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El año que viene nos toca eclipse total. ¿Preparados?

Eclipse total de Sol. (Foto: Shutterstock)
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Eclipse total de Sol. (Foto: Shutterstock)

LA CRÍTICA, 31 JULIO 2025

Por Félix Ballesteros Rivas
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Fred Espenak ha fallecido este año. Seguro que a la mayoría de los que lean esto les resulta un perfecto desconocido, pero fue una persona importante en el mundillo de los que hacemos miles de kilómetros por ver un eclipse de sol, porque, además de su trabajo en la NASA, fue un gran divulgador de la maravillosa experiencia de vivir un eclipse total. En los de 2026 y 2027 le echaremos de menos.

De entrada, a cualquiera que crea haber vivido ya la experiencia de un eclipse, porque alguna vez vio uno parcial, le tengo que desengañar: la diferencia entre disfrutar de un eclipse total y uno parcial, es como la diferencia entre un estornudo (por satisfactorio que resulte a veces) y un orgasmo. Siento la referencia sexual, pero el otro ejemplo que se me ocurrió, la relación entre ver el plano del metro de París o pasear por París… no provoca emociones en cantidad y calidad comparables. (...)

...

Para centrar el tema, para ir abriendo boca, para intentar aproximarnos a lo que implica vivir un eclipse (total, por supuesto), pongo aquí lo que en su día escribí tras el eclipse de 2006:

Luna negra, 29 de marzo de 2006

En todas las cubiertas del crucero se respiraba una expectación tensa: los días soleados y sin nubes que habíamos disfrutado el resto de la semana habían cambiado a un cielo despejado… pero con bancos de nubes bajas, que pasaban a gran velocidad, cambiando en segundos la situación.

Juguetones fantasmas de algodón, que en cualquier momento se alzaban por la proa de la nave, lanzada a más de veintitrés nudos, y barrían la cubierta ajenos a la inquietud que despertaban. En un determinado instante parecía imposible que viéramos el eclipse, pues apenas veíamos nuestros pies, para pasar, en escasos minutos, a tener una visibilidad ilimitada y de nuevo esperanzas.

Después de miles de kilómetros conducidos, volados y navegados para disfrutar de la sublime visión de un eclipse total de sol... todo estaba, literalmente, en el aire, al albur de un golpe de viento afortunado.

En las cubiertas del gran barco, fletado por el Istituto Nazionale di Astrofisica de Italia, los 3100 pasajeros y la mayor parte de los 1200 tripulantes, tras haber cruzado medio planeta para vivir ese momento, ahora cruzábamos los dedos. La última cabalgada, de 200 kilómetros, esperábamos que nos hubiera posicionado en el que iba a ser un hueco entre nubes, efímero, pero providencial durante el crucial momento de la totalidad.

El barco detuvo al fin sus 115000 toneladas en medio de ninguna parte, maniobró para presentar al sur el costado de babor, maximizando la visibilidad de los pasajeros y sus cientos de telescopios… y a esperar.

Estábamos muy lejos del punto inicialmente previsto (35º 55’ N – 27º 35’ E) y, por ello, íbamos a tener un eclipse unos segundos más corto… pero allí teníamos más probabilidades de verlo.

A la hora exacta todos miraron, protegidos tras sus gafas, telescopios y cámaras, para comprobar el ‘primer contacto’. Una cuestión nada espectacular y bastante académica, pero ese mordisquito en el borde derecho del círculo solar nos decía que no era un sueño… que hoy íbamos a ver un eclipse.

O, más bien, que hoy era posible que viéramos un eclipse, pues las nubes bajas volvían a cerrar el cielo en los momentos más inesperados.

Por popa apareció otro enorme crucero, navegando a todo trapo, para colocarse en el lugar de observación a priori más privilegiado… Llegaban por los pelos.

La enorme masa de nuestro barco, el Costa Fortuna, unido a la utilización de estabilizadores activos, hasta entonces había conseguido que nadie se marease durante la navegación. Ahora, cumpliendo lo acordado, lograba una inmovilidad firme y absoluta para que los cientos de telescopios desplegados en las cubiertas ofreciesen imágenes nítidas y estables.

