Hasta hace poco, dedicarse a investigar el fenómeno OVNI desde un ámbito científico equivalía prácticamente a un suicidio intelectual o por lo menos implicaba poner en serio riesgo la reputación. El tema sigue siendo muchas veces considerado poco serio debido a la casi total ausencia de evidencia y a la falta de rigor con que suele ser abordado. (...)
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La falta de evidencia es en buena medida atribuible al encubrimiento ejercido por los gobiernos de los países desarrollados que, paradójicamente, son los que más podrían contribuir a esclarecer el fenómeno. Su motivación para encubrir es fácil de explicar: una ingeniería en reversa que permitiera entender cómo está hecho un artefacto extraterrestre daría una ventaja tecnológica enorme al país que poseyera tal artefacto y, precisamente por eso, cualquier evidencia concreta de una civilización extraterrestre debe tratarse como clasificada y mantenerse en el mayor de los secretos.
Frente a este panorama de proscripción, de pronto la Universidad de Harvard, una institución académica con innegable gravitas, desafía el escepticismo imperante y decide, ante el estupor de la comunidad académica, abocarse a la investigación del fenómeno OVNI. Así, Avi Loeb, el director del departamento de astronomía de Harvard, decreta que el objeto interestelar Oumuamua (explorador o “scout” en lengua Hawaiana) que visitó nuestro sistema solar en 2017 no es un meteorito sino un artefacto proveniente de una civilización extraterrestre. El profesor Loeb llega a esta conclusión utilizando los métodos de las ciencias empíricas: Loeb concluye que la velocidad con que el objeto abandona nuestro sistema solar es mucho mayor que la le cabría estando sujeto a la atracción gravitatoria ejercida por nuestro sistema solar. Por lo tanto, Oumuamua utilizó la energía solar para su propulsión y por ello no puede ser un simple meteorito.
Pese al espaldarazo de Harvard, podemos predecir que el fenómeno OVNI tardará mucho en instalarse en el ámbito científico y académico pues los problemas inherentes a un tratamiento riguroso persisten y son enormes. El presente artículo pretende describir el tipo de escollos que enfrenta la ciencia o quien se embarque en un tratamiento riguroso del tema.
Como sabemos, los Estados Unidos y China han enviado misiones no tripuladas a Marte. Así, tanto “Tianwen-1” y “Mars-2020 Perseverance” han aterrizado sendos vehículos en el planeta rojo. Uno de los propósitos de esas misiones es buscar evidencia de vida, actual o pretérita. También ciertas lunas de Saturno y Júpiter parecen promisorias para tales investigaciones. Sin embargo, cabe preguntarse ¿cómo podemos detectar algo sin tener la menor idea de lo que es? La Agencia Nacional Aeroespacial de los Estados Unidos (NASA) necesita una definición de vida para construir sus detectores, pero ¿cómo sabemos quién tiene la definición de vida correcta?
Para buscar vida ante todo tenemos que definirla y es de prever que un enfoque antropocéntrico, o más bien geocéntrico, nos conduciría al fracaso. Podemos dar muchas definiciones de lo que consideramos “vida” pero quizá ninguna se ajuste a la realidad que queremos encontrar. No podemos hoy responder ni siquiera a las preguntas más básicas acerca de la naturaleza de los extraterrestres. Por ejemplo:
1) ¿Buscamos vida definida de algún modo o buscamos artefactos o programas ejecutables creados por seres ya extinguidos?
2) ¿Encontraremos individuos que poseen un cuerpo definido con bordes netos o entes que funcionan cooperativamente o agónicamente como fluídos en un magma vital?
3) ¿Portarían los seres extraterrestres información codificada en algún tipo de molécula replicable por un proceso químico, a semejanza del ADN humano?
4) ¿Sus fenotipos (es decir su versión corpórea) están sujetos a un mecanismo de selección Darwiniana adaptativa, como las especies en nuestro planeta?
5) ¿Tienen “simbiosis” o algún lazo cooperativo con otros organismos, como los humanos con su flora bacteriana intestinal (microbioma), o son entes autónomos?
6) ¿Es esa simbiosis externa y visible, o la llevan en su interior?
7) Si tienen interior, ¿qué tipo de contenido energético metabolizan? (Nosotros consumimos glucosa, imaginen si ellos metabolizaran campos magnéticos, por ejemplo.)
