En el año 1537 Diego Montes escribió el que hoy se estima como el primer tratado militar propiamente español: Instrución y Regimiento de Guerra. Este soldado viejo, que sirvió a las órdenes del Gran Capitán en las guerras de Italia, le dedicó este trabajo a Beltrán II de la Cueva, III duque de Alburquerque y III conde de Ledesma y de Huelma, (...)
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poseedor ya de una de las mejores bibliotecas nobiliarias del periodo y quien, a la par, con una dilatada experiencia, se había convertido en uno de los generales más destacados del César Carlos V. En 1548 Juan Quijada de Reayo le dedicó igualmente su Doctrina del Arte de la cavallería, lo que evidencia la intención de dejar tras de sí lo más parecido a una escuela de guerra.
Beltrán II de la Cueva nació en la segoviana villa de Cuéllar en el año 1478. Era hijo de Francisco Fernández de la Cueva y nieto del otro Beltrán, I duque de Alburquerque, a quien los partidarios de la reina Isabel I de Castilla otorgaron la paternidad de la pretendiente al trono, conocida por ello como Juana “la Beltraneja”. Su madre era Francisca de Toledo, hija del I duque de Alba.
Uno de los primeros conflictos en que tomó parte como militar fue el de los comuneros de Castilla, participando en la definitiva batalla de Villalar, en 1521. Dos años más tarde acudió al frente de Navarra en contra de Francia, donde sirvió con su hermano Luis de la Cueva, llegando a ser nombrado capitán general de aquel ejército y significándose en especial en las operaciones de San Juan de Luz.
Años después, en 1535, falleció el virrey de Aragón Juan II de Lanuza. Carlos V pensó en él para asumir la gobernación y sucederle, pues su valía estaba probada y fuera de toda duda. De que gozaba de la confianza plena del monarca es buena muestra que, un año antes, había sido recibido como miembro de la prestigiosa orden del Toisón de Oro. Es probable que el nombramiento de este noble castellano hubiera respondido a que el anterior virrey se había opuesto al centralismo propugnado por la Corona. Por ser foráneo su designación no fue del agrado del pueblo aragonés y, sin embargo, su labor política no agravó esta situación; más aún, cuando fueron años difíciles de carestía. La primera obra que antes he citado fue escrita en este periodo, justo en el año en que el emperador habría de visitar Aragón en un total de cuatro ocasiones, siempre con el fin de recabar fondos para sus proyectos europeos y en el Mediterráneo.
En 1539 es relevado del cargo, siendo posteriormente enviado a la Corte de Enrique VIII de Inglaterra como diplomático. El emperador le asignó la ardua tarea de tratar de sumar la voluntad de este personaje tan volátil a la suya; en contra del rey Francisco I de Francia, que a su vez había buscado apoyo en el imperio otomano, conformando una alianza antinatural.
Desde su llegada a Londres, en los primeros meses de 1544, supo ganarse el favor del monarca inglés y de su Cámara, siendo alojado incluso en unas dependencias cercanas a la residencia real de St. James. Unos meses más tarde, en septiembre, ya estaba tomando parte en la conquista de la ciudad francesa de Boulogne-sur-Mer. Dice el autor inglés Noel Fallows que las instrucciones que éste dio en el cerco fueron de tal utilidad, que se ganó el respeto y reconocimiento de toda la aristocracia inglesa, llegando incluso Enrique VIII a solicitar permiso a Carlos V para nombrarle general de sus tropas en esta campaña, convirtiéndose por ello en uno de los pocos españoles y, por defecto extranjeros, que han recibido tal honor en la historia de los ejércitos del Reino Unido.
Esta victoria precipitó la llamada Paz de Crépy entre Francisco I de Francia y el emperador Carlos V, la cual puso fin a esta nueva etapa del conflicto hispano-francés en Italia. No obstante, el rey galo no dio por concluido su enfrentamiento con Inglaterra, ni por perdida dicha ciudad, que trató de recuperar sin éxito a lo largo del mes siguiente. Para Beltrán la guerra continuaba y Boulogne sería de titularidad inglesa durante una década más.
Como represalia, el rey de Francia dio orden de invadir Inglaterra. En julio del año siguiente, 1545, su armada zarpó al encuentro de la inglesa en Solent. La gala era más poderosa y buscaba un enfrentamiento en mar abierto. Los ingleses, por su parte, prefirieron optar por la retirada, tratando de arrastrar a los pilotos de las naves enemigas hacia los angostos canales de Spithead. La treta no surgió efecto, pues los franceses optaron por ocupar la isla de Wight, arrasando todo a su paso.
De inmediato se orquestó una contraofensiva, mediante la cual se concentraron los combates en la ciudad de Bonchuch. La operación duró varios días. Las crónicas ofrecen pocos datos sobre este episodio, alguna incluso reconoce como vencedora a Francia, pero el resultado final fue que los invasores hubieron de abandonar suelo británico y poner fin a su conato de expansión.
De vuelta a España se asentó en su castillo de Cuéllar, donde acometió una serie de reformas y creó en torno a sí una Corte, que se toma como modelo arquetípico de lo que fue propio de la nobleza renacentista. Con todo, en 1552 fue reclamado de nuevo por el emperador, quien le tenía reservada una nueva misión, ponerle al frente del virreinato de Navarra en sustitución del duque de Maqueda. Este cargo fue el último, pues lo ocupó hasta el momento de su muerte, en 1560. Le sucedió como titular de la casa ducal su hijo Francisco y, tras su muerte, su otro hijo Gabriel, que le había acompañado en parte de sus campañas, entre ellas las que tuvieron lugar en el entorno del canal de la Mancha.
Hugo Vázquez Bravo