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Pantaleón y los indígenas

Por Juan Ignacio Villarías
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Ante todo habrá que aclarar el significado de indígena, y lo tenemos que aclarar antes que nada porque muchos hablantes y escribientes parece que no lo tienen bien claro.

Pantaleón y los indígenas

Y para ese propósito, nada mejor que consultar el diccionario, es muy fácil, ya no hace falta ni coger el libro de la estantería, sino que de un par de golpes de tecla ahí aparece en la pantalla todo lo que se quiere saber. Lo que hace falta es voluntad de saberlo, que no todos la tienen, sino que escritores no faltan hoy en día que se arrojan al difícil empeño de escribir sin haber abierto nunca un diccionario. Escribir sin diccionario es como tocar el piano de oído, sin saber nada de solfeo. Veamos. Indígena, adjetivo, género común, del latín indígena, pero sin acento, pues en aquel idioma no los había. Originario del país de que se trata, aplícase a personas, úsase también como sustantivo.

Pero los periodistas sapientísimos se creen que indígena tiene que ver con indio, y que se dice indígena a modo de eufemismo por no decir indio, que suena un sí es no es peyorativo, o cuando menos un tanto despectivo, o que podría ser tomado en mala parte, lo mismo que dicen personas de origen magrebí por no decir moros. Y no es así, ni mucho menos, sino que indígenas en España somos nosotros, mientras que extranjeros, por el contrario, son todos los venidos de fuera, tales como los indios hispanoamericanos a quienes algunos ignorantes, de ésos que todo lo saben, llaman precisamente indígenas, justo al contrario de como debiera ser.

Lo mismo le pasó a un tal Pantaleón, no sé si era nombre de pila o apellido, director en Laredo del Banco Desentender, el que se desentendía entonces, ahora ya no, de la aptitud y la preparación de su personal directivo. El abajo firmante, servidor de ustedes, ha tenido la fortuna o la desdicha de haber prestado sus valiosos servicios, lo de valiosos es un tópico, en esa santa casa, y puedo asegurar que he tenido cada jefe, cada patán y cada chulo he tenido que aguantar, que para qué les voy a contar. Porque es que resulta que cuanto más inepto es un jefe, está comprobado, más chulo se muestra en su trato con el personal a su cargo. Y viceversa, con un jefe culto y bien preparado, da gusto.

Pues bien, este Pantaleón, director de la sucursal de Laredo, dicen que por navidad colocaba encima de la mesa de su despacho, o bien un jamón, o una caja de puros, u otra cosa de no menos valer, y entonces, cuando venía un cliente a tratar algún asunto, le recibía fuera del despacho, en lo común de la oficina, y le decía más o menos así:

– Pase, pase a mi despacho, que ahora mismo voy.

Y a continuación entraba, y al ver el fingido obsequio encima de la mesa, aparentaba sorpresa y exclamaba:

– Pero, hombre, ¿por qué se ha molestado usted?

Y el cliente entonces se quedaba medio cortado, como si dijéramos, y no tenía más remedio que reconocer que el regalo no era suyo, pero quedaba, eso sí, en cierto modo obligado a traer un regalo verdadero a continuación y en toda regla, aparente para el caso.

En uno de aquellos años lejanos acudieron a veranear a Laredo unos negros, así se decía entonces, hoy habría que haber dicho unos ciudadanos de origen centroafricano, procedentes aquéllos de la Guinea entonces española, se conoce que invitados, a saber por qué organismo oficial, para que conocieran la metrópoli y volvieran contentos a su pueblo selvático y ecuatorial. Yo me acuerdo de verlos por Santoña, el pueblo frontero a Laredo, llamaban mucho la atención, la chiquillería, incluido el que suscribe, andando detrás de ellos, mirándolos como pasmarotes, como aquél que está viendo un prodigio de la naturaleza, pues negros no se habían visto nunca por el pueblo, lo mismo que ahora, que a veces ya no sabe uno si está en España, o en el África ecuatorial.

Laredo entonces era una villa que ya empezaba a mostrar pujos de moderna localidad de veraneo. Se acabó el verano, y se marcharon los veraneantes, es de lo más natural. En verano da gloria estar aquí, pero los inviernos, aunque suaves de temperaturas, se presentan muy lluviosos y aburridos.

– Ya se han ido – le comentaba un cliente a Pantaleón – los turistas, ¿eh? Ya sólo quedan los indígenas.

– No, ¡qué va…! Los indígenas también se fueron.

Y es que Pantaleón, que de pequeño había leído una novela ilustrada de aventuras de la selva africana, se creía, igual que muchos periodistas ilustrados, que los indígenas eran los negros.
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