Lo que mejor explica que un sistema político sea o no una democracia moderna plena es la existencia o no de elecciones primarias en los partidos. Cuando las primarias están ausentes, más que democracia lo que tenemos es una partitocracia.
Por otra parte las primarias no deben ser una concesión graciosa unilateral de los partidos, como generalmente ocurre en los sistemas parlamentarios europeos, sino que deben tener un fundamento estatal y constitucional, como ocurre en el sistema democrático estadounidense, generándose su práctica desde principios del siglo XX, y al menos desde la referencia explícita de 1964 en la Enmienda XXIV (completando las Enmiendas XV de 1870 y XIX de 1920, precediendo a la XXVI de 1971), que literalmente reza: “El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos a votar en cualquier primaria o en otra elección para Presidente o Vice-Presidente, para electores del Presidente o Vice-Presidente, o para Senador o Representante en el Congreso, no será negado o abreviado, etc.”. (...)
...
La deriva marcadamente partitocrática del Partido Demócrata e intensificada en la presente campaña electoral ha culminado con la destitución del candidato Joe Biden y la imposición de Kamala Harris como nueva candidata presidencial, sin haberse sometido a las preceptivas elecciones primarias. Los delegados y donaciones millonarias obtenidas por Biden se han transferido directamente, con dudosa legalidad, a Harris. El sanedrín del Partido –Shadow Party– Demócrata (Obama, Pelosi, Schumer, los Clinton et alii) conseguirá sin problema que la próxima Convención en Chicago (si los radicales y antisemitas no la revientan) ratifique la conveniente sustitución de los candidatos.
La partitocracia al estilo europeo exhibida por el Partido Demócrata ha pervertido el proceso electoral americano, con una candidata al margen de las primarias y de la voluntad de los ciudadanos. Como ya advirtiera Kylee Griswold, antes del “golpe de palacio” contra Biden, “América está en ruinas por las políticas del Partido Demócrata, no solo por Joe Biden” (The Federalist, June 2024).
Si las inspecciones de voto y los jueces no lo remedian el 5 de Noviembre volveremos a presenciar un fraude electoral. Como es sabido, el voto popular mayoritario determina la totalidad –con alguna excepción– de los electores en cada Estado. Se necesitan 270 votos electorales (de un total de 538) en el Colegio Electoral para ganar la Presidencia. Cada Estado tiene un número variable de electores, según la población (equivalente al número de congresistas, senadores y representantes, desde un mínimo de 3 en algunos Estados y en Washington DC hasta el máximo de 55 en California). La batalla se resuelve en los siete Estados “swing” o “veletas”, que pueden votar –según las encuestas– a uno u otro de los dos grandes candidatos (Nevada, Arizona, Wisconsin, Michigan, Pennsylvania, North Carolina y Georgia).
El Colegio Electoral garantiza el espíritu del Federalismo: cada Estado puede tener voz y voto en la elección presidencial, y por tanto ninguno votará la reforma constitucional –como proponían las ignorantes o arrogantes senadoras Clinton y Harris– para suprimir este legítimo privilegio.
Pero todo el proceso queda deslegitimado con una candidata como Kamala Harris, promovida en un “golpe de palacio” y bendecida en una Convención partitocrática. Candidata que nunca tuvo votos ni delegados en las debidas elecciones primarias.
P.S.- Escrito obviamente antes de la Convención Nacional del Partido Demócrata en Chicago, que se inicia el lunes 19 de Agosto, y donde las protestas externas y conflictos internos (sobre todo instigados por los grupos radicales y pro-palestinos), junto a las posibles actuaciones del “Estado Profundo”, pueden tener consecuencias insospechadas.
Manuel Pastor Martínez
Conozca a Manuel Pastor Martínez