... Debido al desgobierno del absolutismo regio (salvo algún periodo como el de Carlos III) y, después, a la ineptitud, egoísmo y luchas cainitas por el poder de los políticos españoles.
En el primer tercio de aquel siglo XIX, España dejó de ser gran potencia europea. La alianza con Francia nos deparó en 1805 la gravísima derrota de Trafalgar. España no tenía ya el poder naval necesario para defender nuestras posesiones ultramarinas. Napoleón invadió nuestro país y nuestro Ejército no pudo por sí solo rechazar la invasión a pesar de sus hechos heroicos.
Vencidos los franceses por el general “Desgaste”, regresó al trono Fernando VII, cuyo reinado fue calamitoso. El Rey felón ni supo ni quiso defender nuestro Imperio americano. A su muerte dejó a España dividida. Y comenzó una guerra dinástica entre liberales y absolutistas, matándose los españoles entre sí (primera guerra carlista 1833/1840).
El Ejército, también dividido, tuvo que ocupar el espacio que los políticos no supieron hacer suyo debido, sobre todo, a su incapacidad intelectual y de prestigio. Dio comienzo así el Régimen Político de los Militares, el de los continuos pronunciamientos (1840/1874). Sin embargo, aquel Régimen de rebeliones y manifiestos militares, mantuvo en España el sistema liberal, y la actuación de sus famosos “espadones” –Espartero, Narváez, O’Donnell, Fernández de Córdoba, Prim, Serrano…– gobernaron siempre en el seno del área constitucional de cada momento. En estos años se hicieron expediciones militares, algunas de gran calado, como las realizadas a Italia, Conchinchina (actual Vietnam), Méjico y, sobre todo, la guerra de África de 1860, que galvanizó a los españoles en torno a su Ejército. También se desarrolló la Guerra del Pacífico, cuando Perú, Chile, Bolivia y Ecuador, declararon la absurda guerra contra España.
De julio de 1848 a mayo de 1849 se desarrolló la segunda guerra carlista o de los matiners (madrugadores). Terminó con la huída de España del general Cabrera.
Durante aquel Régimen Militar comenzaron a formarse políticos y militares que nada tenían que ver con las ideas de los protagonistas de aquél. Serían nuevas élites más instruidas y mejor preparadas.
Nada más acabar el segundo tercio del siglo, se produjo el derrocamiento de Isabel II. Tres militares, Prim, Serrano y Topete proclamaron la Revolución del 68. A lo largo de la misma se van a suceder la Revolución, la Monarquía, La República y la Dictadura. La más llamativa, la Primera República de 1873.
En ese año, España montaría dos guerra civiles simultáneas: la tercera carlista y la de Cuba (iniciada ésta en 1868). Con el segundo presidente republicano, Pi y Margall, daría comienzo una tercera guerra civil: la cantonal. El ejército se resquebrajaba. La indisciplina se generalizó en él. Aquella desgraciada República duró nueve meses y acabó con el golpe del general Pavía. Le sucedió la Dictadura republicana del general Serrano.
En 1874 España era un país arruinado, había perdido el tren de la industrialización, casi el 60% de la población era analfabeta y su única riqueza se centraba en el sector primario. El político Cánovas y el Mariscal de Campo (General de División) Martínez Campos estaban decididos a restaurar la Monarquía, por caminos diferentes, en la figura de don Alfonso, hijo de Isabel II. Lo logró el militar con su pronunciamiento en Sagunto. Hecho que no se lo perdonó nunca Cánovas.
A partir de aquí, los militares regresaron a sus cuarteles. Había llegado la hora de los políticos. El último cuarto de siglo estará marcado por cuatro personas esenciales: los Reyes, Cánovas, Sagasta y Martínez Campos (1).
Este último, con el apoyo político necesario, acabó con las guerras civiles carlistas y la de Cuba (Paz del Zanjón de 1878). Pero los grandes tribunos políticos de aquellos años, ¿resolverían los graves problemas de España?
Ni el erudito y altivo Cánovas, ni el oportunista y sagaz Sagasta lo lograrían. Aunque las iniciativas legislativas del segundo fueran mucho más efectivas que las del conservador Cánovas. Y a pesar de los consejos que recibieron, en especial de Canalejas, Maura, Martínez Campos o Polavieja.
