Después de la recesión económica, el paro y las penurias a ambas cosas inherentes, el problema que más preocupa a los españoles es el problema político. De éste, sin duda, es protagonista el desmedido e incontenible afán de los partidos nacionalistas por romper la unidad de España.
Y lo hacen esgrimiendo argumentos tan débiles, inconsecuentes y falsos, que vistos por cualquier persona sensata producen asombro y, desde luego, repulsa, puesto que la unidad de la nación Española, desde la Monarquía de Toledo y la refundición en un solo Estado de los distintos reinos cristianos, tras la Reconquista en el siglo XV, es un hecho histórico que no admite controversia de ningún tipo, por mucha tinta que se gaste en inventar, o mejor dicho: en reinventar la Historia de España.
Mas dicho esto, España también carece de una unidad de otro tipo al que pasamos a referirnos a continuación: La división partidista, que se hace patente en todo el espectro político, pero mucho más, desgraciadamente en los ámbitos de la derecha.
Nada nuevo. Ya don Benito Pérez Galdós, en sus Episodios Nacionales, decía que el gran problema de la derecha española es que tenía muchos más generales que soldados y, por lo tanto eran también muchos quienes “hacían la guerra por su cuenta”, restando así eficacia a unos ideales de avances hacia una economía fuerte y una política sensata que transformaran al país en una potencia europea, sobre todo en aquellos tiempos decimonónicos en que estábamos pasando del agrarismo a la industrialización.
Sin embargo la izquierda, en su secular combate contra las fuerzas derechistas, está siempre al acecho de cualquier indicio, por irrelevante que sea, para motejar de retrógrada a la “derechona”, presumiendo de un progresismo que es más bien un retroceso, pues jamás hubo un sistema político capaz de crear riqueza que no fuera el del libre mercado, cosa que la izquierda odia visceralmente.
Y esto es tan así, que voces tan autorizadas como la de Don Gustavo Bueno, entre otros muchos filósofos, historiadores y politólogos, han afirmado que la democracia vino al mundo de la mano del liberalismo capitalista y no de los diversos sistemas socialistas y socializantes, los cuales probablemente serán muy capaces de repartir la riqueza, pero difícilmente lo serán de crearla.
Existen ejemplos a montones en la historia de la humanidad, tanto recientes como antiguos, de la certeza absoluta de esta afirmación, pero sería demasiado largo el pasarles revista para el escaso espacio del que disponemos. Bástenos con decir que en la mera actualidad, los que emigran de sus países, sumidos en la miseria, para mejorar sus condiciones de vida, lo hacen hacia los países capitalistas, aún a riesgo de su vida, pero no sé de nadie que se vaya a Cuba, Venezuela u otras dictaduras de izquierdas que solo saben echar la culpa de sus errores y carencias a los países más ricos que ellos.
Dicho esto, la derecha española que incomprensiblemente se divide y, en algunos casos parece añorar la social-democracia, tiene el problema de que con sus discrepancias (que son puramente formales) deja espacio, gracias a la mala ley electoral que tenemos y al sistema de d´Ont, para que con más peso político y social que la izquierda, tenga que ir desunida a las urnas y no obtener la representación mayoritaria que contribuiría - como así se demostró en varias ocasiones - a sacar a España de la mediocridad económica que los pactos con la izquierda le proporcionan.
Urgimos, pues, a los partidos responsables la unidad de las derechas en un solo cuerpo que consiga la mayoría absoluta, que, valga la redundancia, es absolutamente necesaria para la verdadera unidad de España, sin pactos ni contemplaciones con quienes tratan de romperla y que, aunque parezca mentira, cuentan con la aquiescencia de unas izquierdas desnortadas que coquetean con los secesionistas para obtener unas migajas de poder.
Algo parecido a vender la primogenitura por un plato de lentejas…
Fernando Álvarez Balbuena