... Entrando pues en esos actualísimos planes de doña Rosa se puede comprobar que, en efecto, estos son ciertos, tan solo observando los últimos cambios –ceses, nombramientos–, amén de la ya conocida acumulación de producciones en terreno físico y económico catalán, y hasta el look tirando a catalán, con ese toque modernista que en su día moló lo suyo pero que hoy no pasa de vintage un tanto pueblerino, como me hizo ver una amiga francesa hace unos años recién descabalgada de su admiración por Barcelona y sus diferentes y cautivadores contextos, tan cosmopolita y avanzada hasta entonces, según ella, pero ya con su imaginación creativa perdida sin remedio.
Lo que yo pongo en cuestión es la necesidad de que el resto de españoles, los que no vivimos la sumisión directa a TV3, tengamos ahora que compartir quieras o no butifarra y barretina sin negar por ello la calidad de una y la peculiaridad de la otra y existiendo, como existe, la posibilidad de que esos españoles extrañados en Cataluña utilizando su modesto mando a distancia sintonicen los feudos de doña Rosa sin mayor descalabro ni para ellos ni para nosotros.
Claro que si ese no es el problema, ni el objetivo, bien estará que vayan dándonos explicaciones por la catalanización de TV1 –el proceso en TV2 está bastante avanzado–. Aunque, siendo sincero y después de haber vivido muy directamente otros procesos similares, por ejemplo en Baleares, y sin ningún Torra y Puigdemont de por medio, de esperanza, ninguna.
Dicen que ese ha sido y es para los unos y para los otros el precio de la gobernabilidad de España… Pero los que así dicen se equivocan cuando no mienten descaradamente. Ese ha sido el precio, desde hace décadas, y sigue siéndolo hoy mismo, para poder proteger los sucesivos repartos del pastel de quien tiene la suerte –o la desgracia– de hacerse con el poder en España. Enorme pastel para unos cuantos, unos miles a lo más, que despreciando el interés general no dudan siquiera en poner a los españoles a “catalanear” como doña Rosa o, si toca, a bailar el aurresku al son de don Sabino, eso sí, dejando al aire sus vergüenzas al subir la pierna por encima de la boina, que de eso no les salva nadie.