NUESTRAS FIRMAS

El eterno descontento catalán (2). 11 de septiembre, 1714. El relato del nacionalismo catalán

«El 11 de Septiembre de 1714» - de Antoni Estruch i Bros (1909). (Foto: https://historiasdelahistoria.com/2012/09/25/la-diada-el-estado-catalan-y-almanzor).

LA CRÍTICA, 16 OCTUBRE 2024

Pepe Ordóñez | Miércoles 02 de octubre de 2024

No voy a extenderme mucho en la historia de esa fecha porque a todos les consta, incluso a los nacionalistas catalanes, que la Guerra de Sucesión (y no de Secesión) fue una guerra puramente dinástica por la corona de España, y nunca fue una guerra ni contra Cataluña ni los catalanes lucharon por Cataluña, sino por España y su corona.


Un breve resumen


A la muerte de Carlos II El Hechizado sin herederos, aspiraban al trono dos pretendientes: por un lado y por la casa de Borbón, Felipe de Anjou, bisnieto de Felipe IV y nombrado heredero universal al trono en el último testamento de Carlos II. Por otro el Archiduque Carlos de la casa de los Augsburgo, linaje reinante en nuestro país hasta la muerte de Carlos II. Ambos aspirantes se enfrentaron en la Guerra de Sucesión en la que, aparte de los apoyos extranjeros, se produjo la división de España en dos bandos: los borbónicos cuyo principal aliado fue Castilla, y los austracistas que contaron con el apoyo del reino de Aragón. Finalmente se impuso la candidatura de Felipe tras derrotar al último bastión importante enemigo, Barcelona, el 11 de septiembre de 1714, siendo coronado rey como Felipe V quién procedió a anular las leyes y privilegios de todos los territorios de su reino (y no solo de Cataluña) con el Decreto de Nueva Planta.


Hasta aquí el dato con base histórica. La guerra no dejó más huella entre los vencidos que la lógica de unos derrotados con familiares fallecidos en la contienda y las frustraciones de quienes no han alcanzado sus objetivos. Nada que ver con el relato que urdieron los nacionalistas en el siglo XIX. (LEER MÁS...)



...


Desarrollo del relato


La primera etapa del nacionalismo catalán, el cultural de carácter conservador, nació en la década de los años 30 del siglo XIX con el movimiento Renaixença (renacimiento) y su revista del mismo nombre como órgano de expresión. Sus objetivos eran revalorizar y normalizar la lengua catalana en la literatura y la cultura en general, y dar a conocer sus costumbres.


A ese afán por dar a conocer su historia se sumaron a partir de entonces un buen número de supuestos historiadores que publicaban datos o documentos inventados, falsificados o apócrifos, pero ajustados y adecuados a la conveniencia del relato nacionalista. La difusión de estos datos impulsó ya a partir de 1880 el nacimiento de la etapa política del nacionalismo catalán con la publicación de un proyecto de Constitución catalana: Las Bases de Manresa.


Decía el historiador británico Hobsbawm que «la historia es la sustancia de la que se nutre el nacionalismo… El pasado es fundamental porque legitima. Y cuando no hay uno que resulte adecuado, siempre es posible inventarlo».


Así pues había que darle a la historia catalana un leitmotiv que lo amalgamara todo, un núcleo que sirviera de esqueleto sobre el que iban a tomar cuerpo sus reivindicaciones. Y lo encontraron desenterrando el cadáver de la olvidada Guerra de Sucesión.


Según ese relato, los catalanes lucharon por Cataluña, sus derechos, sus libertades democráticas, su constitución y sus fueros.



Supuesto juramento de Felipe V publicado a mediados del siglo XIX. Pretende pasar como un documento real de 1702 con la portada de imprenta de las Cortes Catalanas de esa época.


Uno de los documentos que exhibe el nacionalismo catalán como el legítimo derecho a recuperar lo que el Decreto de Nueva Planta les arrebató, fue el famoso JURAMENTO DE FELIPE V. Ese documento, que recoge el supuesto juramento de Felipe de Anjou para ser aceptado como rey por los catalanes, tiene carácter de axioma. Con ese documento ya no hace falta explicar ni escribir más. Cataluña es una nación con sus derechos violados y punto. El supuesto juramento, presentado con la portada de Les Constitucions y altres drets de Catalunya de 1704 dice así:


«La nación catalana es la reunión de los pueblos que hablan el idioma catalán. Su territorio comprende: Cataluña con los condados del Rosellón y la Cerdaña, el Reino de Valencia y el Reino de Mallorca. Los tres pueblos que forman la nación catalana tienen una constitución política propia y están federados entre sí y con el Reino de Aragón mediante ciertas condiciones que son objeto de una ley especial. Cataluña es el Estado político formado, dentro de la Confederación, por los catalanes del Principado y de los condados del Rosellón y de la Cerdaña. El Principado de Cataluña es libre e independiente».


