros puede presentar un Estado comunista para intentar aumentar el número de sus feligreses si los resultados que nos recoge la Historia sólo pueden generar el rechazo de cualquier persona informada y no sectaria?.
Sin embargo, el marxismo no se rinde jamás. Muy al contrario: véase la última y rápida reconquista marxista de Iberoamérica. Y lo hace a cara descubierta, con otros ropajes políticos o con reencarnaciones oportunistas: verdes, feministas, ecologistas, pacifistas, modernistas, ideólogos de género, “buenistas”, etc. Siempre predicando enternecedoramente la redención del pueblo supuestamente explotado por las democracias liberales que, paradójicamente, son las únicas que, realmente, desarrollan a los pueblos y les consiguen el verdadero estado de bienestar. Pero el marxismo, con su cuenta histórica de resultados eternamente a cero o en cifras negativas, ¿qué puede hacer para mantenerse en la brega política?. No tiene más remedio que acudir al adoctrinamiento como arma infalible para primero atraer, luego reeducar y, por último, imponer la fe en su ideología. Jamás proponer.
Y, curiosamente, utilizan –ironías de la vida– la misma metodología militar que recoge la Doctrina, organización y empleo del arma psicológica –un reglamento militar inteligente promovido por un general español inteligente– que nos habla de cosas como la “idea fuerza”, “el tema”, el “símbolo”, el “slogan”, la “consigna” y el “rumor”. Mucho y bien estudió el Estado Mayor del Ejército soviético, desde 1917, para aplicar todo esto, durante 72 años, a los muchos esclavos que había en la Rusia de los zares. Esclavos a quienes transformó en encendidos comunistas, que siguieron siendo esclavos pero estaban encantados de serlo en la nueva tiranía.
Pues bien, utilizando estas herramientas sicológicas, todo líder marxista sabe muy bien que el adoctrinamiento debe dirigirse a demoler los principios e ideologizar las mentes. Con lenguaje orteguiano podríamos decir que la maniobra adoctrinadora debe centrarse en “reeducar” nuestras ideas, “desarraigar” nuestras creencias y “reescribir” nuestra historia. Si tratamos de ajustar estos objetivos al léxico del arma psicológica, la “idea fuerza” sólo puede ser el tradicional y secularmente fracasado “mantra” de la superioridad marxista –moral, social, intelectual, cultural, etc– que, increíblemente, ha penetrado, desde tiempo inmemorial, en grandes masas de nuestro poco informado pueblo español, pese a que la historia real lo deniega hasta el aburrimiento. Sobre esa idea fuerza construyen sus “slogans”, “consignas” y “rumores”, buenos catalizadores del proceso adoctrinador de las sociedades. No les ha dado mal resultado el invento y persiguen revitalizarlo.
Ni que decir tiene que este adoctrinamiento pretendido no produce resultados al día siguiente. Hay que cubrir en plenitud todas sus fases: atraer, seducir y mantener. Y, en este empeño, el marxismo ha solido alcanzar muchos triunfos jugando con dos elementos básicos: «una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad», Goebbels y Lenin dixit; y hay segmentos de población a los que, por su desinformación, les “suena” muy bien la tierna “copla” lastimera del revolucionario camarada que “desinteresadamente” combate por y para el pobre. Tal es la brillante capacidad de penetración del vocero marxista, bien pagado y bien preparado. Muchos honrados ciudadanos no adivinaron, ni adivinan, que la historia ha demostrado que el remedio marxista ha sido mucho peor que la enfermedad capitalista. Sí lo adivinaron los 600 asesinados en el Muro de Berlín cuando intentaban huir hacia el capitalismo supuestamente explotador y corrupto de la West Germany.
Empecemos, por tanto, por la primera fase: ATRAER, con la manipulación de los hechos –sea cambiando, sea ocultando, sea recortando, sea exagerando– todo aquello que interese. Pero la guinda es, sin duda, la “ternura expresiva” de los “apóstoles marxistas”; nadie puede mejorarla. Transforma al sensible en sensiblero, generador del utilísimo buenismo, máximo justificador de lo mejor para unos a costa de lo peor y lo más injusto para otros. ¿Qué decir de las apelaciones al pueblo, que, por supuesto sólo está integrado por los de su misma ideología? También la modernidad arrastra a muchos segmentos de población que serían capaces de perder su honra antes que ser tachados de cavernícolas retrógrados, capaces de muchas cosas, todas ellas horribles. Podríamos llenar páginas con otros muchos señuelos ligados a las circunstancias específicas de cada sociedad. Y si falla todo lo anterior aun queda la palabra definitiva –“bálsamo de fierabrás” cervantino– que infaliblemente destroza al resistente: llamarle fascista.
