... Así ha sido siempre. Como dijera el General Wesley Clark durante la guerra de Kosovo “ningún objetivo o conjunto de objetivos era más importante que el de mantener cohesionada la OTAN.”[1]
La resiliencia, que es de lo que se está hablando, encarna un proceso: es el arte de navegar en los torrentes. Esta se mediría por la fortaleza frente a perturbaciones externas, pero también por su capacidad para volver a su funcionamiento tras una perturbación; e incluso por su capacidad de transformarse para afrontar nuevos retos. Es la resiliencia como estabilidad, como capacidad de recuperación o incluso de transformación.[2]
Así, la OTAN acreditando su resiliencia, tras la caída del Muro y siendo una organización político militar, mutó, de modo que el peso del componente militar disminuyó en beneficio del rol político. Su existencia hoy se explica por los beneficios que aún trae para sus miembros. La OTAN ha estructurado un espacio de estabilidad y diálogo constante. Su desaparición hubiera provocado el rearme de sus miembros y desestabilizado Europa.
Enfocarse en la resiliencia supone centrarse en lo que las organizaciones pueden hacer por sí mismas. Los términos “resiliencia” y “vulnerabilidad” son las caras opuestas de la misma moneda, pero ambos son los términos relativos. Como la vulnerabilidad, la resiliencia es compleja y multifacética.
La formulación del concepto, aunque intuida por muchos –Clausewitz entre otros– es relativamente reciente y se debe a Bolwby (1992) que la definió como «resorte moral, cualidad de una persona que no se desanima, que no se deja abatir» e incorpora dos componentes: es la resistencia frente a la destrucción; y más allá, la capacidad de forjar un comportamiento positivo aun en circunstancias difíciles. El concepto incluye, además, la capacidad de un sistema social de afrontar adecuadamente las dificultades, de una forma socialmente aceptable.[3]
Cohesión y resiliencia: valores e intereses compartidos
El espacio de la Seguridad y Defensa agrupa unos intereses vitales que, por serlo, trascienden la coyuntura interna de los países, estos son los más fríos de los intereses fríos, al decir de Bismark. Estos son constantes en el tiempo y cuentan con una vocación de largo plazo; el camino emprendido en común sirve para limar asperezas y poner en valor lo común.
Ello se explica porque los acuerdos militares implican una similar visión del mundo, valores compartidos e intereses comunes, esto es, sin graves incompatibilidades, cuando no de una amenaza o un enemigo que afrontar. A su vez estos acuerdos, por su carácter nuclear, tienden a expandirse a otros ámbitos: comerciales, tecnológicos, industriales…
En los acuerdos bilaterales, su naturaleza depende sustancialmente del potencial de las partes; normalmente proporcionan un mayor respaldo político, pero son más frágiles. Si las partes son manifiestamente heteropotenciales la relación difícilmente puede ser biunívoca pues son difíciles los mecanismos de compensación adecuados. Como resultado se genera una gran dependencia de la parte más débil al tiempo que la más fuerte puede romperlos con menor costo.
La cooperación multilateral al diluir las diferencias individuales puede servir como medio de contrarrestar los desequilibrios en las relaciones de poder, ya que reduce la pérdida de soberanía implícita a cualquier pacto y la dota de una dimensión más igualitaria y democrática. Los acuerdos multilaterales permiten una mejor articulación de los intereses, amplían el marco para la negociación y el intercambio confiriéndole, además, un carácter estable y duradero.
Es más, el mero fallo de un Estado hace vulnerable al conjunto del sistema. Puede decirse así que la OTAN cuenta con la fortaleza del Estado más débil, lo que obliga a su fortalecimiento por mero interés general, mejorando la igualdad.
Una cuestión derivada de estas relaciones es que limitan el alcance de las controversias entre las partes con intereses enfrentados como consecuencia natural de los límites impuestos por el marco. Aún es más, el hecho de que se amplíe el abanico de opciones de negociación da más cancha al encuentro, lo que a su vez legitima las decisiones no sólo con la aquiescencia de todos sus miembros, sino también con la fuerza del concierto de voluntades de una comunidad de naciones formado a partir de los principios de diálogo y cooperación.
Esto da pie a una notable práctica de intercambios de apoyos para las más diversas instancias internacionales, lo que se conoce como fórum shopping. El apoyo de países como Estados Unidos se torna crítico en este contexto por su representación en todas ellas.
La existencia de un foro permanente e institucionalizado de debate permite modular el conjunto del proceso y facilita la creación de canales informales.
Así los militares cuando retornen a sus países mantendrán el contacto con sus compañeros a los que dispensarán de confianza y atribuirán, pues los conocen, credibilidad. De esta manera personalizarán las relaciones interestados y, con ello, se contribuye al afianzamiento. Además, son mesas permanentes y arbitradas para el encuentro político y la resolución de todo tipo de problemas comunes.
