Hace unos años, publiqué un artículo que titulaba “Elogio de la Mentira”. En él, exponía cómo el uso de la mentira deliberada, es decir, no del simple error, sino su empleo para engañar y conseguir réditos políticos o sociales no estaba, a menudo, mal visto y ni mucho menos se consideraba un deshonor para quien la practicaba. Antes bien, incluso para algunos, se consideraba una habilidad política y de hecho las acusaciones de mentirosos se cruzan hoy entre los distintos grupos políticos sin que esto sea tomado como una grave acusación o insulto.
Algunos arguyen que el anunciar y prometer que se va realizar alguna acción y luego hacer lo contrario, no supone una mentira sino un “cambio de opinión”. Otros creen que, aunque exista la firme sospecha de que cuando se estaba formulando una afirmación, se estaba haciendo a sabiendas de que no se pensaba llevar a cabo, es decir se estaba mintiendo, como era difícil de demostrar en ese momento, había que aceptarla. (...)
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En cualquier caso, lo que sí es cierto es que quienes así actúan no ofrecen ninguna o muy poca credibilidad a la gente en general a la que la mentira no le preocupa gran cosa, lo consideran como inherente a la clase política, un ardid de la lucha política.
Pero hoy, en estas líneas, me quería referir a otro tema relacionado con la mentira: el de la hipocresía. Es también, como veremos, otro de los temas que inducen por lo menos a reflexionar.
En primer lugar, veamos lo que dice el diccionario de la RAE sobre hipocresía: “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. Está pues relacionada con la mentira, pero aquí, más que intentar engañar, que también, el hipócrita, se presenta como el poseedor de la razón y la verdad, así como detentador de la verdadera moral, aunque en su interior sepan que no es así. Claro que, como decíamos para los mentirosos que frecuentemente llegan a creerse sus propias mentiras, aquí pretenden también acallar su propia conciencia, presentándose como inmaculados.
Veamos unos cuantos casos de hipocresía, en distintos ámbitos de lo político y lo social que se han hecho tan comunes que quizás ya no reparamos en ello o lo aceptamos mirando para otro lado.
En nuestra sociedad se dan casos muy frecuentes que, de hecho se aceptan sin más. Todos conocemos, por ejemplo, casos de hombres y mujeres que no frecuentan la iglesia e incluso que se han declarado más o menos públicamente agnósticos o ateos, que han vivido en pareja, incluso casados civilmente y después divorciados, que han abortado, que llevan viviendo con su pareja sin estar casados y de pronto, aparecen ante el altar, ellas incluso vestidas de blanco y en actitud fervorosa y virginal. Canónicamente no hay ninguna objeción y en cuanto a su conciencia, nadie puede ni debe juzgarlas, pero si no han declarado públicamente su arrepentimiento, resulta de una hipocresía manifiesta.
En el ámbito internacional es interesante, por ejemplo, observar cómo se condenan firmemente los bombardeos de objetivos civiles en Ucrania, por parte de la Rusia de Putin. Se le acusa de criminal de guerra y no les falta la más mínima razón a los que así opinan. Es un crimen sin paliativos, pero de lo que nadie se acuerda es de que en los años cuarenta del pasado siglo, los padres y abuelos de los que así condenan, brindaban efusivamente, cada vez que sus bombarderos, considerados como héroes, masacraban sin compasión y sin objetivo militar a decenas de miles de ciudadanos civiles alemanes. Por supuesto a nadie se le ocurrió, ni se le ocurre ahora, acusar de criminal de guerra a Churchill o a Roosevelt. Parece que, para ellos, el fin justificaba los medios, aunque estos sean la muerte de ciudadanos inocentes y aquél esté más o menos desfigurado como la liberación de una opresión. Por cierto, la destrucción de objetivos civiles no siempre fuerza a la rendición sino al contrario, puede exacerbar el odio al adversario y el endurecimiento de la resistencia.
Otras veces, no sé si es hipocresía o deformación de la conciencia, como el caso de la colonización de América del Norte, donde los colonos europeos ocupaban los terrenos que pertenecían a los indígenas, arruinando sus praderas y esquilmando a sus bisontes, base de su subsistencia y posteriormente recluyéndolos en las llamadas reservas, esgrimiendo no sé qué derechos. Así nos inundaron de libros y películas donde los “pobres” colonos eran víctimas de los feroces indios que había que aniquilar, sin citar en ningún momento que lo hacían para defenderse de unos invasores de sus tierras y sus recursos.
En el campo de la política interior, es curioso observar como los marxistas y comunistas en general presumen de demócratas y acusan de fascistas y de nazis a los que no piensan como ellos. Pocos piensan que tan autócratas e irrespetuosos de los derechos humanos fueron los nazis de Hitler como los comunistas de Stalin y que en EE.UU. dudaron al principio de la Guerra Mundial, entre apoyar a Hitler contra Stalin o por el contrario, como así hicieron, a Stalin contra Hitler. De hecho, ahora en España, llamar a alguien comunista, que los hay, es para muchos un piropo, mientras llamarlo facha o nazi, que no los hay, es un insulto. Está clara la hipocresía.
