Leyendo dos libros recientes sobre Israel y Taiwan (respectivamente: Chaim Weizmann. A Biography, de Jehuda Reinharz y Motti Golani, Waltham, MA, 2024; y The Struggle for Taiwan, de Sulmaan Wasif Khan, New York, 2024), desde el principio percibí curiosos paralelismos entre ambos Estados.
Los autores de la monumental y definitiva biografía del Presidente Weizmann citan en la primera página una frase del primer ministro David Ben-Gurion de su discurso en la inauguración del Weizmann Institute (noviembre de 1949): “El Presidente del Estado de Israel es el único Jefe de Estado (…) que no ha sido hecho por el Estado, sino que él hizo el Estado”. Weizmann, prestigioso líder del Sionismo que él mismo denominó “sintético”, ejerció formalmente como primer Presidente de la nueva entidad (Israel, o “Palestina-Tierra de Israel”) entre 1948 y 1952. (...)
...
En el mismo año del discurso de Ben-Gurion, muy poco después (diciembre de 1949), tras ser derrotado militarmente por los comunistas en la guerra civil de China, el Presidente nacionalista Chiang Kai-shek se refugiaba en la isla de Taiwan y comenzaba la lenta pero progresiva construcción –aunque no fuera consciente de ello entonces– del nuevo Estado de Taiwan, o más exactamente, el Estado de la República de China en Taiwan (un importante historiador, Hsiao-ying Lin, lo llamará “Estado accidental”). Formalmente Chiang Kai-shek asumirá la Presidencia de Taiwan desde el 1º de marzo de 1950 hasta su muerte en 1975, un largo régimen de corte autoritario y militarista. Aunque la intención del “Generalísimo” era reconquistar y unificar toda la nación nunca regresó a la China continental, que hasta el día de hoy permanece en manos del comunismo maoista.
Por supuesto son notables las diferencias ideológicas entre el Sionismo y el Kuomintang (éste un nacionalismo también “sintético” o “sincrético” confuciano-budista-cristiano por influencia de las familias/dinastías Kung, Soong y Chiang), pero en ambos casos representan un nacionalismo político y cultural, respectivamente judío y chino, que en el “choque de civilizaciones” famosamente descrito por Samuel P. Huntington (Clash of Civilizations, conferencia en 1992; la expresión ya fue empleada por Basil Matthews en un libro de 1926), pese a localizarse geográficamente en Oriente Medio y en extremo Oriente, se alinearán estratégicamente con nuestra Civilización Occidental.
Lo que sin duda ha condenado a ambos Estados a convertirse en una especie de parias políticos internacionales por las violentas enemistades de sus entornos (los Estados islámicos y la China comunista, respectivamente), negándoles la legitimidad, la estabilidad y la paz.
Sin pretender forzar las cosas solo quiero recordar que España tuvo un cierto papel en la prehistoria de ambos Estados, como indiqué en sendos ensayos para La Crítica, sobre Taiwan (2020) y sobre el Sionismo (2023).
Dos hispanos, sefarditas andaluces del siglo XII, el poeta Yehuda Halevi y el filósofo Moisés Maimónides postularon la restauración del Estado Judío en Palestina; otro sefardita, Pedro de Córdova, lideró el fallido “Proyecto Gibraltar” en 1474 como plataforma de transición hacia un mismo Estado Judío; y José Salvador, de una familia sefardita exiliada en Francia, publicó un libro en 1860 adelantándose al del primer sionista moderno Moses Hess.
Por otra parte, recordaré que Taiwan (previamente conocida como Formosa o “Isla Hermosa”) fue brevemente colonia española entre 1626 y 1642, fundándose en el norte de la isla –cerca de la actual capital taiwanesa Taipei– la pequeña población de Santísima Trinidad y el fuerte Santo Domingo, con el objeto de proteger la ruta marítima con Filipinas y tratando de comerciar con China.
Volviendo a los paralelismos entre Israel y Taiwan, el más sobresaliente es que en sus respectivos ámbitos geográficos y culturales han sido los primeros Estados liberal-democráticos (de tipo occidental) en la historia contemporánea. Israel –pese al recurrente antisemitismo/antisionismo islamista y occidental– todavía es la única democracia en Oriente Medio.
Taiwan, adelantándose en extremo Oriente –tras la dictadura del Kuomintang (con Chiang Kai-shek hasta 1975, continuada por su hijo Chiang Ching-kuo hasta 1988)– en una, aunque lenta, relativamente ejemplar transición democrática y también modélica en cuanto a su modernización económica de tipo capitalista, postulando la autonomía e incluso la independencia respecto a la China continental (v. Manuel Pastor, “El Kuomintang en la China contemporánea”, Debate Abierto 9, Madrid, 1993), en paralelo a las modernizaciones de otros “Tigres Asiáticos”, aparte del caso especial de Japón bajo la tutela estadounidense.
Otro paralelismo, paradójicamente, será el fracaso hasta la fecha de los proyectos utópicos de Weizmann (una justa “partición” de Palestina en dos Estados) y de Chiang Kai-shek (la “reunificación” nacional de China), resultando en un Estado solo judío (israelí), y en dos Estados chinos.
Aunque el mundo occidental recientemente ha estado y sigue estando preocupado por la guerra entre Rusia y Ucrania (según algunos historiadores a causa de un “choque de civilizaciones”: el conflicto entre dos Ucranias diferentes, la Occidental anti-rusa y la Oriental pro-rusa, en el fondo entre la Civilizacion Occidental “liberal- democrática” y la Civilización de la Europa Oriental “ortodoxo-autocrática”), a nadie se le escapa que Israel y Taiwan son también los epicentros de los dos conflictos no menores en el marco del “choque de civilizaciones” entre nuestra Civilización Occidental, de una parte, y de otra las Civilizaciones Islámica y Sínica (o Sínico-Comunista).
Ojalá (“wishful thinking?”) gracias al nuevo liderazgo en los EE. UU. y a una efectiva diplomacia multilateral, estos tres conflictos regionales en que se encuentra involucrado Occidente no degeneren fatalmente en la, con razón temida por todos, Tercera Guerra Mundial.
Manuel Pastor Martínez
Conozca a Manuel Pastor Martínez