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Archer nació el 10 de marzo de 1870 en Redding, en el Estado norteamericano de Connecticut. Contaba con 14 años cuando su madre contrajo matrimonio con Collis Potter Huntington, quien lo reconoció como hijo y le dio su apellido. De inmediato se convirtió en el heredero de una de las fortunas más importantes del país, la que su padrastro, considerado uno de los “Cuatro Grandes” magnates del ferrocarril occidental de los Estados Unidos, había amasado en compañías como la Central Pacific, la Southern Pacific Railroad y la Chesapeake & Ohio Railway, además del astillero Newport News Shipbuilding and Drydock Company. Esto le permitió acceder a los más prestigiosos centros de enseñanza de Nueva York, escogiendo para su desarrollo personal la rama de Humanidades, sin duda motivado por las inquietudes de su madre, Arabella Duval Yarrington.
En el año 1882 realizó su primer viaje a Europa. En este periplo por el viejo continente visitó en Londres el Bristish Museum y el Louvre en París, si bien lo que despertó su mayor interés fue el descubrimiento de una obra sobre los gitanos españoles, The Zincali, de George Borrow. A su vuelta a casa decidió comenzar a estudiar nuestro idioma.
Los siguientes años estuvo ocupado en formarse para participar de los negocios de su padrastro, invirtiendo únicamente su tiempo libre en lo que ya se había convertido en su pasión, el Arte y la cultura españolas. En su mente ya estaba cristalizando la idea de crear un museo dedicado a España, aún a pesar de que todas las noticias que tenía sobre ella eran indirectas.
No fue hasta 1889 cuando, fruto de un viaje de negocios a Méjico, se produjo esa primera toma de contacto con lo hispano. El resultado de esa experiencia le animó a dejar de lado toda labor empresarial, dedicándose desde entonces en cuerpo y alma al desarrollo de ese “museo” con el que llevaba años soñando. Ya por entonces, su biblioteca personal contaba con más de dos mil obras.
Tres años más tarde realizó su primera visita a España, acompañado por su tutor, el profesor de la universidad de Yale e hispanista William Ireland Knapp. Las vivencias de esa aventura quedaron plasmadas en la publicación de su cuaderno de viaje: A note-book in northern Spain (1898). Al tiempo, comenzó a trabajar en una edición en inglés del Poema del Mío Cid y, decidido a realizar una inmersión total en nuestra cultura, incluso llegó a tomar clases de árabe.
En el año 1898 volvió a España de nuevo. En esta ocasión se asentó en Andalucía, donde siguió adquiriendo libros para engrosar su biblioteca. Además, promovió unas excavaciones arqueológicas en las ruinas de la ciudad romana de Itálica, aunque el estallido de la guerra de Cuba le obligó a retornar a su país.
Dos años más tarde su padrastro falleció. La suntuosa herencia le permitió poner en marcha su proyecto y crear el “Museo Español”, que abrió sus puertas el 18 de mayo de 1904. La base de la exposición y de su biblioteca quedó constituida por materiales de diverso origen. A las adquisiciones ya mencionadas que obtuvo durante sus viajes por toda Europa e Iberoamérica, y los materiales extraídos de las excavaciones, se sumó la compra de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, que hasta entonces había permanecido en su palacio de Sevilla.
La fundación que habría de gestionar museo y biblioteca se creó cuatro años después, la Hispanic Society of America. El principal objeto que se fijó, fue el de fomentar el “estudio de las lenguas, la literatura y la historia española y portuguesa”. La actividad inaugural consistió en una exposición del pintor valenciano Joaquín Sorolla, que de inmediato se convirtió en todo un éxito tanto para el autor, como para el promotor, pues por sus salas pasaron unas 160.000 personas en poco más de un mes. La principal institución que se habría de ocupar de nuestro pasado y presente en América era ya toda una realidad.
En las dos décadas siguientes el programa de adquisiciones para la Hispanic Society continuó, si bien, al contrario de lo que Archer había hecho en el pasado, decidió que su misión era la de agrupar piezas de valor que estuviesen fuera de la península Ibérica. En otra visita que realizó a España en 1912, en una audiencia ante los reyes, aseguró que no pretendía arrebatar al país su patrimonio, y que entendía sobradamente la preocupación por el expolio que muchos de sus adinerados paisanos estaban realizando en Europa.
Sin embargo, de nuevo un conflicto, en este caso la primera Guerra Mundial, produjo un cambio en la política interna de la institución. Aunque las adquisiciones no se han detenido hasta la actualidad, también se han de valorar las importantes donaciones que han recibido, se observó que los materiales reunidos eran abundantes, y que se debía promover su estudio y correcta catalogación, lo que conllevó la contratación de consumados especialistas en todas las áreas de conocimiento representadas.
En lo personal, el creador de este verdadero hito relacionado con nuestra historia, enemigo de todo reconocimiento, pues siempre se negó a que su nombre figurase en ninguna de sus obras, hubo de ceder antes los honores recibidos en las más prestigiosas universidades, como las de Yale, Harvard, Columbia y Madrid. Fue miembro de los patronatos de otros museos de relevancia, como el American Museum of Natural History, y también correspondiente de la Real Academia Española, la de Historia y la de Bellas Artes de San Fernando. No deberíamos pasar por alto que, además de los logros en su país, en el nuestro igualmente contribuyó a la fundación de otros museos, como el de la casa de Cervantes en Valladolid o la del Greco en Toledo.
Tras su muerte, en 1955, como seguramente fue su deseo y gracias a una magnífica gestión, la actividad de la institución que había creado no hizo sino consolidarse. Sus fondos fueron ampliándose, la actividad investigadora siguió dando frutos en forma de monografías, se continuó con la labor de crear exposiciones y, como consecuencia de la reforma y ampliación de sus instalaciones en 2017, unos dos centenares de piezas pasaron a formar parte de una muestra itinerante que fue inaugurada en el Museo del Prado. En señal de reconocimiento a toda esta trayectoria, ese mismo año la Hispanic Society fue galardonada con el premio princesa de Asturias. Y, desde 1998, una Asociación de Amigos con sede en Madrid y hermanada con su homónima de los EEUU colabora con sus fines. La ilusión de aquel chico que un día compró un libro sobre España y quedó maravillado, terminó por convertirse en una de las referencias más sólidas a nivel mundial de nuestro Arte, Literatura e Historia.
Hugo Vázquez Bravo