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LA CRÍTICA, 30 MARZO 2016Por Manuel Pastor Martínez
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(Segundo aniversario de su muerte… ¿y de los funerales por la democracia española?) Adolfo Suárez pudo tener tentaciones “sociales” o “social-demócratas”, pero siempre fue alérgico a la sofistería. Cuentan que una vez le preguntaron al Rey si su Presidente era falangista o del Opus Dei, y el monarca respondió que Adolfo era “adolfista” Un hombre pragmático como él hubiera estado de acuerdo con la percepción de Mauss y su rechazo de los sistemas ideológicos y utópicos construidos por “los sofistas de todos los partidos que oponen palabras terminadas en ismo a palabras terminadas en ismo.” (M. Mauss, “Apréciation sociologique du bolchevisme”, Revue de Métaphysique et de Morale, 1924). Sin embargo, es probable que no hubiera aceptado o comprendido bien –aparte de las implicaciones políticas– la irónica dedicatoria de Hayek, “A los socialistas de todos los partidos” (F. A. Hayek, The Road to Serfdom, 1944). De hecho toda su experiencia política, y especialmente durante sus años en el poder, se vio envuelto en intrigas sofistas, oportunistas y partidistas de todo tipo, y al final no pudo evitar el acoso y la toxicidad “socialistas” de todos sus enemigos, internos y externos de la UCD. Su fracaso, a mi juicio, fue un anticipo del fracaso de la democracia española, al no poder evitar la fatídica deriva hacia la partitocracia. Adolfo Suárez, junto al Rey Juan Carlos, simbolizan mejor que nadie el tránsito de la dictadura a la democracia en España. Franco murió en 1975, pero el Franquismo (las Leyes Fundamentales, o Ley Orgánica del Estado) sobrevivió un año más, hasta Diciembre de 1976, cuando en referéndum se aprobó la Ley para la Reforma Política, la “Octava” Ley Fundamental, en virtud de la estrategia diseñada por Torcuato Fernández Miranda de ir “de la ley a la ley”. Lo peculiar, pues, de la Transición española es que un Jefe de Estado y un Jefe de Gobierno hasta entonces pertenecientes a un régimen autoritario, se transforman en Jefe de Estado y Jefe de Gobierno de un sistema democrático. Años antes el propio Franco había recomendado al entonces Príncipe Juan Carlos que hiciera sus propios planes para el futuro y le sugirió que conociera a un joven gobernador civil de Segovia, con el que seguramente se entendería muy bien. Esto enlaza con mis recuerdos personales. En Segovia, precisamente, durante mi jura de bandera en el campamento de las milicias universitarias en La Granja, verano de 1969, vi por primera vez al entonces joven y elegante gobernador Suárez, presidiendo el desfile del acto, rodeado de jefes del Ejército y políticos-burócratas típicos del franquismo. El gran Azorín escribió a principios del siglo XX un magnífico ensayo, El político, posiblemente inspirado en las figuras de Juan de La Cierva o de Antonio Maura, en el que hacía un elogio del tipo ideal de político liberal-conservador, que a su juicio, entre otras cosas, debería “no prodigarse”. Adolfo Suárez rompió totalmente los esquemas tradicionales y especialmente esta cualidad tan alabada por el maestro Azorín, ya que su arrolladora simpatía personal le impedía respetar tal precepto conservador: carisma o sencillamente estilo, juventud y charm, como en el caso del modélico y telegénico JFK, prototipo para la nueva generación de políticos en las culturas occidentales. Quizás en ello esté la clave para explicar el enfriamiento y la posterior ruptura personal con el Rey. En algún momento el Jefe del Estado pudo sentirse celoso de la popularidad y simpatía del Jefe de Gobierno. Mi siguiente encuentro con Adolfo Suarez fue una breve escena en la piscina de su residencia en Puerta de Hierro (calle Martín de Porres), donde le fui presentado por mi maestro y amigo Raúl Morodo, vecino suyo en la