La luz empieza a bajar. Muy ligeramente, pero la ilusión de percibir un fenómeno relacionado con el eclipse nos hace a todos sentir esa oscuridad con alegría. Es como cuando vamos segregando saliva sólo porque oímos el entrechocar de cacharros en la cocina.

Casi nadie desgasta la sensibilidad de sus ojos mirando al sol, ni siquiera con las mejores protecciones: no hemos venido a eso, un eclipse parcial no nos habría movido de casa.

Por proa llegan dos pequeños veleros, apenas balandros de unos doce metros de eslora. Estamos a gran distancia de las costas de Turquía, más o menos a mitad de camino entre Creta y Chipre… ¿Desde dónde habrán venido? En cualquier caso es evidente que han hecho una valiente travesía para colocarse en la franja de totalidad. Arrían velas, y se quedan al pairo a un par de kilómetros a babor de nuestro crucero.

Los más viciosos ya van haciendo fotos para darle gusto al disparador, hay quien, desde una tumbona, hace el chiste de que hay que reclamar, porque este crucero va a tener cuatro minutos menos de sol.

El cambio de tonalidad de la luz es ya claro y evidente. Es un atardecer, pero no es un atardecer rojo, como el ‘de diario’, sino que la luz del sol baja su intensidad sin que ello sea debido a atravesar la atmósfera en vuelo rasante y, por lo tanto, sin perder en la travesía sus tonos azules… Es un atardecer azulado, acerado y con un toque misterioso, inquietante, desconocido, que no se parece a ningún color que podamos haber sentido antes.

Las nubes parece que, desde hace rato, nos dejan tranquilos con cierta consistencia… después de tantas dudas puede que el lugar de observación decidido por el capitán y el comité científico sea el más adecuado.

El frío también se deja notar. Los más expertos hemos salido a cubierta con un jersey de más y aprovechamos para ponérnoslo. Son frecuentes las carreras hasta los camarotes para abrigarse entre risitas.

Ahora no es que oigamos cacharros en la cocina: es que ya percibimos el olorcillo del pan recién hecho.

Ya falta poco. De repente lo que nos separa del gran momento ya son sólo minutos.

Minutos en los que a cada uno le da tiempo a pensar en lo que ha tenido que hacer hasta llegar allí, en la cantidad de cosas que han tenido que salir bien para estar en el lugar deseado. En la mayoría de los casos han sido años esperando poder ir a algún lugar en donde el eclipse del 2006 fuera visible, meses sabiendo que íbamos a poder ir a verlo, semanas consultando la previsión del tiempo, días contando las horas, horas mirando el cielo y contando los minutos… y ahora ya sólo faltan pocos minutos.

La luz ya es muy baja. Un anochecer de matices plateados lo invade todo y la excitación alcanza cotas insoportables para más de uno.

Casi de repente, mil voces gritan ¡totalidad! en incontables idiomas.

Ya podemos prescindir de filtros y protecciones, y vemos que los últimos rayos del sol han dado paso a un circulo de perlas rojas en los bordes de la luna.

La corona solar se despliega a su alrededor en toda su magnificencia.

¡Ahí está!

¡Ahí está! Es la Luna Negra, una Luna que se ha vestido con la corona del Rey Sol.

Está en el centro del cielo, llenándolo todo con su espectáculo.

Por fin podemos mirar con el ojo desnudo y disfrutar de la visión que llevamos años esperando y quién sabe si volveremos a tener el privilegio de volver a ver. Van a ser ya menos de cuatro minutos… ¿Cómo podremos ser capaces de absorberlos con toda su intensidad? ¿Cómo hacer para no perder ni uno sólo de sus matices, para fijar en nuestra retina ese momento? Nadie sabe cómo lograrlo, pero al final, sin hacer esfuerzos, se imprime en nuestra memoria para nunca abandonarnos.

La Luna es como la negra tapa de una caldera que trata de cerrar los fuegos del infierno y a duras penas lo consigue. Está rodeada por una corona de rayos plateados, que se difuminan por el cielo como corrientes perladas, para terminar diluyéndose en un cielo nacarado que, al llegar al horizonte, es una lluvia acerada que cae sobre un mar de sombras grises.

La luminosidad general es, más o menos, como la de la una noche de luna llena. El cielo al completo es un éxtasis de luces y penumbras adornado con estrellas y planetas. En su centro, enmarcada por una orgía de matices, la luna, que es lo único completamente negro en el firmamento.