No obstante, la Restauración del 74 logró auténticas proezas frente a lo sucedido en los dos primeros tercios del siglo: fin de los pronunciamientos militares, paz y estabilidad (en general) en el interior, lento y continuo progreso económico, libertad de expresión, leyes liberales, sufragio universal (relativo)… Pero a los dos políticos –Cánovas y Sagasta– se achaca el caciquismo y su incapacidad para integrar en el sistema a republicanos y nacionalistas, así como acometer las reformas sociales necesarias para neutralizar a las fuerzas marxistas surgidas por entonces. Pero, sobre todo, a negarse a resolver los problemas de ultramar, en Cuba y Filipinas, mediante métodos y procedimientos políticos, así como mantener a España aislada internacionalmente (2).
Siendo Martínez Campos presidente del gobierno (1879), se inició en Cuba la “Guerra Chiquita”. Duró un año. Y Alfonso XII casó en segundas nupcias con María Cristina de Habsburgo, madre del futuro Alfonso XIII. Como ministro de la Guerra (1882) Martínez Campos creó la Academia General Militar en Toledo (primera época). De allí surgió “El espíritu de la General”.
En noviembre de 1885, el Rey promovió y pidió a Martínez Campos que intentara poner de acuerdo a Cánovas y Sagasta para que se iniciara el famoso turnismo político entre conservadores y liberales. Ambos políticos llegaron a un acuerdo en la víspera de la muerte del Rey (25 de noviembre) (3).
El general Cassola (ministro de la Guerra) intentó poner en marcha un ambicioso plan de reformas militares (implantación del servicio militar obligatorio, reorganización del Ejército, etc.). Cánovas se opuso. Sólo las apoyó en el Congreso Canalejas.
Maura intentó también introducir reformas administrativas en Cuba y Filipinas. El inmovilismo del gobierno fue la respuesta. El general Polavieja advirtió sobre los proyectos de EEUU para dotarse de una gran Armada, de acuerdo con la teoría del Capitán Alfred Mahan.
En 1888 comenzó la insurrección en Filipinas. En 1893, el ministro de la Guerra, general López Domínguez, sobrino del general Serrano, apoyó el presupuesto militar del gobierno Sagasta llamado “presupuesto de la paz”. Las fuerzas del Ejército se redujeron a su mínima expresión. Y la Defensa Nacional se quedó anémica.
Cerca del poblado de Baire estalló en Cuba la tercera y definitiva guerra el 24 de febrero de 1895.
En octubre de 1897, Canalejas, de viaje por EEUU, vio en Nueva York los acorazados norteamericanos y dijo: “Una solo de esos buques bastaría para deshacer toda nuestra Marina”. En noviembre escribió a Sagasta: “La destrucción de la riqueza, el exterminio de la población rural, en suma, la obra de Weyler nos han hecho allí (en Cuba) aborrecidos”.
A pesar de los hechos heroicos militares para defender Cuba y Filipinas, llegó el Desastre del 98 con la guerra contra EEUU. Ni el Ejército y menos la Armada estaban preparados para enfrentarse a la que ya era entonces la primera potencia económica del mundo.
Después del Desastre, España desapareció como potencia a nivel mundial. El 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París. Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam dejaron de ser españolas. Al año siguiente España vendía al Imperio alemán los archipiélagos de las Carolinas, Palaos y Marianas en el Pacífico.
Desde 1875 habían sido los políticos los protagonistas de la vida pública en España. Fueron ellos los que nos condujeron a aquel Desastre a pesar de las advertencias de los militares. ¿Era o no lógico el malestar militar ante el inmovilismo político?
Lo peor fue que ese malestar e irresponsabilidad política continuó y se acentuó, para desgracia de España, durante varias décadas del siglo XX.
Enrique Domínguez Martínez Campos
Cor. de Infantería DEM (R)
Asociación Española de Militares Escritores
(1) Del libro “Martínez Campos vs Cánovas del Castillo” escrito por el autor de este artículo
(2) Ibid.
(3) Ibid.