Periodistas otrora admirados y convertidos hoy por los años y el rencor en pontificales caricaturas que no dudan en sumar –mejor en multiplicar– sus odios a los de sus adversarios ideológicos y políticos de toda la vida al ver agotar sus tiempos sin el merecido y libidinoso orgasmo de su venganza trapera consumada.
Así, tras muchos años de aullidos y celadas, la ocasión que pintan calva rebeliones y sentencias les pierde nuevamente y confunden realidades con deseos. No bastan sus millonarias tribunas digitales ni sus púlpitos etéreos regados a diario de soflamas incendiarias para someter el alma y el sentido de este pueblo, inteligente y sereno a pesar de sus voceros.
Si al final la pieza ha de caer lo será por derecho y por razón y a su debido tiempo, que no es el suyo sino el nuestro. El de todos aquellos que, estupefactos, contemplamos día a día la sinrazón de tanto necio.