(...) Pedro Nolasch, el futuro san Pedro Nolasco, hijo del Guillermo y Teodora -ambos emparentados con la primera nobleza de Francia-, aunque no se conoce con exactitud dónde nació, sí se sabe que su vida transcurrió fundamentalmente en Barcelona. Sus padres no tenían hijos y a los peregrinos que marchaban camino del sepulcro del Apóstol Santiago, a los que con mucha frecuencia acogían en su casa, les facilitaban provisiones y dinero para el camino y les rogaban encarecidamente que solicitaran al Apóstol su intercesión con el fin de que les concediera un hijo. Precisamente, el 1 de agosto, quizá del año 1182, llegó el tan deseado hijo al que pusieron, con cierto carácter profético, Pedro, por cuanto el 1 de agosto se celebraba en la Iglesia la liberación milagrosa del apóstol San Pedro de la cárcel y de sus cadenas, y Pedro Nolasco liberó de sus cárceles y cadenas a muchos centenares de cautivos. En un primer momento, vendiendo sus bienes y rescatando, con gran éxito –no hay que olvidar que Pedro era un competente comerciante-, cautivos de las mazmorras musulmanas, sobre todo, a los que, incapaces de soportar el cautiverio, estaban dispuestos a apostatar para librarse de él.
Otro de los protagonistas fue San Raimundo de Peñafort, considerado por muchos el mejor canonista de su siglo y uno de los mejores de la historia de la Iglesia. El P. Raimundo de Peñafort O. P., hijo del señor del castillo de Peñafort y de su esposa Sara, es el autor de la compilación de las Decretales de Gregorio lX -el llamado Corpus Iuris Canonici- y patrono de los juristas y abogados.
El tercero, fue el rey, Jaime I, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de El Conquistador (en aragonés Chaime lo Conqueridor), fue rey de Aragón, Valencia y Mallorca, conde de Barcelona y señor de Montpellier. No obstante, según parece probado históricamente, tuvo una infancia triste, dado que su padre llegó a repudiar a su madre y más aún, Jaime fue concebido gracias al engaño de varios nobles y algún eclesiástico, que temiendo la falta de sucesor, hicieron creer a su padre que se acostaba con una de sus amantes, pero en realidad lo hacía con su legítima esposa, la reina. Pero, el padre, Pedro ll, rechazó a su hijo, concebido con engaño y mediante pacto matrimonial con Simón, señor de Monfort, lo casó con la hija de éste, por lo que Jaime estuvo recluido hasta los 18 años en el Castillo de Carcasona.
Pedro vio confirmada su vocación de manera sobrenatural. He aquí cómo lo cuenta Godescard: “... Hasta que llegó el primer día del mes de agosto (de 1218) en que se celebran las Cadenas de San Pedro, y cumplía años San Pedro Nolasco; y estando aquella noche el santo en fervorosa oración, pidiendo a Dios que librase a los cautivos de las cadenas de los moros, como había librado al apóstol de las de Herodes, vio de repente a la reina de los Ángeles que, como dice San Efrén, es la verdadera redentora de cautivos, con grande majestad y gloria, vestida de hábito blanco, acompañada de San Pedro y Santiago, patrón de España, y los Santos patronos de Barcelona, y le declaró cómo era su voluntad que se fundase una religión (Orden religiosa) en su nombre para redimir cautivos, con obligación de quedarse en prisiones, si fuese necesario, para que quedasen libres los que estuvieren en peligro de faltar a la Fe”.
Pedro Nolasco decidió consultar primero con su confesor, San Raimundo de Peñafort. Su asombro no conoció límites, cuando el propio San Raimundo le confesó que él había tenido exactamente la misma revelación la noche anterior. Seguros los dos de que se trataba de una inspiración divina, pidieron audiencia al rey para fundar una Orden dedicada, sobre todo, a la liberación de los presos cautivos por los musulmanes en el sur de la Península y norte de África. Ante su extrañeza el rey, Jaime I, les recibió en el acto y oído lo que Pedro y Raimundo le contaban cayó de rodillas y con palabras entrecortadas por la emoción confesó, a su vez, que aquella noche había tenido idéntica revelación. “Y sin ninguna dilación se fundó en la Iglesia catedral de Barcelona la Orden de Nuestra Señora Santa María de la Merced”. (Pedro de Ribadeneyra (1527-1611), Flos sanctorum, Madrid, Compañía de Libreros, 1761, p. 211). La fundación se produjo, según escribe Gumersindo Placer López, O. de M.: “El día 10 de agosto de 1218, fiesta de San Lorenzo, ante el altar de Santa Eulalia de la Iglesia catedral de Barcelona; el obispo de la misma, don Berenguer de Palóu, vistió canónicamente el hábito blanco al Santo y algunos de los jóvenes que con él trabajaban, y en su escapulario portaron el escudo con la cruz blanca de la catedral de Barcelona, sobre fondo rojo, sobre los cuatro palos rojos, en fondo dorado, del escudo del Reino de Aragón, donado por el rey Jaime I, que fue, por lo demás, como una especie de salvoconducto ante los jefes mahometanos. De esta manera quedó fundada la Orden de la Merced. Durante el siglo XIII se llamó a la nueva Orden, indistintamente, de Santa María de la Merced, o de la Misericordia de los Cautivos, dado que la palabra merced durante la Edad Media significaba misericordia.” (Gumersindo Placer López, O. de M., AÑO CRISTIANO, B.A.C., 1959, p. 770). Durante los 16 años que estuvo san Pedro Nolasco en este ministerio redimió un número total aproximado de 1450 cautivos.
