… Radical falacia la del Gobierno de España en sus anteriores afirmaciones, que ampara así la imposición ideológica y física de ese fascismo irredente que representa el “Nuevo Orden Mundial” conformado, no por un oscuro e indeterminado grupo de personajes detentadores de todo el poder, que probablemente ni siquiera exista como organización, sino por aquellas ideologías surgidas en los años setenta del pasado siglo y que, diluidas en “nuevas culturas”, como el New Age, el violento Wokismo generalista y la cruzada particular del Género, han tomado progresivamente los sectores susceptibles de modelar la opinión pública imponiendo a esta sus principios demoledores con la condición añadida de la destrucción de todo aquello que los enfrente: principios, creencias, tradiciones y hasta la misma historia de la Humanidad.
Si a lo expuesto sumamos la globalización derivada de la explosión tecnológica, nos encontramos en una situación que ni la distopía más disparatada aflorada hace solamente unas décadas podía imaginar. Y no olvide el lector que, del mismo modo que las grandes corrientes de pensamiento en los siglos pasados tenía su origen en Europa, este implacable fascismo se origina, desarrolla y expande en y desde los Estados Unidos de América, sin que las llamadas angustiosas de sus intelectuales no contaminados tengan eco y surtan el menor efecto, siendo tachados si son republicanos de fascistas –término que, como verán, nos sirve a todos y para todo–, y de descerebrados si son demócratas.
La estrategia y metodología para la imposición de este nuevo orden es simple y eficaz: se disfraza de bondades y modernos avances lo que en el fondo es la extirpación de todo aquello que nos ha hecho ser lo que hoy somos. Así, el Gobierno de España en su presentación de su Ley de la Enseñañza, nos habla gentil y displicente de los derechos de la infancia como principios rectores, de una mayor personalización del aprendizaje, de la equidad y la excelencia como ejes de la transformación del sistema, de la modernización del currículo, de la ordenación de las enseñanzas, de la participación de la comunidad educativa y del amplio proceso de participación en su elaboración, ¡con más de 43.000 correos electrónicos recibidos en una primera fase de consultas!
Pues bien, el Real Decreto aprobado ayer en Consejo de Ministros y entrado en vigor hoy, ceñido al entorno de la ESO, además de ser un farragoso mamotreto imposible de ser leído y asimilado en un tiempo razonable por un ciudadano normal y corriente, que habría de hacer un estudio detallado con auxilio de elementos ofimáticos para obtener la savia del mismo en unos cuantos enunciados, disfraza y encierra una visión del mundo que, si bien viene determinado formalmente por la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, va mucho más allá de esa cosmovisión: pretende fabricar ciudadanos acordes con los principios de esas “nuevas culturas” salpicando sus contenidos con píldoras ideologizantes –más bien con bombazos–, tendentes a consolidar un multiculturalismo discriminado positivamente, en una sociedad carente de identidad común, personal y de género, lejos de cualquier influencia nacional –sea cultural o histórica, patrimonio inapreciable en grave riesgo de desaparición– y asentada en un mundo de Pinypon de color rosado tirando a morado radical-feminista.
Varios medios de comunicación han puesto el foco sobre alguna de esas píldoras del currículo así impuesto a nuestros estudiantes en edad más delicada de cara a su futuro ciudadano, que por su contenido asombran, siendo innecesario por evidente resaltar nuevamente el criterio de asepsia ideológica que debe primar en la enseñanza de las Humanidades –en las Ciencias debería darse por asumido y vemos que tampoco es así– y que abandona por impropio a sus intereses el Real Decreto sobre la ESO que hoy ha entrado en vigor, sin más legitimidad que la santa voluntad del conglomerado ideológico que nos gobierna.
La necesidad urgente de un cambio radical de rumbo en las políticas corrosivas de los partidos políticos que en pirueta democrática gobiernan España se hace patente, una vez más, con el decreto apuntado. Muchos confiamos –y yo el primero– en que serán las urnas más pronto que tarde las que devuelvan la serenidad y el buen juicio a nuestra sociedad, avanzando, eso sí, pero por camino seguro y no siempre al borde del precipicio.