Una vez interesados en el tema, empieza la muy dura segunda fase, SEDUCIR, que, como hemos dicho, persigue cambiar las ideas y desarraigar las creencias. Para ello no hay líneas rojas ni barreras. La mentira es el arma base. ¡Cuidado con los “muy leídos y escribidos”!, que pueden presentar dificultades de sumisión intelectual: quizá para éstos haya que combinar la manipulación con la amenaza. Generar odios es muy rentable, sean odios de clase, históricos o de lo que sea. Todo se ha utilizado en la historia, pero las neuronas humanas son de un caudal infinito y desarraigar creencias religiosas resulta muchas veces difícil. Pero, para el marxismo, es necesario porque, como decía Karl Marx, «un comunista debe en principio asumir el ateísmo».
Falta la tercera fase: MANTENER el ambiente y reescribir la historia. Lo conseguido en fases anteriores hay que mantenerlo, porque el pueblo llano –y a veces el no tan llano– tiene la memoria flaca y es propenso, informativamente, a vivir al día. Hay que mantener el ambiente utilizando métodos que simplifiquen el mensaje y lo introduzcan en lo que podríamos llamar la “neurona pasiva”, que simplemente percibe pero envuelve todo lo demás. Y aquí entran en juego, de nuevo, los métodos de la guerra sicológica que antes hemos citado. Sobre todo el rumor, que posee las mejores cualidades de “alta frecuencia” para penetrar en las mentes: recordemos aquello de lo políticamente correcto, lo culturalmente correcto, etc. Pocos osan vulnerarlo. Les amenaza siempre la palabra fascista… Y esta amenaza junto con las de no ser moderno o no ser progresista constituyen pruebas que superan, muchas veces, la capacidad de resistencia y valentía del español medio actual.
Pero quizá nos estamos olvidando del segmento de población receptor. Sin duda, los que menos dificultad de penetración ofrecen son los desinformados, además de los sectarios –ya propensos a la causa– y los odiantes que siempre necesitan demonizar a los odiados para relajar su tensión. Sigue sin haber líneas rojas. La mentira es, como siempre, un arma eficaz y fácil de utilizar profusamente. El actual régimen social comunista español está resultando “brillante” en la reescritura de la historia de nuestra patria, palabra últimamente proscrita. Utilizando la mentira y el análisis del pasado con los ojos del presente –ejercicio intelectual que nuestro académico Pérez-Reverte califica de estupidez– se está escribiendo un falso relato de la verdadera historia contemporánea de España.
Lo cierto es que el marxismo español, a fecha 2021, ha completado un ciclo exitoso de adoctrinamiento, que podría resumirse así: la llamada LOGSE, con el concurso inestimable de la “educación para la ciudadanía”, ha reeducado a un elevado porcentaje de jóvenes, a los que nadie ha enseñado a pensar ni ha instruido en valores ni principios; el producto resultante ha sido de 4 millones de jóvenes “instalados” sólidamente en la superficie intelectual y moral, quienes, desnudos de líneas rojas de conducta y desconociendo la realidad de lo que ha sido nuestra historia contemporánea se han enrolado en Podemos; tal incorporación ha supuesto un cambio aritmético electoral notable y ha implicado la aparición de un nuevo perfil político de nuestra sociedad, que ha caído en brazos de un comunismo bolivariano que avergonzaría a Lenin. El resto de elementos de la tragedia lo ha aportado la pandemia, los separatismos de los que siempre odiaron a España y la instalación del odio como sistema. Todo eso ha demostrado, una vez más, que las sociedades también cambian, sobre todo de calidad.
