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Un ejemplo muy reciente de cómo la partitocracia está destruyendo la democracia liberal y constitucional: en el Senado del Congreso de los EEUU el partido Demócrata votó unánimemente, sin una sola excepción, contra el impeachment –iniciado en la Cámara de Representantes– de Alejandro Mayorkas, secretario del DHS (Department of Home Security), principal responsable burocrático del gran desastre de la invasión de inmigración ilegal –especialmente en la frontera sur con Méjico– durante la administración Biden (según la investigación de M. Kuckelman para la Heritage Foundation, más de 10 millones de ilegales con los correspondientes criminales comunes, traficantes y terroristas de todo tipo).
Esto ocurre en el país cuya democracia, teóricamente, era la única en Occidente que se había librado de las lacras de la partitocracia. La propia Constitución estadounidense, venerable texto surgido y vigente desde la Convención de Filadelfia en 1787, legalmente ignora los partidos políticos.
No solo no se mencionan los partidos, sino que se excluyen la financiación y las subvenciones oficiales. Asimismo rechaza la disciplina partidista en los poderes legislativo y judicial, e impone la práctica de las “primarias” como mandato constitucional para la selección de los candidatos en todas las elecciones.
Mientras la Ilustración francesa generó la primera partitocracia (el Jacobinismo y el Terror), la Ilustración escocesa y anglo-americana la evitó (Adam Smith, Edmund Burke, George Washington, Alexander Hamilton, James Madison y el Federalismo). Pero la sociedad industrial y el Socialismo harán inevitable su triunfo final en las sociedades desarrolladas, tal como intuyó Roberto Michels con la “Ley de Hierro de la Oligarquía”, y las fatales tendencias hacia el Totalitarismo (Comunismo, Fascismo y Nazismo).
En la propia democracia americana, en la segunda mitad del siglo XX, tras la frustrada presidencia de John F. Kennedy, el partido Demócrata inicia una deriva hacia la partitocracia culminante en las administraciones de Barack Obama y Joe Biden, esclavizados por la ideología Woke-DEI.
Un ejemplo significativo de cómo la partitocracia afecta la vida privada y las relaciones familiares lo hemos observado recientemente en el aval colectivo (15 conocidos miembros) del clan Kennedy al corrupto presidente Biden para las elecciones de 2024, despreciando incluso que un miembro de la propia familia, Robert F. Kennedy Jr., se postule como candidato presidencial, crítico e independiente, una vez vetado y desplazado por el partido Demócrata durante la fase de las “elecciones primarias”.
La pulsión totalitaria de la partitocracia corrompe así también las lealtades básicas dentro de las familias. Y el partido Demócrata controlado por Biden retribuye adecuadamente a algunos miembros sumisos del clan: Caroline Kennedy (hija del presidente John F. Kennedy), que precisamente fue encargada de seleccionar a Joe Biden como vicepresidente de Barack Obama en 2008, ostenta hoy el cargo de embajadora en Australia. Joe Kennedy III (nieto de Robert F. Kennedy, y por tanto sobrino del rival de Biden) es asimismo “embajador” especial para Irlanda del Norte.
Un comediante tertuliano en el programa Gutfeld! del canal televisivo FOX hace pocas noches sugería una curiosa teoría sobre la tendencia de la actual partitocracia hacia el bipartidismo formado por un “partido malvado” (Evil party) y un “partido estúpido” (Stupid party). Es fácil identificar en cada país quién es quién.
Si el Trumpismo no lo remedia, me temo que la victoria total del malvado partido Demócrata en los EEUU (aunque enfangado internamente en el antisemitismo/antisionismo) está asegurada.
Manuel Pastor Martínez
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