El frío y la oscuridad del momento podrían hacer temblar a alguien que fuera consciente de su cuerpo, pero no a los que estamos mirando al cielo, la mayoría en un religioso silencio. Personas que un momento antes sentían la ancestral inquietud de estar sintiendo colores y sensaciones desconocidas, ahora, en su mayoría, tan solo sienten, con intensidad, dejando las reacciones para después.

Siempre hay alguien que grita, la mayoría son gritos de alegría y placer, pero a veces es un grito de casi terror ante lo desconocido y abrumador.

Un momento grandioso, al que parece que debería acompañar la más grandilocuente de las músicas, pero el único fondo sonoro es el del viento que barre el Mediterráneo.

Es una imagen estremecedora, estática y, a la vez, fugaz. Muy fugaz.

Dramáticamente fugaz.

Por la derecha de la corona se hace más intensa la luz, aparecen de nuevo las perlas rojas (erupciones solares, o rayos del sol adelantados a través de algún valle lunar…), la luminosidad parece ser hiriente hasta que un verdadero rayo de sol de verdad hiere nuestras imprudentes retinas y deja atrás todos los demás matices.

Pese al rayo de luz cada vez más cegador, todavía durante unos segundos se puede vislumbrar la corona alrededor del círculo de la luna hasta que… hay que rendirse.

En el cielo vuelve a reinar el sol y no permite que nadie le mire a la cara.

El mágico momento ha terminado.

Los estruendos profundos y retumbantes de las bocinas de los barcos suenan sobre el mar. El crucero, esquivando a los veleros, reemprende la navegación hacia Trípoli, la siguiente etapa del viaje.

Más que lamentar el final, tenemos que estar agradecidos por haber tenido el privilegio de haberlo vivido.

El resto de nuestra vida sabremos que el cielo está lleno de rayos, perlas y matices… que no podremos ver, porque están escondidos tras la luz del sol, que ahora sentimos más cegador que nunca.

El eclipse del 2006 ha quedado atrás. Ahora todos nos felicitamos mutuamente por haberlo disfrutado, pero nadie intenta describirlo, nadie intenta explicar lo que ha sentido. Todos los presentes sabemos de lo que hablamos y, para quienes no estaban allí, cualquier descripción, esta descripción, es apenas una patética parodia de un mal intento.

Quizá Wagner, Dante o Fidias podrían estar a la altura de las circunstancias… pero sigo sin ser ninguno de ellos.

Quizá el más adecuado sea el poeta del vino y de la luna, Li-Tai-Pe, o Li Bei, o Li Po:

Al límpido cielo, ¿cuándo llegaste?
Te pregunto, levantando mi copa.
No puedo trepar hasta tu espléndida lumbre,
aunque fiel me acompañes para siempre.

Nos tenemos que conformar con los brindis, y consolarnos empezando a planear el del 21 de agosto de 2017, en Kentucky.

Si alguien quiere encontrarnos, que nos busque ese día lo más cerca posible de estas coordenadas: 36º 58’ 30’’ Norte, 87º 39’ 20’’ Oeste.

Bueno, en el de agosto del 2017, al final estuvimos en Oregón: había riesgo de nubes en Kentucky.

Fue muy llamativo, en este eclipse, poder ver en el horizonte del oeste, durante la totalidad, las cimas nevadas de los volcanes de la Cordillera de las Cascadas, parcialmente iluminados por el sol, puesto que quedaban fuera de la franja de totalidad.

Estuvimos en el campamento que, como en cada eclipse, organizaba Fred Espenak. Alquiló varias hectáreas de trigales para que, tras la cosecha, pudiésemos acampar los 150000 visitantes que ese día invadimos, lo más pacíficamente posible, el pueblo de Madras, en Oregón, de 12000 habitantes hasta entonces. También organizó todo un festival de música country, actividades, conferencias…

En los eclipses de 2026 y 2027, en España, por primera vez en treinta años no contaremos con la experta guía de Fred, y los seguidores de eclipses estaremos un poquitín huérfanos. Tendremos que, por nuestra cuenta y riesgo, localizar los lugares de la franja de totalidad en los que la meteorología prediga cielos sin nubes, y localizar alojamientos, defendiéndonos de abusos, fraudes y trampas, y, sobre todo, tratando de evitar a la multitud de otros como nosotros que, con la misma información, tratan de llegar a donde se pueda ver el eclipse.

