...ante el desafío independentista está en juego también el papel de Barcelona en su relación tradicional con Cataluña, además de con España y con Europa.
Cataluña es el país cuya cabeza es Barcelona. Cataluña ha sido definida por algunos geógrafos como “la unidad que más que a las circunstancias físicas, al factor humano, a la vida común a través de muchos siglos, a la propia lengua, se debe a unos caminos que han contribuido a formar un conjunto geográficamente unificado y solidario” (Salvador Llobet, 1969). De esta reflexión geohistórica sobre la unidad de Cataluña participaba Lluis Casassas al advertir en su tesis doctoral (1977) que a través de grandes caminos confluentes “toda Cataluña está en contacto fácil con Barcelona, produciéndose una simbiosis que va a incluir ventajas recíprocas entre ambos componentes”… De este modo, “Barcelona constituye más que un simple punto en el mapa, un conjunto humano en el que se refleja toda la vida nacional... que ha conferido desde siempre al conjunto de Cataluña un modelo de vida urbano”. Dicho en lengua catalana “tots els camins porten a Barcelona”, como también en dirección contraria.
Estas visiones son resultado de una mirada del territorio catalán y la ciudad de Barcelona que han adoptado quienes mantienen una posición que trata de resolver de forma cohesionada el dilema ampliamente debatido entre los estudiosos sobre la organización del espacio catalán y los obstáculos que se oponen a su cohesión y articulación. Estos son, entre otros, al igual que en otras regiones españolas, los de una estructura administrativa local minifundista (un millar de municipios en 32.000 km2) o la distribución desigual de la población afectada por la concentración de población en la metrópoli de Barcelona (165 municipios en un 10% del territorio donde se asientan cinco millones de habitantes, más del 75% de la población total). Problemas, pues, de tipo político (el débil poder local en la mayor parte del espacio catalán) sumados a otros de ordenación territorial (la macrocefalia de la capital nacional/regional).
En efecto, si hay una Comunidad Autónoma que tiene un problema pendiente de política local en España es Cataluña, que presenta, para bien o para mal, un modelo monocéntrico y una capital macrocéfala, aunque los pareceres de los estudiosos catalanes en esta materia continúan enfrentados al respecto. Tal discusión sobre la relación de Barcelona y el resto del territorio de Cataluña, tanto en el campo teórico como en la práctica de las políticas de planeamiento, se puede seguir en Oriol Nel•lo (Cataluña, ciudad de ciudades, 2002): de un lado, están las opiniones de que el proceso de concentración fortalece la visión de “Barcelona como amenaza”, al modo como Mario Gaviria y Enrique Grilló habían denunciado en Zaragoza contra Aragón (1974); de otro lado, la de quienes advierten las tendencias recientes de difusión espacial de la ciudad que convierten a toda Cataluña en una ciudad—región/nación, perspectiva que acarrea múltiples problemas de planeamiento en la práctica.
Llegados a este punto, se advierten también, según Nel•lo, ciertas tendencias contrapuestas en la dialéctica Barcelona/Cataluña: concentración-desconcentración de la población y de las actividades; equilibrio-desequilibrio espacial ante el desarrollo sectorial y territorial; integración-fractura territorial; macrocefalia-policefalia urbana; equidad territorial-equidad social en lo referente al acceso a la renta, los servicios y el poder político. De este esquema de preocupaciones, inserto desde hace tiempo en el ámbito universitario y técnico-profesional, acerca del planeamiento urbanístico y estratégico territorial en Cataluña, se puede inferir, por poco que ahondemos en el tema, que ante el desafío actual realizado en el Parlamento catalán cabe replantear tal dialéctica a la luz de tres sistemas (políticos y/o territoriales) de referencia.
Es el caso, en primer término, de la necesidad de abordar una reforma profunda del sistema electoral español, en cuanto, por ejemplo, no prime a los territorios menos poblados con una mayor representatividad parlamentaria, siendo así que en Cataluña está sobredimensionada la referente a las provincias de Girona y de Lleida y en menor medida de Tarragona. El geógrafo Jesús Burgueño ha elaborado oportunamente al respecto un mapa político en el que sobresale figuradamente, de manera extrema, la desigual proporción de votos de cada una de las cuatro provincias catalanas, a modo de un globo hinchable (provincia de Barcelona) que ocupa casi todo el espacio territorial catalán y no deja apenas resquicios a los tres restantes.
En segundo término, en cuanto a la organización política territorial, está en cuestión el desarrollo del sistema comarcal catalán, como entidad intermedia entre el municipio y la provincia, y dentro de él, la gobernabilidad y funcionamiento de la Región metropolitana de Barcelona, representada por fuerzas políticas locales mayoritariamente no independentistas. Asimismo, está pendiente en Cataluña la puesta a punto de una segunda escala intermedia entre la comarca y la Comunidad Autónoma como es la veguería, en realidad un proyecto de demarcación subregional de seis o de siete territorios, uno de ellos coincidente con la Región metropolitana, lo que representaría todo un reto para la Administración autonómica catalana a la vez que un nuevo modelo territorial surgido desde Cataluña para el resto de España.
En tercer término, el denominado “modelo Barcelona” ha tiempo que ha sido criticado (entre otros, por Horacio Capel, 2005) como forma original en la puesta a punto de grandes proyectos urbanos y como modelo de gobernanza urbana. No obstante, se mantiene como metrópoli industrial y de servicios en crecimiento, bien posicionada en el sistema urbano ibérico y la red de ciudades mediterráneas, pero por ello en estrecha dependencia y competitividad con las restantes metrópolis vecinas y en especial con Madrid. En una situación diferente, fuera del sistema urbano nacional español, Barcelona vería peligrar su capacidad económica, su accesibilidad exterior y su atracción. Por tanto, ante el desafío independentista está en juego también el papel de Barcelona en su relación tradicional con Cataluña, además de con España y con Europa.