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China, bajo la tutela de Xi Jinping, parece haberse despertado de un largo periodo de letargo histórico que le permite creer, de modo sorprendente, que puede transformar el mundo a su imagen y semejanza, pero sin una reflexión jurídica previa, como en su día hizo España cuando dominó gran parte del mundo conocido reconociendo, y aceptando, la igualdad entre los pueblos, la libertad de los mares y los principios humanitarios en la guerra. Hasta hoy, China siempre demostró tener su propio concepto de la Historia y, en el Sahel, encuentra una de las fuentes de los recursos que más necesita para implantarlo, tratando de someter al mundo a su alcance a una situación de oscura y permanente dictadura, sin democracia ni libertad como el pueblo chino, y, en nuestro caso también el ruso, nunca han podido disfrutar. Xi Jinping, embriagado por su inmenso poder, parece confundir la fantasía con la realidad cuando pretende nada menos que retar a los EEUU, y al mundo entero, a que respeten su particular concepto de un nuevo orden mundial que pretende establecer con la ayuda de sus aliados Putin y el coreano del Norte Kim Jon Un, como ha quedado demostrado en la aun reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).
Hasta esta conferencia Xi solo mostraba, ante los dirigentes occidentales que le visitaban o visitaba él, una sonrisa enigmática que todos pudimos recordar cuando se produjo la pandemia del Covi. Durante la OCS Xi mostro una sonrisa mucho más amplia y segura que nos permite volver a sospechar, y temer.
Por su parte, Putin tiene un pensamiento más europeo, aunque su dudoso pasado le permita sentirse cómodo y sentarse al lado del dirigente chino. En la actualidad, perdido y absolutamente desorientado, al menos desde la óptica occidental, pretende nada menos que recuperar para su Federación Rusa el poder perdido por la desaparición de la antigua Unión Soviética (URSS) desencadenando una injusta guerra en Ucrania que el mundo occidental, presidente Trump incluido, no logran detener. Esta guerra incluye entre sus objetivos militares el cruento e indiscriminado bombardeo de la población civil, algo odioso en las guerras modernas en las que los civiles mueren y los soldados no. Dicen que el pueblo ruso, menos la parte de pueblo ruso que corresponde a Ucrania apoya a Putin en esta guerra, pero habría que ver qué valor puede tener la opinión de un pueblo que nunca ha vivido, ni conoce, qué es y para qué sirve la libertad. Todos sabemos, y tememos, que si Putin alcanzase sus injustificables objetivos en Ucrania se sentirá justificado hacer lo mismo en Finlandia, en Estonia, en Letonia y en Lituania o hasta en la propia Polonia, como los ciudadanos polacos temen. En esta situación Putin también ambiciona los recursos e influencia política que puede obtener en el Sahel, sobre todo después de la retirada occidental, antes con el Grupo Wagner y ahora directamente con fuerzas del estado ruso. En el Sahel las ambiciones rusas y chinas coinciden, pero algún día pueden dejar de coincidir cuando China quiera recuperar la región de Siberia que le perteneció en su día y hoy es un campo de petróleo del que tanto carece.
El abandono de Europa de una zona tan próxima como importante para su propia seguridad, como es la región africana del Sahel, estimula a dictadores como Putin y Xi Jinping, a intentar y poder alcanzar sus taimados objetivos si llegan a dominar la zona, en beneficio exclusivo de sus intereses.
Para Rusia, el Sahel es un espacio de recursos, influencia política y expansión militar. Su estrategia combina seguridad militar, mediante la aportación de mercenarios y armas con el control económico de la minería y recursos energéticos. La clave está en ocupar el espacio dejado por una Europa en retirada, reforzando su imagen de potencia global y creando un frente africano alineado que le facilite la mejor defensa de sus intereses que podrían ser:
Por su parte China está llegando a tener un papel influyente en el mundo actual, tanto en lo cultural como en lo político como en lo económico, gracias a la tecnología occidental que ha sabido asimilar desde el mismo momento en el que empresas occidentales se instalaron, quizá irresponsablemente, en territorio chino para aprovechar una mano de obra mucho más barata.
Los intereses de China en el Sahel son, al menos aparentemente, diferentes de los de Europa o Rusia porque se refieren a objetivos menos militares y más económicos, comerciales y estratégicos a largo plazo. Estos intereses podrían ser:
Madrid, 1 de octubre de 2025
Conozca a Aurelio Fernández Diz