misma casa. Acababa de ser nombrado, en el gobierno de Arias Navarro tras la muerte de Franco, ministro Secretario General del Movimiento Nacional, con Manuel Fraga Iribarne como vicepresidente y ministro del Interior. Ambos, Fraga y Suárez, apoyarían la celebración del Congreso del PSP en Madrid, Junio de 1976 (el primero que tuvo lugar en España después del franquismo), con don Enrique Tierno Galván como Presidente y Raúl Morodo como Secretario General, en el que fui elegido secretario de Relaciones Internacionales. Pocas semanas despues, el 4 de Julio de 1976, asistí a una reunión en Madrid en el bufete de don Jose María Gil Robles padre en la calle Velázquez (asistentes: Joaquín Ruiz Jiménez, Antón Cañellas , Juan Ajuriaguerra, Felipe González, Luis Yáñez, Jose María Gil Robles hijo, José Bono y yo). El viejo Gil Robles propuso un documento, redactado por Felipe González, criticando el nombramiento de Adolfo Suárez y proponiendo un frente anti-comunista (rompiendo asi la Junta Democratica e integrando al PSP en una nueva Plataforma Democrática de socialistas y democristianos). Bono estaba a favor, pero yo me opuse a la firma pidiendo consultar a Tierno y Morodo, que cuando conocieron el documento al día siguiente lo rechazaron. En los meses siguientes siguió existiendo una estrecha relación Morodo-Suárez, con cierto asesoramiento del primero sobre la creación de UCD, y Suárez interesado por don Carlos Ollero (director del Departamento universitario de Fraga Iribarne, Morodo y mío) como posible Presidente. Más adelante se celebrará la reunión de la opositora “Comisión de los 9”, que negociaría la transición con el gobierno de Suárez, en el despacho de Morodo de la calle Eduardo Dato. Carmen Díez de Rivera, jefa del gabinete de Suárez, se integró en el PSP y me acompañó en algunas reuniones de la Junta Democrática de Madrid (información adicional en un artículo mío de kosmos-polis.com, citado más adelante). La unificación PSOE-PSP finalmente se produce en 1978 (formamos la comisión negociadora: Alfonso Guerra, Luis Yáñez y Gómez Llorente por el PSOE; Morodo, Fernando Morán y yo por el PSP), y tras las elecciones generales de 1979, con la nueva victoria de UCD, asisto a la investidura de Suárez e inicio mi gradual alejamiento de la política para dedicarme exclusivamente a la universidad. En el verano de 1980, trabajando en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander con el rector Morodo, fui testigo de los prolegómenos a la caída política de Adolfo Suárez y los antecedentes del 23-F (M. Pastor, “Reflexiones sobre el 23-F”, kosmos-polis.com, 2014). Posteriormente oposité con éxito a la cátedra de Teoría del Estado y Derecho Constitucional en la Universidad Complutense (Otoño de1982), y vi a Carmen Díez de Rivera, por última vez, la noche electoral del 28 de Octubre de 1982 en el restaurante La Ancha (yo estaba cenando con mi amigo Juan Parra, conde de Valmaseda, Carlos Alba, duque de Huéscar y un grupo de amigas). Vuelvo a encontrarme con Adolfo Suárez, ya ex Presidente, en la boda de mi amiga Yolanda Casado con mi primo segundo Antonio García Vega (Suárez tenía amistad con mis parientes, la familia del doctor Antonio García de la Fuente), y de nuevo en una visita con Luisón García San Miguel y los estudiantes norteamericanos de IES en su despacho de la calle Antonio Maura. En ambos encuentros, dedicó generosamente su tiempo para explicarnos sus planes políticos futuros. Raúl Morodo ingresaría finalmente en el CDS, experimento efímero de partido bisagra de centro-izquierda que me recuerda al actual Ciudadanos de Albert Rivera (y me mueve a una inevitable reflexión: ¿era el CDS una versión moderna y moderada del PSP? ¿hay un impulso irrefrenable de ciertos sectores de la burguesia ilustrada a buscar una sintonía con el mantra “progresista y reformista”, de centro-izquierda proto-socialista?).
