CONTRIBUCIÓN ESPAÑOLA A LA INDEPENDENCIA DE LAS TRECE COLONIAS.
Cuando en 1775 las Trece Colonias se rebelaron contra Inglaterra, las monarquías de España y Francia vieron la oportunidad de desquitarse de su tradicional enemigo. Sin embargo, la situación de cada una era diferente. Francia había sido expulsada de América tras la guerra de los Siete Años, mientras que España mantenía sus dominios americanos y temía que los criollos siguieran el ejemplo de los revolucionarios americanos. (...)
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A pesar de todo, la ayuda española existió desde el comienzo de las hostilidades. El comerciante y naviero Diego de Gardoqui, a petición de sus socios Elbridge Gerry y Jeremiah Lee, miembros del Comité de Suministros de Massachussets, encargado de la organización del Ejército Continental, envió grandes cantidades de armas, municiones, pólvora y apoyo logístico de todo tipo. Por su parte, Luis de Unzaga, gobernador de Luisiana (1770-1776), facilitó que desde Nueva Orleans por el Misisipi se enviaran de contrabando suministros, sobre todo pólvora. Él mismo entregó, en septiembre de 1776, 10.000 libras que había pedido el general Charles Lee. El sucesor de Unzaga como gobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez (1777-1783), incrementó los envíos. Buena parte de lo suministrado procedía de Cuba y México.
En septiembre de 1776, por consejo del conde de Aranda, embajador de España en París, ambas naciones pagaron y enviaron en secreto un muy importante cargamento que, entre otras cosas, incluía más de 200 cañones, 30.000 fusiles con pólvora y balas y miles de uniformes.
Toda esta ayuda permitió a la revolución sobrevivir, tras un comienzo en el que carecía de casi todo y en el que estuvo a punto de ser completamente derrotada.
A finales de 1776, el nuevo Congreso estadounidense envió a Europa en busca de apoyos a una comisión formada por Benjamín Franklin, Arthur Lee y Silas Dean. El conde de Aranda, tras entrevistarse con Franklin en enero de 1777, recomendó a la corte de Madrid que se reconociese oficialmente a los representantes del Congreso y que España declarase la guerra a Inglaterra. El secretario de estado, marqués de Grimaldi, no compartió la opinión de Aranda. Ante la importancia del asunto, el rey convocó un consejo de estado para recabar la opinión de sus ministros. En la mayoría de ellos primaba la cautela por los perjuicios que podría provocar que la flota inglesa atacara las posesiones españolas e interrumpiera los flujos comerciales, incluida la llegada de metales preciosos desde América. Además, estaba el ya citado temor al contagio revolucionario en las provincias americanas.
El rey Carlos III adoptó inicialmente una postura un tanto ambigua: seguiría ayudando a las Trece Colonias, subrepticiamente mientras no hubiera declaración de guerra con Inglaterra, pero sin reconocer la Declaración de Independencia del 4 de Julio ni el estatus diplomático a los representantes del Congreso. Esto constituyó un obstáculo para que los americanos reconocieran a su vez la decisiva ayuda que recibieron de España.
Para llevar a cabo los planes acordados, se encargó a Gardoqui que gestionara los suministros a las Trece Colonias y se nombró representante no oficial de España en el Congreso de Filadelfia a Juan de Miralles, un comerciante afincado en Cuba. Miralles era socio comercial de Robert Morris, conocido como el banquero de la revolución y que tenía como representante en Nueva Orleans a Oliver Pollock. Pollock mantenía muy buenas relaciones tanto con Luis de Unzaga como con Bernardo de Gálvez.
Francia entró en guerra con Inglaterra en 1778 y arrastró a España a hacerlo en 1779, en aplicación del Pacto de Familia entre las dinastías borbónicas y tras fracasar las negociaciones para recuperar Gibraltar y Menorca a cambio de la neutralidad. La revolución americana pasó a ser un conflicto en el que estaban involucradas las principales potencias de la época, cada una con sus propios intereses estratégicos.
