Hace ya bastantes años, escribí tres artículos en lacritica.eu sobre el transhumanismo, señalando que era posible, que desembocara en la producción de un ser que no sería un ser humano, no pertenecería al género homo y lo suficiente superior al homo sapiens, para que pudiera ocurrir lo que se afirma que ya sucedió, con los neanderthalensis, los luzoniensis, los floresiensis o los denisovanos, que siendo –aunque discutible– del género homo, desaparecieron en su convivencia con el homo sapiens, más inteligente que ellos. (Existen una serie de ensayos científicos reveladores sobre el futuro del hombre, como el de José Antonio Ruiz, que se lee con el interés de una novela y se titula “El último sapiens”, y también el de Pedro Uría-Recio, bestseller en Estados Unidos y Francia, “Cómo la IA Transformará Nuestro Futuro”).
Desde entonces, el término transhumanismo se lee y se oye, cada vez con más frecuencia, en los distintos medios impresos, hablados, audiovisuales y digitales, analizado de un modo prometedor, beneficioso, intrigante, posiblemente peligroso, así como, desde diferentes puntos de vista: científico, cultural, evolutivo, intelectual, filosófico, ético e incluso teológico. (...)
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En efecto, también teológico, al identificar el progreso con la redención. De hecho, este movimiento considera inevitable la evolución humana, bien sea por una evolución natural a lo largo de los siglos, bien sea a través de una evolución artificial, conseguida en pocos años. Los sorprendentes avances tecnológicos, que crecerán exponencialmente durante el próximo lustro, supondrán un aumento desconocido de la inteligencia, la memoria, la fuerza, la resistencia y los sentidos, que remedien todas las debilidades, todas las deficiencias perennes de la naturaleza humana: el envejecimiento, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, con la añadidura de modificar nuestros componentes hereditarios, superando nuestras limitaciones biológicas, sexo incluido. Además, dichas tecnologías y avances de la neurociencia, proporcionarán el placer, el bienestar, la paz interior, la eliminación de toda preocupación, sin necesidad de arrepentimiento, aunque hayamos cometidos crímenes, dado que pueden erradicar esos recuerdos de nuestra mente, también el de la muerte (consideran la muerte como una especie de defecto, una falla genética en la existencia humana, que será superada por la inmortalidad digital, mediante la fusión humano-máquina), y sólo gozar de la vida, con un dios omnisciente que llevaremos en el bolsillo, suponiendo que sigan existiendo los teléfonos móviles; la IA, será el dios omnisciente, que nos proporcionará la sabiduría, el conocimiento completo: responderá satisfactoriamente a todas nuestras preguntas e inquietudes…en fin, el paraíso. (Kimberley Heatherington, “El transhumanismo busca reemplazar a los humanos algún día, según expertos”. OSV / omnes.mag, 30 de mayo de 2025).
Lo que va dicho parece ciencia-ficción y pienso que en cierta medida lo es –por ejemplo, hay acuerdo, casi general, que la conciencia no es computable–, pero el aumento creciente y recíproco entre el hombre y la máquina, de la inteligencia y del cuerpo, sustituido, cada vez en mayor medida, por prótesis y órganos más ventajosos, puede provocar que la diferencia entre la máquina y el hombre se vaya difuminando, conforme el hombre vaya teniendo más de la máquina y la máquina más del hombre, como está empezando a ocurrir, entre la realidad real y la realidad virtual. En efecto, lo que se pensaba, esto es, que la distinción entre la realidad real y la virtual no ocurriría hasta la década de los 40, sin embargo, ya lo estamos viviendo, sobre todo con relación a la voz y bastante a la imagen, a lo que se añade, que el segmento de población entre 14 y 24 años, prefieren, por primera vez en la historia, lo artificial a lo real.
Así, la máquina va camino de ir reemplazando poco a poco al hombre en el trabajo actual. Si bien es preciso reconocer que el hombre, desde hace siglos, busca que el trabajo sea cada vez menos penoso –pero no rechazable e inexistente, sustituido completamente por máquinas–, y lejos de ser una tarea meramente instrumental y extrínseca, constituya una colaboración activa en el perfeccionamiento del mundo creado. La grandeza del trabajo material, por tanto, no reside en el producto final, sino en el sujeto que lo realiza, esto es, se fundamenta más en la dignidad de la persona que trabaja y menos en la dignidad de la materia que el trabajo transforma.
En resumen, hasta el presente se está consiguiendo, mediante el continuo desarrollo y la disponibilidad de tecnologías que mejoren las capacidades físicas y mentales humanas, un progresivo cambio de la condición humana (no sé cuántas veces he oído o leído que el móvil, para la generación Z, es una prolongación de la mano y también de su lenguaje, así como que CHATGPT o GEMINI, son capaces de escribir textos como un humano), en un nuevo ser que supere al actual corporal y cognitivamente y en este sentido, el transhumanismo responde a una filosofía anti-humana, al punto que el prestigioso y conocido filósofo, economista y político Francis Fukuyama, ha llegado afirmar que el transhumanismo es la idea más peligrosa en la actualidad para la humanidad.
Escribir del transhumanismo en estas pocas líneas es hacer una caricatura de este movimiento, pero quizá sea suficiente para concluir, con carácter de evidencia, sobre la necesidad ineludible del análisis de las consideraciones éticas en la creación y aplicación de estas nuevas tecnologías, que se presentan en primera línea y previas a su misma creación y desarrollo, al afectar a la condición y naturaleza humanas. Y no sólo eso, sino que las personas que puedan permitirse estos avances y sean dueños de las tecnologías, pueden vetar esas ventajas al resto, provocando un dominio y totalitarismo del resto, como no ha existido nunca en la historia de la humanidad.
Naturalmente, los avances que se están produciendo y se van a producir, que parecen producto de la ciencia-ficción, en inteligencia artificial, biología sintética y biotecnología, robótica y nanotecnología, ingeniería genética y clonación, afectan, sobre todo, a la milicia.
En este sentido, por seguir con la robótica de artículos anteriores, se trae noticia del manejo de robots mediante el cerebro, las interfaces cerebro-ordenador (BCI). Ya en el año 2006, Matthew Nagle, en estado tetrapléjico, consiguió manejar el cursor de un ordenador utilizando únicamente su pensamiento, abriendo los correos electrónicos, cambiando los canales, etcétera, con solo pensar en estas acciones. En 2011, un investigador entrenado, consiguió pilotar con su cerebro, un helicóptero virtual, a través de un laberinto lleno de obstáculos. Y los avances han continuado, al punto, que en un futuro inmediato es probable que el trabajo en la industria armamentística se modifique, en la medida que se pueda mejorar la productividad significativamente por la acción del pensamiento humano sobre los robots –en este caso cobots–, e incluso, tal vez en el combate pueda operar el cerebro sobre algún tipo de drones y que éstos puedan emitir unas ondas o sonidos que alteren el funcionamiento del cerebro de los combatientes. ¿Será entonces una guerra de cerebros más o menos humanizados, más o menos mecanizados?
Francisco Ansón
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