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¿Puede la ciencia escapar de Dios? (II)

G. K. Chesterton, 1874-1936. (Foto: https://www.lacapitalmdp.com/).

LA CRÍTICA, 28 DICIEMBRE 2025

Gonzalo Castellano Benlloch | Domingo 28 de diciembre de 2025

Discutía hace unos días con unos amigos sobre si la razón puede ser una vía para llegar al conocimiento de la existencia de Dios. Recientemente había escrito un artículo titulado «¿Puede la ciencia escapar de Dios?», en el que hacía mención al Big Bang como argumento que invita a creer que Dios es una opción muy razonable.

Algunos de estos amigos sostenían que no parece posible acercarse a Dios por la razón, aunque como buenos amigos, tampoco se habían leído mi modesto artículo. Argüían, y no les falta razón, que a Dios se llega por otras vías, fundamentalmente la fe, pero creo que obvian que la fe es un salto suprarracional. La fe no es superstición, sino que parte de la razón, necesita de la voluntad, hay que buscarla, y en última instancia requiere de la gracia de Dios que nos es concedida. (...)



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El primer paso por tanto es pensar. Y esto es tan cierto que según algunos estudios, el motivo por el que mucha gente elige no creer es que considera que la creencia en un Dios atenta contra el conocimiento surgido de la ciencia moderna. Es decir, renuncian a creer porque asumen que tras pensar —ciencia—, la existencia de Dios queda refutada por el conocimiento moderno. Creer sería entonces aceptar supercherías, mitos o en definitiva, cuentos de niños. Aunque no olvidemos lo siguiente: creer en Dios es en última instancia, un acto de fe, pero también lo es ser ateo, solo que en sentido contrario; es elegir creer que Dios no existe.

Veía hace unos días un clip de una entrevista en la que un conocido presentador le hacía la siguiente pregunta al invitado: «Y tú, que eres tan listo, ¿cómo puedes creer en Dios?». El presentador, intuyo, lo preguntaba desde una supuesta atalaya intelectual, construida sobre su particular comprensión de lo que la ciencia afirma. Lo que tal vez ignora es que esa atalaya tiene cimientos de barro.

Es por eso por lo que me parece importante explicar, o mejor dicho introducir, algunos conceptos que puedan evitar que alguien renuncie a la búsqueda de Dios por considerarla una tarea fútil o infantil. Pido disculpas de antemano por el nivel necesariamente superficial con el que voy a tratar los distintos argumentos, pero siendo la vocación de este artículo servir de inspiración para quien quiera investigar y conocer más por su cuenta, espero que se entiendan las limitaciones que impone un escrito de este tipo.

Antes de enumerar algunos argumentos, me gustaría constatar un hecho que puede resultar llamativo para muchos: un porcentaje muy significativo de los premios Nobel en ciencias de los últimos cien años se han declarado, de una u otra forma, teístas o religiosos. En un estudio realizado en 2003, este porcentaje alcanzaba el 90 %. Es decir, para muchas de las que en principio son las mejores cabezas científicas de nuestro tiempo, la existencia de Dios es perfectamente compatible con la ciencia. Max Planck, considerado el padre de la física cuántica, llegó a afirmar: «La ciencia conduce a Dios».

Por el contrario, resulta llamativo que el número de ateos sea mayor entre los galardonados con el Nobel en disciplinas de letras; según el mismo estudio de 2003, el porcentaje ascendía al 35 %.

Si usáramos este baremo como indicador, llegaríamos a la provocadora conclusión de que creer en Dios no es, precisamente, incompatible con una mentalidad científica.

Argumentos de tipo cosmológico

Como explicaba en el artículo arriba mencionado con mayor detalle, la ciencia moderna ha llegado mayoritariamente al convencimiento de que el universo tuvo un origen. Durante mucho tiempo se pensó que el universo era estacionario y eterno, lo que para muchos hacía innecesaria la hipótesis de Dios. Sin embargo, si el universo ha comenzado a existir, la situación cambia por completo, ya que la lógica nos dice que todo lo que comienza a existir requiere de una causa.

Con el fin de evitar un origen, que implica en gran medida la figura de un Creador, algunos han propuesto posibles soluciones como la inflación eterna, que conduce a la hipótesis del multiverso, o la teoría de cuerdas que, aunque nace con el objetivo de unificar la gravedad y la mecánica cuántica, acaba describiendo matemáticamente también la posibilidad de múltiples universos.

Hay otras teorías, como la defendida por el físico Lawrence Krauss, conocido por su postura abiertamente atea y beligerante con la idea de Dios, que sostienen que es posible que surja un universo de la nada. El problema es que lo que él denomina «nada» no es la nada en el sentido filosófico del término, sino el vacío cuántico, un marco físico dotado de leyes, campos y fluctuaciones. Estoy convencido de que si le preguntáramos a un niño de cinco años que describa la nada, lo haría de forma más rigurosa.

Como decía G. K. Chesterton: «Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada; es que se lo creen todo». Y añado: incluso que la nada no sea realmente nada.