Es más, puede afirmarse que los acuerdos militares no sólo gozan de una gran estabilidad, sino que contribuyen a la pronta recuperación de las relaciones diplomáticas interestados tras cesar su perturbación.
Y es que han demostrado ser capaces de soportar las modificaciones en las coyunturas políticas de las partes y aún del propio escenario internacional, ya que las relaciones entre las Fuerzas Armadas de un mismo entorno estratégico afectan directamente a sus intereses vitales y requieren de una poderosa base cultural común. Otras razones están en la cultura de los Ejércitos como organización, en el prosaísmo de la rutina castrense y en su tendencia natural a perpetuar lo que ya está en marcha.
Así, las organizaciones de Seguridad y Defensa, como es el caso de la OTAN, pueden resultar fruto del momento, de la necesidad de responder frente a un enemigo común lo que obliga a dejar aparcada las diferencias y contradicciones y posibilita una construcción sólida y duradera. Pero una vez creadas trascienden a las causas que sirvieron a ello e incluso a su propio éxito.
Como resultado, la OTAN es la organización que más intereses de europeos y norteamericanos agrupa. De hecho, no hay organizaciones comerciales, ni siquiera acuerdos que la iguale. Recuérdese el fracaso del Tratado de Libre Comercio entre Europa y Estados Unidos que, por el contrario, sí prosperó con Canadá. La OTAN es un puente que une las orillas de ambos continentes. De hecho, puede decirse que es el único puente que de facto los une. Y volar puentes es una actividad infrecuente.
Conclusiones
El mundo está en permanente transformación. La globalización es un proceso difícil de impedir y aun de condicionar. En este contexto, la OTAN es la única organización intergubernamental que incorpora formal y específicamente a Europa y a América del Norte como únicos actores.
Estados Unidos y Europa representan cada uno menos del 20% del PIB mundial y es de prever el sorpasso de China antes de 20 años, si es que este no se ha producido ya, de modo que el PIB europeo y norteamericano, pese a incrementarse, se reduciría en ambos casos a menos del 15%. Por tanto, si Europa y Estados Unidos quieren operar en el medio internacional deben ir juntos.
La OTAN puede tener sus problemas y sus debates, pero su disolución no sería una buena noticia para sus miembros. Por el contrario, y como a todo puente, interesa reforzarla, fortalecerla. Y más si se piensa que sin la conformidad de Estados Unidos, y hasta sin su patrocinio, la Unión Europea no hubiera existido.
Estados Unidos dota de la mayor parte de las capacidades a la Alianza no en vano asume en torno al 36% del gasto militar mundial. Pero ese no es fruto de una desinteresada prodigalidad; Estados Unidos es una potencia global, y las Fuerzas Armadas están dimensionadas de modo acorde a los intereses. Tal cosa es muy gravosa tanto en términos económicos como militares y políticos.
La OTAN, a su vez, actúa reforzando a este país políticamente, además de militarmente. El liderazgo de los Estados Unidos requiere, para poder existir, la concurrencia de otros actores. A través suya obtiene legitimidad para las operaciones en las que esta organización se implica, la de nada menos que de 29 democracias –algunas de ellas las más avanzadas del mundo– toda vez que las decisiones en su seno se toman por unanimidad. Y la legitimidad en un conflicto es muy relevante, habida cuenta de su eterna naturaleza política. Por eso Estados Unidos no es Marte ni la UE Venus.
El centro de gravedad de la Alianza Atlántica ha sido siempre su resiliencia, la cohesión del conjunto de aliados. La solidez del vínculo trasatlántico fue lo que hizo posible la derrota de la Unión Soviética. La fuerza de la OTAN se basa en la solidaridad euroatlántica y en la credibilidad de su disuasión, de su herramienta militar. Mejorar la resiliencia de la OTAN es fortalecer su cohesión y tal cosa pasa por mejorar tanto la cohesión de la Unión Europea como la del vínculo transatlántico, pero también fortaleciendo una visión compartida e incrementando los intereses y relaciones que los unen, esto es, propiciando su integración.
Federico Aznar Fernández Montesinos
[1] KAGAN, Robert. Poder y debilidad. Editorial Taurus, Madrid 2003, p. 79.
[2] URIARTE ARCINIEGA, Juan de Dios. “La perspectiva comunitaria de la resiliencia.” Psicología Política, Nº 47, 2013, 7-18
[3] MUÑOZ GARRIDO, Victoria; DE PEDRO SOTELO, Francisco. “Educar para la resiliencia. Un cambio de mirada en la prevención de situaciones de riesgo social.” Revista Complutense de Educación Vol. 16 Núm. 1 2005, pp. 107-124