... Vivimos, como en 1981, momentos de paro galopante que supera el 20% de nuestra población laboral y que supera el 40% cuando se trata del sector más joven de nuestra sociedad. No se insulta al Rey en la Casa de Juntas de Guernica, pero se le ningunea en el País Vasco y en Cataluña. Ni siquiera el ilusionado proyecto de inversión de Volkswagen en la planta de Seat en Martorell, mereció movilizar a las actuales autoridades catalanas, encerradas en sus propios odios. Desde un determinado grupo del Gobierno, se ataca constantemente a la Monarquía Parlamentaria como institución, con todo lo que conlleva en el arrastre: ruptura del pacto constitucional de 1978, quiebra del Estado nacido del mismo, formulación de un nuevo modelo de estado al estilo de las fenecidas repúblicas de la URSS.
En la “Quiebra de las democracias” ya anticipaba este peligro un brillante Juan José Linz (1). Hoy profundiza en este pensamiento el profesor de Harvard, Yascha Mounk (2), cuando señala que las democracias no mueren porque un grupo de militares irrumpen en su parlamento o lanzan mensajes y manifiestos amenazantes; las democracias se pudren por una secuencia de acontecimientos. Las primeras manifestaciones de deterioro y degradación son inapreciables para el ciudadano medio, incluso justificables; después, progresivamente se instalará en el poder una sensación de impunidad e invulnerabilidad; la quiebra vendrá cuando desde el poder se alimente la falta de legitimidad del sistema, cuando se desvanece la “creencia de que a pesar de sus limitaciones y fallos, las instituciones políticas existentes son mejores que otras que pudieran haber sido establecidas”. Todo un vicepresidente del Gobierno como Pablo Iglesias sigue esta cultura que coincide con la que aconseja Curzio Malaparte en su conocida obra “Técnicas del golpe de estado”: primero el poder y las instituciones; luego crisis social y clima de violencia; finalmente, ante la actitud lanar de las masas, el golpe definitivo.
Una muestra más del delicado momento que vivimos: el hecho de que los dos partidos vascos con representación parlamentaria –PNV y Bildu– no participasen en los actos centrales del 23-F organizados por el Congreso, en los que fueron reseñables las palabras del Rey –“la erosión de la democracia pone en peligro nuestras libertades”– y de la propia Presidenta de la Cámara, Meritxel Batet, alertando contra “la creciente desligitimación e instrumentalización de las propias instituciones democráticas, para desnaturalizarlas”.
Cuando todos tenemos claro que sin el problema vasco no se hubiera producido un 23-F, sus diputados, en lugar de adoptar una postura cuando menos responsable, adoptaron con su tradicional soberbia una actitud excluyente. Como si la conmemoración no fuese con ellos. Los mismos que alimentaron social y económicamente a un grupo asesino durante veinte años; los que animaron a sus comandos desde púlpitos y sacristías; los que siguen chantajeando –ahora prisiones– al mejor postor político, con sus escasos pero decisivos votos.
Añado finalmente una última reflexión sobre el 23-F. Javier Pradera uno de los más brillantes pensadores de la izquierda, comprometido con sus medios de difusión, especialmente con El País, dejó escrito un testimonio que recoge en su biografía Jordi Gracia (3 ): “ aquel PSOE ansioso por llegar al poder de cualquier forma” conspiró con Armada para apuntarse a su solución de gobierno de concentración; luego vendrían los silencios de 40 años de “prolongada mentira”, unidos a la estigmatización de los militares y el Ejército como institución golpista. Fueron también criminalizadas las razones por las que se diseñó el golpe de timón” y que básicamente eran dos: la continuada acción criminal de ETA y el riesgo de ruptura territorial que prefiguraba el estado autonómico. Basta un dato clave para comprender a Pradera sin necesidad de recurrir a la Lérida de Ciurana o de Maragall. En la lista del aventurado gobierno de concentración que manejaba Armada, figuraban otros dos generales, Sáenz de Santamaría y Saavedra Fajardo, el mismo número que el de conocidos socialistas: el propio Felipe González como Vicepresidente, Javier Solana y Enrique Mújica. De aquella lista, solo Ramón Tamames que representaba al Partido Comunista, ha tenido hoy el valiente gesto de dar la cara y de reflexionar sobre las causas que llevaron a aquella difícil situación.
Por supuesto las Fuerzas Armadas hemos pagado esta criminalización. Con honradas excepciones, los Ministros de Defensa a los que se les concedieron prerrogativas que eran genuinas de las “gentes de armas”, utilizaron el BOE para intentar desnaturalizarlas, para deshacerse de mandos incómodos que priorizaban la Institución sobre sus devaneos políticos. La lista sería interminable: se abandonaban poco a poco Cataluña y el País Vasco a exigencia de los nacionalistas; el Pacto del Majestic es una muestra de la rendición sin condiciones a unos pocos votos nacionalistas catalanes; se salvaba el cuartel del Bruch de verdadero milagro; se abandonaba el Museo Militar de Montjuïc y no se ha hecho nada para hacer cumplir un Convenio firmado; se borró el lema “A España servir hasta morir” de la Academia de Tremp; hace poco se cedió Loyola; el Día de las Fuerzas Armadas se convertiría en el día de la Política de Defensa, en la que los uniformados actúan como figurantes en el decorado, para lanzar un “viva el Rey” al final de las obligadas palabras del Monarca recordando la iniciativa de su antepasado Carlos III.
Son estos “puntos de soldadura” solo una muestra de la pretendida deslegitimación de nuestra Institución.
Pero la respuesta ha sido positiva. Hoy las Fuerzas Armadas tienen el respeto y cariño de su sociedad. No hace falta recordar su apoyo en catástrofes y accidentes; últimamente en la pandemia. Por supuesto, cumpliendo su deber, haciendo no obstante “las cosas comunes, de manera no común” fruto de vocación y de un profundo sentido de la responsabilidad. Y en el generalizado clima de corrupción que afecta a todo el arco parlamentario y a sectores importantes de nuestra sociedad, los miembros de las Fuerzas Armadas –con puntuales excepciones que han sido corregidas con presteza– han dado ejemplo de honestidad y buena gestión de los medios que la sociedad ha puesto en sus manos, asumiendo incluso graves carencias presupuestarias que les han causado, no solo daños morales sino también físicos, algunos irreparables.
Por supuesto les duelen los insultos a su Jefe del Estado, constitucionalmente Jefe de las propias Fuerzas Armadas; pero también les duelen las cifras del paro; las desigualdades entre autonomías debidas al chantaje de unas; la degradación galopante de la vida política; la manipulación de los medios; la pérdida de ilusión de una juventud que no conoce más historia que la sesgada que le han inculcado.
Como nos recordó el Rey el mismo 23-F, estos ataques degradantes contra nuestra democracia, son ataques vivos a nuestras libertades. Libertades por las que hemos apostado y a la vez contribuido con nuestro esfuerzo.
En tiempos de incertidumbre, no es malo ratificarlo.
- “Quiebra de las Democracias”. Alianza universidad 1987.
- Yascha Mounk. “El pueblo contra la democracia” Paidós.2018.
- Jordi Gracia. “Javier Pradera o el poder de la Izquierda” Anagrama.2019.