Sea como fuere, estas teorías no responden a cómo surgieron dichas realidades, sino que se limitan a desplazar la pregunta. Además, presentan un serio problema desde el punto de vista empírico: no son falsables. En ciencia se asume al menos de forma clásica el principio de falsabilidad, concepto desarrollado por Karl Popper, que establece que una teoría es científica solo si puede ser potencialmente refutada por la experiencia.

En los casos descritos la realidad es que a día de hoy no lo son, y parece altamente improbable que lleguen a serlo. Se trata por tanto de teorías altamente especulativas que no encajan plenamente en lo que solemos entender como ciencia empírica y que no gozan del mismo estatus que por ejemplo, la teoría del Big Bang que cuenta con un sólido respaldo observacional.

Además, incluso en esos escenarios, se ha mostrado que finalmente se remite a una singularidad o a algún tipo de origen. Y si aceptamos de nuevo que todo lo que comienza a existir tiene una causa, la pregunta resulta inevitable: ¿qué lo causó? Para mí, la respuesta es clara e ineludible.

Podríamos añadir que estas propuestas tienen más de metafísica que de ciencia experimental y que además resultan mucho más complejas en su formulación y comprensión que la hipótesis de un Dios creador. Aplicando la navaja de Ockham, principio según el cual no deben multiplicarse los entes sin necesidad, cabría afirmar que la existencia de Dios resulta al menos, una explicación más simple que las teorías mencionadas.

Otro argumento cosmológico moderno de gran peso es el del ajuste fino, que sostiene que las constantes fundamentales de la física y ciertas condiciones iniciales del universo están tan afinadas que mínimas desviaciones en sus valores habrían impedido que el universo que conocemos se desarrollara y, en última instancia, que existiera vida.

Hay un enorme número de constantes que podrían servir de ejemplo, pero por mencionar algunas: la constante cosmológica que representa la densidad de energía oscura del vacío responsable de la aceleración de la expansión del universo; la intensidad de la fuerza gravitatoria; la relación entre las cuatro fuerzas fundamentales, gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil; o la masa del electrón.

Si cualquiera de estas constantes y de muchas otras que no menciono, hubiera tenido un valor ligeramente distinto, el universo no habría permitido la formación de estructuras complejas y por tanto no estaríamos aquí. Este hecho no es negado por ningún científico relevante a día de hoy.

La posibilidad de que estas constantes hayan adoptado sus valores por puro azar resulta extraordinariamente improbable. De hecho, la única explicación que suele proponerse para excluir la hipótesis de Dios es de nuevo, la existencia de una infinidad de universos, de modo que nosotros habitaríamos uno de los pocos compatibles con la vida. Es decir, existiríamos en el único universo posible para nosotros. En todo caso ya hemos visto los enormes problemas conceptuales y empíricos que plantea la hipótesis del multiverso.

En definitiva, muchos de los modelos cosmológicos distintos al Big Bang tratan de evitar un origen del universo porque este evoca casi inevitablemente la figura de un Creador. Para ello se recurre a la idea de infinitos universos o de infinitos ciclos previos.

Aquí aparece también un problema serio, conocido como la negación del infinito actual, formulada por el matemático David Hilbert. Hilbert sostenía que el infinito puede pensarse pero no puede existir realmente. Funciona bien como idea matemática pero no como algo que exista en el mundo físico.

Aplicado al universo, esto significa que un pasado infinito resulta difícilmente coherente. Supondría haber recorrido algo que por definición no puede recorrerse. Dicho de forma sencilla: si antes del momento presente hubieran ocurrido infinitos acontecimientos, nunca habríamos llegado al ahora. Es como una escalera infinita: no tendría sentido decir que estamos en un escalón concreto porque antes habría que haber pasado por infinitos escalones.

Hilbert ilustró esta idea con el conocido ejemplo de un hotel infinito, que muestra de forma bastante intuitiva los absurdos a los que conduce suponer infinitos reales en la realidad. Todo apunta por tanto a un origen…

Argumentos de tipo biológico / químico

Voy a ser menos exhaustivo por las razones ya conocidas, pero no quiero dejar de nombrarlas para que quien quiera pueda informarse más a fondo

La ciencia a día de hoy desconoce y no tiene una buena explicación sobre cuál es el origen de la vida. El consenso es que tuvo que haber una causa, pero nadie sabe cómo surgió vida a partir de materia no viva. El campo científico que intenta dar explicación a esto es la abiogénesis. ¿Qué problema tiene? Pues que no existe ninguna prueba completa de que la vida haya surgido de lo no vivo en el laboratorio o en observación directa. Hay aproximaciones parciales pero que parecen estar lejos de explicar el conjunto. Es además una «ciencia» en el límite de la «ciencia», porque muchas de sus hipótesis se apoyan en condiciones muy concretas de la Tierra primitiva que no pueden reproducir. Eso no necesariamente invalida sus postulados, pero hace muy difícil o casi imposible a nivel empírico, que sea falsable.