Bernardo de Gálvez se había estado preparando ante la previsible declaración de guerra y con un muy pequeño ejército, multirracial y multicultural, bien dirigido y motivado, en una rápida acción echó a los ingleses de la orilla oriental del Misisipi tras tomar el fuerte Manchac, Baton Rouge y Natchez. Se apoderó de Mobila en marzo de 1780 y de Pensacola en mayo de 1781, en la más audaz y conocida de sus acciones. Los ingleses ya no podrían enviar refuerzos y suministros por el golfo de México.
La marcha de Gálvez. Cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau.
En mayo de 1780, los británicos intentaron ocupar la parte norte del valle del río Misisipi, en la Alta Luisiana. El capitán Fernando de Leyba realizó una defensa numantina del remoto puesto de San Luis (Misuri) y, con muy escasos medios, consiguió rechazar el ataque y abortar la ofensiva inglesa.
Otro personaje que desempeñó un papel clave fue Francisco de Saavedra, que llegó a Cuba en 1780 en calidad de enviado especial de Carlos III. Se distinguió por su ánimo conciliador en las a menudo difíciles relaciones entre americanos, franceses y españoles. En 1781, consiguió el envío desde La Habana de una escuadra al mando de José Solano y Bote con la expedición de Bernardo de Gálvez que iba a sitiar Pensacola. Ese mismo año, Saavedra acordó con el almirante francés De Grasse la estrategia a seguir en el Caribe y el préstamo de grandes cantidades de dinero español para pagar a sus soldados y marinos, así como a los estadounidenses. También gestionó el traslado desde Santo Domingo en barcos españoles de las tropas francesas que participaron en la decisiva batalla de Yorktown, que tuvo lugar ese mismo año.
Desde la declaración de guerra en 1779, una gran parte del presupuesto de la Monarquía Hispana se dedicaba a financiarla. El rey tuvo que establecer entre 1780 y 1783 un donativo especial a todos los habitantes del imperio. La mayor parte se recaudó en el virreinato de Nueva España.
Por fin en 1783 se firmó en Versalles el tratado de paz que consagraba la independencia de los Estados Unidos.
Mosquete español de infantería modelo 1789. Cortesía de José Manuel Rodríguez Gómez-Escobar.
En septiembre de 1784, Diego de Gardoqui fue nombrado primer embajador oficial del reino de España en la nueva nación. Presentó sus cartas credenciales en Nueva York, entonces la capital del país, en junio de 1785. Desde su puesto trató de que el Congreso aceptase el derecho de navegación exclusiva de España por el Misisipi, lo que hubieran podido admitir los estados del norte, pero no los del sur, que dependían de esa vía fluvial para sacar sus productos al Golfo de México. Estos estados llegaron a amenazar con romper la Unión si se reconocía a España el derecho que reclamaba. A pesar de la ayuda, en este caso del secretario de estado John Jay, Gardoqui no consiguió la mayoría necesaria en el Congreso para que su petición fuera aceptada y se pudiera incluir en un tratado entre ambas naciones. Finalmente, el embajador tuvo que renunciar a su difícil misión, que acabó después de asistir como representante de España a la toma de posesión del primer presidente, George Washington, en Nueva York, en 1789.
Una idea de la importancia de la ayuda española a la independencia de las Trece Colonias la da el hecho de que la primera moneda de Estados Unidos fue el Real de a ocho (Peso fuerte hispano), conocido como Spanish Dollar entre los anglohablantes. Usada desde tiempo atrás, fue declarada moneda oficial por el Congreso continental el 6 de julio de 1785, siendo de curso legal hasta 1857. Cuando en 1794 se acuñó el primer dólar estadounidense se hizo siguiendo el patrón de la moneda española. El signo $ del dólar actual proviene de esa moneda hispana.
La historia de Estados Unidos habría sido muy diferente sin la ayuda de España, ayuda que nunca recuperó, ni obtuvo siquiera el reconocimiento que merecía.
El texto de este artículo ha sido extraído y adaptado de Las raíces hispanas de los Estados Unidos, revista monográfica, bilingüe y de libre descarga, elaborada por la Asociación Cultural Héroes de Cavite.
Francisco Moreno del Collado
Asociación Cultural Héroes de Cavite