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Es bueno que haya un solo interlocutor occidental con Putin, con independencia de que el líder elegido, Donald Trump, sea una persona impredecible en el sentido de defender con contundencia los intereses de Ucrania y de todo el mundo occidental, tanto de los aliados de la OTAN como los de la Unión Europea, frente a Putin. Al menos, así se evita el error estratégico en los primeros meses de la invasión rusa, cuando varios líderes europeos acudieron a visitar a Putin, en el Kremlin, pidiendo el alto el fuego sin resultado alguno.
En su reunión virtual, el pasado miércoles, con los altos representantes de los países europeos más relevantes, desde el Reino Unido hasta Polonia, pasando por Alemania, Francia, Italia y Finlandia, junto a las más altas autoridades de la UE y del secretario general de la OTAN, a los que se unió el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, Trump recibió, fundamentalmente, tres importantes peticiones: la prioridad es el alto el fuego, luego garantías de seguridad para Ucrania y tercero, que no reconociera la soberanía rusa sobre los territorios ucranianos ocupados. El presidente Sanchez no estuvo en dicha reunión.
Cualquier entrega de Trump a Putin de territorio ucraniano rompería el ya débil vínculo transatlántico que aún se mantiene con muchas dificultades. El resultado sería proporcionar unas ventajas innegables a los regímenes autoritarios encabezados por China y Rusia, acompañados por Irán y Corea del Norte.
Lo cierto es que el gran beneficiado de la cumbre de Alaska fue Putin ya que ha sido recibido en territorio estadounidense como líder de una gran potencia y, especialmente, ha roto su aislamiento internacional que tenía desde los primeros días de la invasión de Ucrania, en febrero de 2022, sin hacer ninguna concesión. A esto se suma el halago que proporcionó Trump a Putin al esperarle a la bajada de su avión a través de una alfombra roja, a todas luces una exageración.
El encuentro entre ambos presidentes en Alaska se puede analizar en tres niveles: en el de la posibilidad de alcanzar la paz en la guerra en Ucrania; en el de la repercusión en la seguridad internacional, particularmente en lo que atañe a Europa; y a nivel geopolítico o de relaciones de poder.
En el primer nivel, en el de la guerra en Ucrania, no se ha conseguido ningún avance, es decir, Putin se mantiene en su posición maximalista de retirada de las fuerzas ucranianas de los territorios ocupados por Rusia, del abandono de la ambición de Ucrania de pertenecer a la OTAN y del levantamiento de las sanciones occidentales sobre Rusia. En la otra parte, Zelensky rechaza cualquier cesión territorial y demanda garantías de seguridad ante cualquier posible invasión en un futuro acuerdo de paz.
Sin embargo, Trump ha quedado fuera de juego en este campo, ya que ha declarado tantas posiciones distintas y cambiantes respecto a la guerra en Ucrania que, en estos momentos, nadie sabe cual es su postura definitiva. Su declaración al final del encuentro de que “aún no se ha llegado a ningún acuerdo ni siquiera sobre el alto el fuego en Ucrania” dificulta gravemente unas posibles negociaciones de paz en las que debieran intervenir tanto Ucrania como la Unión Europa, como actores fundamentales.
En el sistema de seguridad internacional, la salida del aislamiento global de Rusia la ha colocado en una posición principal en el panorama interestatal del concierto de las naciones, facilitando el abandono de la imposición de sanciones de diferentes países al mismo tiempo que la permite realizar todo tipo de relaciones ya sean bilaterales o multilaterales toda vez que Trump como presidente de Estados Unidos y máximo líder mundial, ha sido el primero que ha proporcionado al presidente ruso los máximos honores en territorio estadounidense.
En este horizonte, la política y diplomacia de Estados Unidos, a salvo de lo que pueda tratar Trump con Zelensky y varios líderes europeos, incluido el secretario general de la OTAN, que le acompañan hoy en Washington, ha sido un desastre. Sacar del ostracismo al que estaba sometido Putin por Occidente, sin ninguna contraprestación indica la ingenuidad de los actuales responsables de la diplomacia estadounidense frente a la experimentada y consolidada diplomacia rusa, donde Serguei Lavrov constituye un ejemplo. La realpolitik nos dice que la cumbre de Alaska ha supuesto una pérdida de prestigio para Estados Unidos.
Dentro del panorama geopolítico de las relaciones de poder entre las superpotencias y grandes potencias, no hay duda de que Putin está apoyado por el presidente chino, Xi Jinping, en su objetivo de cambiar el actual orden liberal establecido por Occidente y dominado por Estados Unidos, desde el final de la IIGM, por un sistema multipolar en el que aparezcan varios centros de poder sujetos a unas nuevas normas establecidas por regímenes autoritarios. La pujanza de la asociación estratégica entre ambos países marcará la geopolítica de los próximos años.
Frente a esta posición de los líderes autoritarios se encuentra la actual postura occidental, donde se señala que los principales desafíos vienen del declive del liderazgo estratégico de Estados Unidos, de la resistencia de potencias emergentes y de la falta de legitimidad percibida en muchas regiones fuera de Occidente. Pese a ello, el orden liberal no ha desaparecido: continúa siendo objeto de reformas, resistencia y defensa activa.
La parte positiva para Ucrania y la Unión Europea de esta cumbre es que Trump no haya llegado a ningún acuerdo con Putin sobre Ucrania. Hasta donde se sabe hoy, ha respetado el compromiso pactado con los líderes europeos mencionado más arriba. Lo cierto es que las prisas y los frecuentes cambios de posición de Trump constituyen una debilidad y vulnerabilidad frente a la postura pragmática y permanente de Putin.
En este contexto, la cumbre de Alaska tiene una repercusión internacional de alto calado. Trump se presenta ante el mundo como un líder que no cumple sus promesas de sancionar a Rusia ni de las graves consecuencias que se producirían en caso de no detectar avances en las negociaciones o de no llegar a un alto el fuego como advirtió al líder ruso. Le pasó igual que a Barak Obama en la guerra de Siria en 2013 cuando se negó a aplicar represalias al gobierno sirio al utilizar armas químicas que había sido señalado como una línea roja por parte estadounidense.
La lógica estratégica nos dice que Trump, en función de los intereses de seguridad estadounidenses, va a tratar hoy en Washington con el presidente de Ucrania y varios líderes europeos, como muestra de la unidad y solidaridad europea con el país del Dnieper, lo que realmente se negoció en Alaska. Esta vez Zelensky no será tratado en el Despacho Oval como ocurrió el pasado mes de febrero.
Desde el punto de vista de la geopolítica holística, y con independencia de lo que se trate hoy en Washington, es un hecho objetivo que la cumbre de Alaska ha supuesto un fracaso para Trump como negociador y como líder mundial. Como le ha ocurrido con Xi Jinping y Netanyahu, Trump se muestra blando con los líderes fuertes que le hacen frente sin complejos. Me preocupa enormemente que en la reunión de hoy en Washington quede dañado el vínculo transatlántico.
GD (R) Jesús Argumosa Pila
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