8) ¿Su conciencia o inteligencia están confinadas al ser mismo o incluyen también artefactos que ellos mismos crearon? (Esta pregunta no es peregrina, pues hay filósofos que hoy sostienen que nuestros teléfonos móviles y ordenadores representan extensiones de nuestra conciencia…)
No podemos contestar hoy ninguna de estas ocho preguntas con ningún nivel de certeza. Por ello podemos afirmar que es muy improbable que podamos hallar aquello que no solo no podemos concebir o imaginar, sino que no sabemos ni siquiera cómo buscar. Hay demasiadas cosas elementales que ignoramos como para poder aventurar una estrategia de acercamiento o esperar un encuentro franco.
En otras palabras, no podemos hallar algo que no sabemos ni remotamente qué es, ni cómo se manifiesta. El caso nos retrotrae a la encantadora historia infantil de Winnie-the-Pooh y su amigo Piglet, que buscan un “Woozle” y de pronto caen en la cuenta de que no saben cómo es. Ambos amigos terminan enredados siguiendo sus propias huellas. Puede que el alien se manifieste de forma discernible pero sus intenciones son por ahora tan inescrutables como su naturaleza misma. Es incluso posible que la vida en cuestión se halle completamente extinguida y solo prevalezcan artefactos autónomos de su civilización, robots quizá antiquísimos contando desde su fecha de extinción.
Ahora bien, supongamos que efectivamente existen inteligencias extraterrestres superiores capaces de llegar hasta nosotros atravesando distancias siderales inaccesibles para nuestras modestas posibilidades de viaje interplanetario. Evidentemente, tales civilizaciones han de ser mucho más avanzadas que la nuestra. ¿Pero cuánto más? La respuesta es: inconmensurablemente más, hasta el punto de volver absurda o incongruente toda posibilidad de un encuentro. Nuestro planeta tiene unos 4000 millones de años, y supongamos una antigüedad comparable o del mismo orden de magnitud para el planeta que albergase a los extraterrestres que nos visitan. Entonces habría una diferencia temporal en el desarrollo de las dos civilizaciones, digamos, de miles o millones de años, pues, en las escalas geológicas que comparamos, la posibilidad de que dos civilizaciones en dos planetas distintos se desarrollen en paralelo es nula a todo fin práctico. Eso haría imposible un contacto franco. Para entender este punto imaginemos por un momento que exhibimos un teléfono móvil en la corte de Ramses II (aquí solo hablamos de un desfasaje temporal de apenas 3300 años). La posibilidad de compresión del objeto exhibido por parte del faraón sería absolutamente nula, algo así como cuando, en 1532, se le exhibió una biblia al Inca Atahualpa y se le pidió que se convirtiera a la fe cristiana, a la fe que profesaba el conquistador Don Francisco Pizarro. Pero aun un desfasaje de unos pocos cientos de años entre dos civilizaciones volvería imposible cualquier posibilidad de entendimiento. Imaginen exhibir el mismo teléfono móvil a Isaac Newton, probablemente uno de los mayores exponentes de la inteligencia humana: Newton no podría jamás hacer una ingeniería en reversa de este artefacto que le fuese exhibido. Simplemente no lo entendería.
Estos ejemplos sugieren que un desfasaje en nivel de desarrollo del orden de millones de años, perfectamente factible entre dos civilizaciones que convergen en un encuentro interplanetario, volvería totalmente incomprensible e inescrutable para nosotros cualquier signo o gesto emanado de los extraterrestres o de los artefactos que pudieran haberlos sobrevivido. Esta inconmensurabilidad vuelve aun más improbable un contacto con algo que desconocemos profundamente y sobre cuya naturaleza no podemos responder ni siquiera a las preguntas más básicas.
Sin embargo, no podemos ser del todo pesimistas, especialmente cuando la Universidad de Harvard acaba de apostar por admitir el fenómeno OVNI en la esfera científica. La ciencia nunca desdeña lo inesperado y sólo lo opaco al entendimiento es lo que para ella realmente cuenta.
Figura. La foto McMinnville, una de las fotografías de OVNIs más conocidas y estudiadas. Algunos disputan su autenticidad. Dominio público: Wikipedia Commons.
Ariel Fernández Stigliano
Acerca del Autor
Ariel Fernández Stigliano obtuvo su doctorado en físico-química en Yale University, Estados Unidos. Fue profesor titular a cargo de la cátedra Karl F. Hasselmann de Ingeniería en Rice University y profesor de Ciencias de la Computación en la Universidad de Chicago. Ha publicado cerca de 500 artículos científicos, ocho libros y posee varias patentes tecnológicas.