Un ejemplo de dicha deformación de la historia de España es el hecho de que los feligreses de esta pretendida dictadura ideológica consideran que la sublevación del 18 de julio de 1936 fue innecesaria, capricho de militares desocupados, ya que España era un remanso de paz democrática. Ello en contra de lo que nos relatan la mayor parte de los historiadores –españoles y extranjeros– que nos hablan de que España era una “selva” política, con 2.500 asesinatos, iglesias e instituciones ardiendo, el jefe de la oposición asesinado por la fuerza pública y abandonado al lado del cementerio y el inicio de una larga lista que completaría los 7.000 religiosos asesinados y algunos torturados. “Nada importante” como puede apreciarse, se sea franquista o no franquista.
Completarán el cierre de nuestras libertades las dos leyes que, a manera de “columnas de Hércules” mediterráneas, cerrarán toda posibilidad de que nuestra sociedad salga de esta situación. Por un lado, la Ley de Educación Celaá, fábrica de “corralillos de ignorancia”, destructora del esfuerzo por entenderlo como fascista y elitista y –lo peor– pervertidora de menores de 6 años, a los que someterán a originales exploraciones afectivo sexuales en busca de su identidad… Y la otra “columna de Hércules” que sin duda es la Ley de la Memoria Democrática que, a manera de ministerio de la verdad, dictará lo que se debe pensar, hablar o escribir sobre la II República española, aunque se haya vivido, sufrido, oído o estudiado exactamente lo contrario. Y –lo que es peor– rebosantes de celo ideológico, multarán y/o encarcelarán a los que osen ejercer su libertad de expresión hablando de lo realmente sucedido. Vergonzosamente soviético y maoísta, como puede verse.
Leo a nuestro académico Pérez Reverte, que me aclara ciertas claves sobre la “enfermedad” que aqueja a nuestra sociedad: «Nos hemos vuelto tan superficiales y voraces que las obras maestras apenas generan discípulos…». «A base de leyes educativas infames, gobernantes analfabetos, editoriales oportunistas y novelistas de la tele, las grandes obras maestras se han convertido en materia exquisita, casi críptica para algunos». Y terminaba lamentando las enseñanzas ridículas y falsas con que los políticos han deformado a nuestros adolescentes: «La Historia glorifica imperialismos, la ortografía y la gramática son machistas y elitistas…». «Todo eso se vierte en ciertos textos escolares y acaba calando…».
Pero no termina aquí mi sobresalto. Acabo de leer en la prensa: «Un profesor de Biología ha sido suspendido de empleo y sueldo durante seis meses por defender lo que científicamente es evidente: Que sólo existen dos sexos, hombre y mujer, con cromosomas XY y XX». Tras esta “hazaña”, nuestros populistas de plantilla pueden felicitarse porque han alcanzado su “cenit intectual”: han corregido de un solo golpe- los supuestos “errores” del Creador y los supuestos “desvaríos” del sabio Dr. Mendel… Por cierto, me preguntaron sus leyes en mi reválida universitaria.
Todo lo anterior deja claro que nuestra sociedad ha pasado de lo racional a lo superficial, lo cual implica la entronización de la frivolidad en el pensar, en el decidir y en el opinar. Gritemos, por tanto, con dolor de corazón, una realidad insufrible pero, al parecer, inevitable: ¡abajo la reflexión profunda y las ideas meditadas!; ¡viva lo superficial, la espontaneidad adolescente y la ocurrencia de colegio mayor!…
No es el momento de analizar con más profundidad las causas de esta catástrofe sociopolítica. Sí lo es –y sería muy justo, oportuno y exigible por la sociedad que paga los “destrozos”– un cierto examen de conciencia de políticos, de profesores, de periodistas y, naturalmente, de padres, con el fin de descubrir qué parte alícuota de responsabilidad nos corresponde en el panorama de odios en que se ha convertido nuestra sociedad, creados todos por una minoría de adoctrinadores frente a una mayoría que sigue creyendo en los principios heredados de sus mayores de la izquierda y de la derecha civilizadas.
Fue el adoctrinamiento de nuestros jóvenes lo que cambió a peor a nuestra sociedad y, si ésta no reacciona, será la Ley Celaá, la que pervertirá y adoctrinará a nuestros menores y adolescentes y la Ley de Universidades la que “impregnará de género” hasta el binomio de Newton.
José Mª Fuente Sánchez
Coronel (R) de Caballería, DEM, economista y estadístico,
de la Asociación Española de Militares Escritores (AEME)