En el prólogo a la segunda edición (1928) de su novela sobre el cainismo, Abel Sánchez (1917), Miguel de Unamuno escribió: “La envidia nació en Cataluña, me decía una vez Cambó en la plaza Mayor de Salamanca.”
Cuando esto escribía nuestro vasco y español universal, España vivía bajo la dictadura de Primo de Rivera, un régimen iniciado con un golpe de Estado madurado en Cataluña con el apoyo de la gran burguesía y clase media catalanas, régimen del que Unamuno se proclamó enemigo público número uno. En 1936, esa misma gran burguesía catalana con Cambó a la cabeza apoyará el golpe de Estado que conduciría, tras una trágica Guerra Civil, a la dictadura de Franco, apoyo al que agónicamente también se sumó en Salamanca el propio Unamuno durante los que serían últimos meses de su vida.
Desde la Revolución Francesa, con la aparición del socialismo, la envidia ha constituido sin duda el núcleo psicológico-político de las izquierdas revolucionarias (según destacaron tempranamente autores como Edmund Burke, John Adams y Alexander Hamilton), y que en España reconocieron desde mediados del siglo XIX pensadores liberal-conservadores como Nicomedes Pastor Díaz, Juan Donoso Cortés, Miguel de Unamuno o José Ortega y Gasset, hasta el más reciente Gonzalo Fernández de la Mora, autor del ensayo La envidia igualitaria (Planeta, Barcelona, 1984).
Pero la afirmación de Cambó contenía un significado más profundo que el referido a la ideología socialista. Aludía también al problema identitario, de la “nacionalidad catalana” y del nacionalismo catalán de izquierdas con sus diversas corrientes que confluirán en la Esquerra Republicana de Cataluña, expresión de una envidia social-nacionalista, una angustia que Américo Castro describió como una forma frustrante de “vividura”, de “vivir desviviéndose, anhelo de que la rueda del vivir hubiese girado en sentido inverso” (A. Castro, De la edad conflictiva, Taurus, Madrid, 1976, p.xlix).
No deja de ser significativo que los líderes de ese catalanismo radical, anárquico y separatista, con muy pocas excepciones, hayan sido personalidades moral o psíquicamente desequilibradas: Francesc Ferrer i Guàrdia, Francesc Macià, Lluís Companys, Jordi Pujol, Artur Mas, Pascual Maragall, Carles Puigdemont, Josep-Lluís Carod-Rovira, Oriol Junqueras, etc. Al mismo se han adherido con oportunismo estalinista políticos (del PSUC, del PSC y últimamente de las CUP, ANC, Òmnium Cultural, Comuns, Podemos, algunos socialistas, todos los comunistas e izquierdas en general) e intelectuales con sorprendente frivolidad (especialmente profesores progresistas en mi campo –que conozco bien- de la Ciencia Política y el Derecho Constitucional, en lo concerniente a un teórico y fantasioso “derecho a decidir” o de “autodeterminación”).
He dejado claro mi punto de vista sobre el problema catalán en varios artículos recientes en la revista digital La Crítica, coincidente con los de su director, mi querido y admirado amigo, el escritor y editor Juan Manuel Martínez Valdueza (ver: www.lacritica.eu/manuel-pastor).
Resumiendo ahora mi punto de vista:
- No existe en las democracias constitucionales occidentales el llamado “derecho a decidir” o de “autodeterminación de las nacionalidades”. Desde los precedentes de los famosos siete debates en 1858 entre Abraham Lincoln y Stephen Douglas (con la tragedia posterior de la Secesión y Guerra Civil en los Estados Unidos), que al parecer ignoran mis colegas universitarios, tal derecho carece de legitimidad en nuestra civilización, excepto para los casos de descolonización.
- Stalin, comisario de las nacionalidades en la Unión Soviética desde 1917, lo había incorporado, con la anuencia entusiasta de Lenin, a la estrategia revolucionaria comunista en su folleto Marxismo y Cuestión Nacional (Viena, 1913), texto-fuente en el que beben todas las izquierdas y sus profesores.
- En la España de hoy, el desafío unilateral de los separatistas catalanes constituye abiertamente un caso de sedición y rebelión, un intento de golpe de Estado con la apariencia de una metodología pacífica, pero claramente ilegal e ilegítima, con un adoctrinamiento y una manipulación de las masas utilizando técnicas típicamente de la agit-prop comunista o fascista. Junto a los múltiples delitos unilaterales de prevaricación, malversación, desobediencia, sedición y rebelión, deben considerarse los posibles casos de prevaricación bilateral, y en todo caso la responsabilidad moral y política de cierta pasividad o inacción por parte del nacionalismo moderado catalán y ciertas autoridades del gobierno español.
- El aspecto más positivo de la presente crisis es esperar que el golpismo catalán haya operado como una especie de vacuna a corto y medio plazo a favor de la unidad de España. En concreto, hemos sido testigos del resurgimiento del Estado español en la persona de su Jefe, el Rey, como Guardián o Defensor de la Constitución (discursos del 3 y 20 de Octubre), y asimismo el resurgimiento de la Nación española (manifestaciones del 7, 8 y 12 de Octubre).
- Cara al futuro, la solución de esta crisis quizás sea la última oportunidad de consolidar –en términos relativos, históricos- nuestra joven e imperfecta democracia: mediante la afirmación definitiva del Imperio de la Ley (Estado de Derecho vs. Estado Administrativo) y una genuina cultura democrática (vs. cultura partitocrática). La libertad de expresión es sagrada, pero las organizaciones, procesos y actos anti-sistema y anti-constitucionales deberían ser ilegalizados.
Los celos y la envidia hasta cierto punto son humanos y pueden ser positivos en los procesos de aprendizaje y maduración, pero cuando generan odio y resentimiento son un problema que requiere tratamiento profesional. El catedrático de psiquiatría catalán Adolf Tobeña en su obra La Pasión Secesionista ha realizado un diagnóstico que puede ser el comienzo de la solución: “los catalanes tenemos una autoestima exagerada” (entrevista en El Mundo, 9 de Septiembre de 2017).
Al iniciarse la Transición en España, Josep Tarradellas pidió a los españoles “cariño y respeto” para los catalanes. Hoy, tras cuarenta años de democracia con la autonomía más extensa y profunda de Cataluña en toda su historia (muy a pesar de los prejuicios anti-españoles de lumbreras internacionales como Pierre Vilar, John H. Elliott, Harold Bloom o Paul Preston), los españoles pedimos a los catalanes independentistas simplemente respeto. El cariño pueden reservarlo de momento para sus conciudadanos y familiares, catalanes españolistas o españoles que son hoy los que más lo necesitan.
Manuel Pastor
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