También es interesante observar cómo se acepta que los políticos de izquierdas: socialistas, marxistas y comunistas se llamen progresistas, como si fueran los únicos que buscan el progreso, cuando, lo que buscan es el poder a costa de lo que sea. Claro que tampoco es comprensible que se acepte llamar conservadores a los de derechas, cuando hay cosas que hay que cambiar y que de hecho suponen más progreso para la sociedad que lo que anuncian sus adversarios políticos. Ambos saben que son muestras de hipocresía.
El colmo de la hipocresía es lo que está ocurriendo últimamente, cuando han tenido la desfachatez de acusar al partido más votado de hacer lo que sea para obtener los votos necesarios para ser investido su líder. Esto era proponer un pacto de estado con el segundo más votado para resolver los problemas actuales, proponiendo incluso el repartirse los cuatro años de legislatura. Pero lo curioso del caso es que los que así acusan son los que, para lograr los escaños que le faltan, que son más que los que necesita el más votado, no dudan en buscar pactos con los separatistas, los comunistas, los herederos de ETA, es decir con todos los que no dudan en proclamar que son enemigos de España, la monarquía y la Constitución y piden a cambio, también abiertamente, cuestiones mayormente anticonstitucionales. Lo que resulta incomprensible es que crean que engañan a la población española pero lo malo es… que lo consiguen con algunos.
En otro orden de cosas, otro caso típico es el de los que, aduciendo razones humanitarias, se alzan contra el empleo de cuchillas o dientes de sierra en las vallas de cerramiento de propiedades o de fronteras entre Estados, con el argumento de que producen lesiones a quienes intentan franquearlas, como si ese intento no fuera una trasgresión de la ley. Es decir, hay que impedir que pasen, pero sin que se hagan mucho daño. Y no sólo eso, a los que logren sortear la valla, a los más hábiles, a los de mejores condiciones físicas, en premio, se les acoge y no se les puede devolver al otro lado, donde se quedan los más necesitados. Aunque parezca un sarcasmo, en lugar de vallas, sería más barato y sencillo, poner un saltómetro y todo aquel y sólo él, que sea capaz de superar una determinada altura, sea admitido. Para qué más hipocresías, haciendo que las fuerzas de seguridad se jueguen su integridad física tratando de defender la frontera. Lo mismo que los asaltantes de los que algunos resultan lesionados y otros no son capaces de salvarla. Pero no les importa tanto a los hipócritas que se muestran muy defensores de los derechos humanos, acusando y demonizando a los que colocan esos elementos disuasorios y acogiendo a los que han logrado pasar el obstáculo, pero ignorando completamente a los demás que han quedado atrás y por supuesto, sin hacer nada para investigar y tratar de resolver el problema que hace que estas personas emigren de sus países de origen. Para seguir con la hipocresía, no quieren que se los llame emigrantes ilegales sino irregulares, a pesar de que han entrado y residen incumpliendo la legalidad.
Qué decir de los que se indignan con la entrada de inmigrantes ilegales e incluso parece que toman medidas para impedirlo, pero luego los sueltan en las calles metiéndoles sólo cien euros en el bolsillo. No toman medidas eficaces para atajar el origen de las migraciones, ni contra las mafias que los engañan y esquilman porque una vez más, los que vienen no son los más pobres y necesitados sino los más fuertes y los que tienen unos pocos ahorros para pagarles. La razón oculta es que así pueden luego contratarlos ilegalmente con bajos salarios.
Y qué decir, en fin, de la venta ambulante ilegal que además se surte de imitaciones y falsificaciones. Nuestras playas y calles céntricas están llenas de los llamados “manteros”, la mayor parte inmigrantes senegaleses, que exponen sus artículos en una manta sujeta con cordones a cada una de sus esquinas y que en caso de “emergencia” recogen tirando de ellos y dándose a la fuga. Y éste es el juego: de vez en cuando aparece lentamente un coche de policía y entonces echan todos a correr con su manta al hombro y se esconden hasta que pasa el peligro. De vez en cuando y para mantener la tensión, cogen a uno y le decomisan el género, pero el resto vuelve a los mismos lugares. Una vez más, se aparenta mantener la prohibición, pero en el fondo no se quiere acabar con esto. En las playas, el juego es más divertido porque el coche de policía, un quad, pasa una vez al día y se ve y se oye desde lejos lo que produce la estampida de los vendedores que observan su paso, escondidos desde las dunas para volver luego a su comercio riendo. Saben que es un juego, que policía y manteros se conocen de sobra, que ellos tienen que desaparecer cuando venga el policía y que si proceden así no les pasa nada. Los que ordenan así a la policía, ¿Qué pretenden, hacer ver a los demás que cumplen con su obligación, tranquilizar sus conciencias autoconvenciéndose de que ponen los medios para evitar el contrabando y el comercio ilegal? La hipocresía de siempre.
Me atrevería a decir que la hipocresía, lo mismo que la mentira, existen en gran parte, porque en el fondo, no solo son toleradas sino que es lo que se prefiere, lo que gusta. “Sé que me mientes y que presumes de algo que no tienes y tú sabes que yo no me lo creo, pero ambos aceptamos el juego”. Como dicen los franceses hay que jouer le jeu.
Pero la hipocresía no es fruto de los tiempos modernos, ya en el evangelio se citaba y las mayores acusaciones de Jesucristo fueron contra los escribas y fariseos hipócritas, que sois como sepulcros blanqueados que por fuera sois relucientes, pero por dentro estáis llenos de inmundicia.
Luis Feliú Ortega