La Virgen de la Merced, al fundar su Orden, no sólo pidió la libertad física de los cautivos, sino que encomendó a los mercedarios, como más importante que la liberación física, el apostolado, la predicación y evangelización, no sólo de los prisioneros, sino también de sus captores, así como de los pueblos donde recogían limosnas para el rescate. Y es que, las condiciones de cautiverio eran tan duras durante el siglo Xlll, que algunos cristianos pensaban apostatar con tal de librarse de aquel sufrimiento de hambre y trabajos forzados durante el día y las noches en mazmorras insalubres, atados y con un cepo que les impedía incorporarse. En esos casos, los mercedarios, si no tenían el dinero del rescate, sustituían al preso y se quedaban en su lugar, a la espera que les pudiesen liberar a ellos, lo que no siempre sucedió.
Uno de los redentores que sustituyó en las mazmorras a un cautivo y que constituye una manifestación del afán apostólico que les encomendó la Virgen, la probó el mercedario san Ramón Nonato (no nacido, puesto que lo sacaron del vientre de su madre muerta), al que los musulmanes le taladraron los labios con un a modo de candado, con objeto de que no pudiese predicar y únicamente se lo abrían para ingerir la comida, si bien al final lo apalearon hasta matarlo.
De hecho, la Oración colecta de su Misa, dice: “Oh Dios, que por medio de la gloriosísima Madre de tu Hijo te dignaste dotar a tu Iglesia con una nueva familia religiosa para redimir a los cautivos cristianos: haz que seamos libres de todos los pecados y del cautiverio del demonio, por los méritos e intercesión de Aquella a la que devotamente veneramos como fundadora de tan gran familia. Por nuestro Señor Jesucristo.”
Pero, para hablar de la Virgen de la Merced y de su espiritualidad, lo más acertado es hacerlo con el Maestro General de la Merced, el P. Pedro Mariano Labarca Araya: “Cuando -ya desde el segundo viaje colombino, el 1493- se asumió el reto de la evangelización de todo el continente americano, llamado el “Nuevo Mundo”, al ser seleccionados los mercedarios junto a las tres órdenes mendicantes -franciscanos, dominicos y agustinos- por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, se sumaron a esa empresa gigantesca evangelizadora, abriendo caminos nuevos, creadoramente, y llevando en una mano el Evangelio y en la otra la imagen de María como Madre de la Merced. Esto explica la honda y permanente devoción mariano-mercedaria que pervive en el continente americano. Su elección como patrona de capitales y ciudades de varios países -Argentina, Ecuador, Perú, Santo Domingo...-, así como en diócesis, pueblos y templos; y la innumerable toponimia, antigua y nueva, en todas partes, es indicio y testimonio claro de una devoción que estuvo, y sigue estando, vinculada a la misión.
El siglo XIX no logró borrar la huella de la Merced, a pesar de sus crisis profundas y cambios radicales. Y el final de las redenciones tradicionales en zona musulmanas, lo mismo que la disolución de las provincias de la Orden en algunos países, tuvo como contrapartida el nacimiento de numerosos institutos religiosos femeninos con la advocación mercedaria. Actualmente continúa la vivencia del carisma, y su extensión a través de los religiosos y religiosas, fraternidades laicales y amigos de la Merced que, animados por el amor a María, ofrecen su específica forma de liberación en los cinco continentes, ocupados en numerosas obras de misericordia: ¡Sigue viviéndose, adaptado a los “signos de los tiempos”, el mismo compromiso con los oprimidos de hoy!
“Lo más característico de la devoción mercedaria es el carácter de compromiso, de caridad liberadora, que supone e imprime en sus devotos. María de la Merced es el modelo de una Iglesia que quiere ser liberadora; es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de una humanidad cautiva de los demás, e incluso de sí misma. En ella contemplamos la victoria del amor divino, que ningún obstáculo puede detener, y descubrimos a qué grados de sublime libertad eleva Dios a los humildes, como María reconoció en su “Magníficat”. Desde el siglo XIII, María de la Merced manifiesta y expresa esta función liberadora, a partir de la actividad realizada en este mundo. Ella es madre de Cristo y de cautivos y liberadores. Una auténtica devoción a María, en su advocación de la Merced, nos permite estar disponibles para participar con ella en la liberación de los oprimidos. Es una llamada constante a todos para estar atentos a los problemas actuales de los derechos humanos quebrantados, del peligro de perder la fe, de las nuevas cautividades institucionalizadas hoy día y ser capaces de constituirnos en servidores de los oprimidos” (Pedro Mariano Labarca Araya, Maestro General de la Merced en NUEVO AÑO CRISTIANO -José A. Martínez Puche, Director- , Ed. Edibesa, 2001, p. 486).
Finalmente, con el encanto de las hagiografías de hace dos siglos, se recoge una de las intervenciones milagrosas, que se atribuyen a la Virgen de la Merced: “Con motivo de una terrible plaga de langosta que sufrió la ciudad de Barcelona, el Consejo de Ciento, puso en la mano de la estatua de Nuestra Señora de la Merced, la petición de que los librase de la plaga: “Quedóse en la mano de María la petición de la ciudad, quedando ésta ya asegurada del consuelo que inmediatamente se experimentó, pues desde entonces no se vio langosta alguna, cuando antes se entraba hasta los más retirados retretes de las casas” (P. Juan Croisset, NOVÍSIMO AÑO CRISTIANO, 1813, p. 473).
Por consiguiente, el próximo día 24, las “Mercedes” celebran su onomástica de una de las advocaciones de la Virgen, junto a la del Pilar, más españolas, más americanas y más universales.
Pilar Riestra