Porque seremos muchos, si habéis leído hasta aquí es probable que lo entendáis mejor que antes. Ya hay estimaciones de que pueden (intentar) moverse decenas de millones de personas en ese momento. La mayoría llegando en coche desde cualquier lugar de Europa, en agosto, a un país de ‘sol y playa’ que de todas formas iba a recibir un centenar de millones de visitantes extranjeros a lo largo del año, pero que en esos días resultará aun más atractivo (irónicamente, por tener unos cien segundos menos de sol).

En unos mil kilómetros a un lado y otro de la franja de totalidad, el eclipse se verá como parcial, y allí la gente creerá que ha visto lo mismo que los que estemos en la zona de totalidad.

La propia franja de totalidad, la zona en la que el eclipse es total, tiene unos doscientos kilómetros de anchura, en el de 2026. Va desde Viveiro, en el norte de Lugo, a Oropesa, en Castellón. Puede parecer que hay sitio para todos, pero no lo es tanto, porque en los bordes de esa banda, la duración del eclipse es de apenas unos pocos segundos, mientras que en el eje, digamos en los diez kilómetros centrales, será de algo más de minuto y medio… que no es lo mismo. Aviso: los mejores lugares estarán llenos desde días antes, y puede escasear, lo primero, el espacio, y a continuación el agua, la comida, la sombra, el combustible y todo lo demás. De las habitaciones con baño ni hablamos. Y de los atascos desde días antes… hablaremos. De los atascos de después, también, pero con una sonrisa los que lo hayamos conseguido.

El gobierno español está ya montando una inmensa burocracia (de 13 á 15 ministerios involucrados) para pastorear el acontecimiento. Deberían leer los dosieres que preparaba Fred Espenak para cada evento anterior. De momento, se están preocupando del suministro de gafas protectoras homologadas y cosas por el estilo; parece que han desempolvado el manual de buenas prácticas del comité de expertos de lo de la pandemia. Lo del tráfico… no quisiera ser yo el responsable: va a ser como organizar una olimpiada, pero sin tener claro, hasta el último momento, dónde se va a celebrar.

Mis tres consejos:

1.- Ver las previsiones de nubes, y moverse a la zona sin ellas con tiempo. Con mucho tiempo. Incluso más tiempo. Puede que con dos días de margen no sea suficiente. Yo intentaré estar en el sitio (elegido quizá en el último momento, basándonos en las predicciones meteorológicas) desde una semana antes. Una autocaravana puede ser una buena idea, pero no hay un millón de ellas disponibles en alquiler.
2.- Gafas homologadas compradas ya: todavía son baratísimas, del orden de 1€, pero todavía no hay en las tiendas, y enseguida subirán. Los cristales de protección para soldadura eléctrica no son mala solución, un CD o DVD plateado también puede valer para un momento (para mirar a través de la superficie plateada, no por el agujero, obviamente). Mejor aun: No mirar al sol ni un minuto antes de la totalidad; de verdad, es perder el tiempo, y perder sensibilidad en los ojos justo antes de más necesitarla. Un detalle: las horas posteriores a la totalidad podemos ver el mismo eclipse parcial de las horas anteriores al momento cumbre… y no recuerdo haber visto a nadie mirar al cielo después del eclipse total.
3.- Quitar el flash en las cámaras y teléfonos. Por lo mismo, para no deslumbrar cuando más daño hace. Mejor aun: no hacer fotos durante el eclipse; salen mal si se las haces a la gente (muy poca luz, nervios…) y te pierdes varios valiosos segundos del espectáculo), no salen en absoluto si apuntas al cielo y, aunque saliesen lo mejor posible, no harían justicia a lo magnífico del momento. Quien quiera verlo tiene que ir en persona. Allí estaré yo, y un enoooooorme montón de otros como yo.

La banda de arriba es la de totalidad del eclipse del 12 de agosto de 2026. La de abajo la del 2 de agosto de 2027. La banda amarilla no importa gran cosa: el de 2028 sólo es un eclipse anular.

Como se puede ver, para el de 2027 habrá mucho menos espacio en España, e irá mucha más gente. No digo más.

Félix Ballesteros Rivas
31/07/2025


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