Podemos decir que nadie duda de que el ADN y las proteínas, por poner algunos ejemplos, tienen secuencias extremadamente largas y específicas, haciendo que el número de combinaciones posibles sea astronómico. Que la vida haya surgido por puro azar es probabilísticamente una imposibilidad. Hasta aquí no suele haber mucha discusión. La diferencia ente posturas teístas y ateas aparece al interpretar este hecho. Desde el ateísmo se considera que debe haber una explicación evolutiva: el azar sería insuficiente, pero mediante procesos evolutivos se podría llegar a las largas cadenas codificadas necesarias para la vida. A modo muy similar a como se recurre a los multiversos, se acude a la multitud de planetas, para decir que, en alguno, por probabilidad, podría haberse producido este milagro. En definitiva, en un número astronómico de ensayos, los eventos muy improbables, pueden llegar a suceder. Y desde un punto de vista metafísico, nos remite de nuevo a la navaja de Ockham.

El genetista Francis Collins, director del Proyecto Genoma Humano, defiende que la apelación a un proceso evolutivo no explica por qué las propias leyes de la genética están finamente ordenadas para permitir la vida. En su opinión, la evolución explica la diversidad y el desarrollo de los seres vivos, pero no el marco que hace posible que ese proceso funcione. Esa estructura de fondo es, para él, mejor explicada por la existencia de un Creador.

Dicho de otro modo, Dios no intervendría corrigiendo mutaciones o diseñando genes uno a uno, de eso se ocuparía la evolución y por eso observamos procesos que podríamos calificar de «mejorables», pero el marco que permite que todo ello sea posible resulta en su visión, difícilmente explicable sin una causa trascendente. Del mismo modo que el ajuste fino del universo que, veíamos antes, se refiere a las leyes del universo, Collins aplica ese mismo razonamiento a las leyes que hacen posible la vida.

Se dan finalmente también algunas circunstancias que aunque no hagan imposible el proceso evolutivo respecto a la vida, sí son, a día de hoy, muy difíciles de explicar: la aparición relativamente temprana de la vida en la Tierra, la explosión cámbrica, con una rápida diversificación de especies en un periodo geológico corto, o la aparición del Homo sapiens, que desde una perspectiva geológica podría considerarse bastante repentina, podría atentar contra una evolución gradual. Todo esto último no implica necesariamente que la ciencia no lo pueda eventualmente explicar, pero a día de hoy le pone en claros aprietos.

Por último, aunque no se trate de argumentos científicos en sentido estricto, sí parecen razonamientos lógicos dignos de mención. El primero tiene que ver con la existencia de las matemáticas. No da la impresión de que hayan sido inventadas por el ser humano, sino más bien descubiertas. Y resulta, cuanto menos, llamativo que el universo parezca obedecerlas o al menos, pueda describirse con tanta precisión a través de ellas. No es casual que algunos hayan hablado de las matemáticas como el «lenguaje de Dios».

Algo parecido ocurre con la idea de una moralidad objetiva. Si el ser humano fuera únicamente un producto material y la conciencia no fuera más que el resultado de conexiones sinápticas, resulta difícil explicar por qué ciertas nociones morales parecen imponerse como universales, más allá de culturas, épocas o intereses personales. La existencia de valores morales absolutos encaja con dificultad en una visión puramente material de la realidad.

En esta misma línea, pueden mencionarse también las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Según la visión de médicos como Manuel Sans Segarra, estas experiencias no pueden explicarse únicamente como fenómenos cerebrales ni como simples alteraciones neurológicas. En su opinión, la conciencia no se reduce por completo al funcionamiento del cerebro, y ciertos rasgos recurrentes de las ECM apuntan a una dimensión no material de la conciencia.

En definitiva, lo expuesto a lo largo de este artículo no pretende demostrar de manera concluyente la existencia de Dios, pero sí mostrar que creer en Él es una postura perfectamente razonable desde un punto de vista lógico. No hay nada en la ciencia ni en la razón que contradiga necesariamente su existencia. Dios puede ser alcanzado por la razón aunque no pueda ser comprendido plenamente por ella.

Si este texto sirve para algo, me gustaría que fuera para despertar la curiosidad del lector y animarle a investigar por su cuenta, sin prejuicios. Al comienzo del artículo decía que el primer paso hacia la fe es pensar. Ese paso, creo, ya puede darse por cumplido. A partir de ahí, lo que queda es la voluntad de buscar a Dios y finalmente, aceptar que el último paso no depende solo de nosotros, sino de que Él quiera salir a nuestro encuentro y colmarnos con su gracia.

Concluyo con estas dos citas: Arno Penzias, premio Nobel de Física por el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo: «La astronomía nos conduce a un acontecimiento único: un universo surgido de la nada, con un equilibrio extraordinariamente delicado necesario para proporcionar exactamente las condiciones requeridas para la vida. No parece haber muchas alternativas».

Fred Hoyle, astrofísico ateo y defensor del modelo del estado estacionario: «Una interpretación de los hechos sugiere que un súper intelecto ha jugado con la física, la química y la biología, y que no hay fuerzas ciegas dignas de mención».

Gonzalo Castellano Benlloch

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