La última vez que le vi en persona fue en la ceremonia del Doctorado Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid. El Departamento de Ciencia Política que entonces yo dirigía le había propuesto junto al ex Presidente portugués Mario Soares. Hicieron las laudatios Raúl Morodo (de Soares) y el rector Rafael Puyol (de Suárez). La larga enfermedad, lenta muerte y las honras fúnebres de Adolfo Suárez aquel 31 de Marzo de 2014 se me antojaron como una metáfora de los “funerales preventivos” por nuestra democracia, nacida en 1976 con la Ley para la Reforma Política, plenamente instaurada con la Constitución de 1978, y en mi modesta opinión nunca consolidada. Había elegido el título y subtítulo de este articulo –no publicado hasta la fecha– antes del funeral de Estado que se celebró en la catedral de La Almudena el 31 de marzo de 2014. El decurso del mismo y las declaraciones de los líderes de la izquierda (UPyD, PSOE, IU, ERC, etc.) y los nacionalistas (CiU, PNV), me confirmaron que dichos funerales habían clausurado simbólicamente la concordia o consenso que promovió el presidente Suárez e hizo posible la transición democrática. Entramos en un territorio nuevo, no explorado. Un futuro incierto. Como he dicho repetidas veces, no creo que esté en crisis la Nación ni el Estado, por mucho que la izquierda y los separatistas apunten en esa dirección. Lo que está en crisis es la democracia española que Suárez (con el visto bueno de la Corona y el concurso de una minoría reformista del franquismo y la oposición), articuló audaz e inteligentemente entre 1976 y 1978, y que resultó truncada el 23-F. Después vinieron los demás agujeros negros del sistema, envueltos en la corrupción y la prevaricación: los GAL, el 11-M, el caso Faisán, el caso Pujol y de corrupcion en casi todos los partidos, los casos encadenados Noos/Corinna/Botsuana, los desafíos separatistas… (sobre el 23-F y el 11-M son absolutamente fundamentales las obras de Jesús Palacios y de Ignacio López Bru). Lo triste y vergonzoso es el pacto de silencio que la clase política, transformada en partitocracia, firmó tras el 23-F. Felipe González (que figuraba en el gobierno de Armada como vicepresidente, junto a los socialistas Múgica, Solana y Peces-Barba, los comunistas Solé-Tura y Tamames, junto a liberales, conservadores, democristianos… algunos traidores de UCD), por fin llegó al poder y legitimó la Monarquía mediante una “pasada por la izquierda”. Después el gobierno de Aznar (del que sería vicepresidente Rajoy) no evitó incorporar como ministro de Defensa a Eduardo Serra, encargado de borrar las huellas que conducían a la Zarzuela, y de promocionar al general Calderón y al comandante Cortina, responsables en el CESID de la ficticia y esperpéntica operación (Calderón sería premiado con la dirección general del mismo organismo, y Cortina con un alto cargo de asesor de seguridad en el gobierno). ¿Para qué seguir…? Poco despues de estallar el escándalo de Botsuana (publiqué un artículo titulado “Fin del juancarlismo” en Libertad Digital, Diciembre 2012, en el que me refería a la deriva de la democracia española por una senda de elefantes: “del elefante Blanco al elefante Botsuaniano”) se comienza a rumorear acerca de una nueva Operación Príncipe. El editor Lara y el libro de Pilar Urbano suscitaron preguntas al respecto (véanse: JMR, “La pasion de J.C. Rey”, y Manuel Pastor, “Memorias y desmemorias históricas…”, ambos en kosmos-polis.com, 2014). Pensaba entonces, y asi sucederia, que era probable y razonable por motivos biológicos y de oportunidad histórica, que la abdicación de Don Juan Carlos estuviera prevista en un plazo próximo, sin traumas o excesivos dramatismos, en la propia dinastía.
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