Si se analiza el texto veremos una serie de anacronismos que no encajan: hablan de una Constitución como si se tratara de una ley marco un siglo antes de que se publicara la primera en Estados Unidos o más de 100 años antes de La Pepa. Las tales constituciones (porque no había una sola sino muchas, lo que descalifican por completo es a quienes quieren asimilarlas a la ley fundamental de un Estado) eran un compendio de normas de todo tipo: comerciales, procesales, civiles o penales Supuestamente esta “constitución” fue aprobada por unas Cortes democráticas, cuando de democráticas no tenían nada, puesto que estaban formadas sólo por representantes del Rey, la Milicia y la Iglesia. Esas normas, además, se cambiaban o amoldaban en virtud del discurso real en el inicio anual de las sesiones.


Si nos fijamos un poco más, veremos que introduce términos aún por crear como la de “confederación” o la de identificar nación con la lengua, idea que empezó a usarse por los románticos alemanes cien años más tarde. Aquí hay que hacer notar la contradicción en que cae el secesionismo catalán cuando reivindica para ellos la lengua como entidad nacional que, según ellos, les da derecho a decidir, y sin embargo cuando se les confronta con idéntica reivindicación del Valle de Arán con lengua propia, los nacionalistas catalanes les niegan ese derecho ante la posibilidad de que se les pueda consultar si quieren seguir unidos a Cataluña o no.


Ese texto del supuesto juramento, que a primera vista ya vemos que ni siquiera se han molestado en darle formato de tal juramento sino de enunciado, ha sido publicado hasta la saciedad en numerosos libros y artículos de prensa del siglo XX sin que nadie se haya molestado en indagar sobre su verisimilitud. El origen del fraude se encuentra en un libro que escribieron José Coroleu (ponente del proyecto de Constitución catalana plasmada en Las Bases de Manresa) y José Pella titulado Los fueros de Catalunya. A pesar de que en su libro explican muy claramente que:


«Con la mira de dar más gráfico relieve a los principios de derecho escrito y consuetudinario que formaban la constitución histórica del Principado los hemos clasificado, por decirlo así, A LA MODERNA, esperando de que nuestros lectores no tomarán a mal ESTA IMPROPIEDAD EN QUE INCURRIMOS VOLUNTARIAMENTE (…)».


Pues nada más que añadir. Quedan explicados los anacronismos y que no fue ningún juramento sino un simple discurso real manipulado y transformado “a la moderna” por estos escritores. En el documento auténtico de 1702 se menciona el término nación, pero se oculta que fue en un texto dedicado por las cortes al nuevo rey y que se refiere a la nación española «tant animos y valeros Rey, (…) para major gloria sua y honra de la Nacio Espanyola».


El nacionalismo catalán no oculta en sus reivindicaciones que una de las pérdidas que sufrieron con el Decreto de Nueva Planta fueron “sus fueros y privilegios”. Ambos términos podemos considerarlos como redundantes. Los fueros en realidad eran unos privilegios que tenían las clases dominantes catalanas de imponer aranceles a las mercancías que se quisieran vender en las fronteras interiores de sus respectivos señoríos. Por tanto, no es cierto que los perdiera toda Cataluña, sino tan solo la clase dominante. Este sistema de economía medieval fue anulado por Felipe V, y no solo en Cataluña, sino en toda España. Los antiguos reinos que la formaron seguían con los atavismos medievales de sus aristócratas sin que ningún rey los hubiera podido someter a una única norma. El Decreto de Nueva Planta tuvo como consecuencia dinamizar la economía y que las fortunas cambiaran de mano en Cataluña, que tuvo, a partir de entonces acceso al comercio con ultramar, anteriormente monopolizada por los puertos de Cádiz y Sevilla y ahora abierto, entre otros puertos, al de Barcelona. Cataluña tuvo el monopolio casi exclusivo en el mercado textil y el algodón e importante participación, entre otros, en el comercio de esclavos.



Defensa y derrota de Barcelona


Volvemos a esa fecha del 11 de septiembre de 1714. Los historiadores catalanes dibujan un ejército catalán luchando por sus libertades y por la independencia de Cataluña, enarbolando la bandera catalana, la Senyera de las cuatro barras prefiriendo morir antes de rendirse. Un inciso: las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo no son exclusivas de Cataluña sino que se encuentran en numerosos escudos y banderas de otras ciudades de Aragón y Valencia. O de otras comunidades, como la Valenciana e Islas Baleares, así como otros territorios de Francia e Italia que también pertenecieron al reino de Aragón. Este reino introdujo el cuartel de las cuatro barras en su escudo cuando Jaime I quiso rendir vasallaje al papado que lucía esos colores desde que se instaló Roma alrededor del siglo V, tomando los colores del conopeum imperial romano como símbolo de poder supremo en la tierra.



Conopeo imperial romano. Un símbolo de poder en forma de sombrilla que se extendía sobre el emperador.


Sigue la historia contada por los nacionalistas sobre la batalla de Barcelona ensalzando al heroico defensor de la ciudad, el Conseller en Cap Rafael de Casanovas, símbolo del independentismo al que se homenajea cada 11 de septiembre. Casanovas no quiso rendir la ciudad al duque de Berwick que mandaba las tropas de Felipe V. Y Los defensores, en clara inferioridad, fueron masacrados por una tropa muy superior. Más de 5000 caídos de los austracistas fueron enterrados en una fosa común en el Fossar de Les Moreres.


Primero: los defensores no enarbolaban señeras ni banderas catalanas de ningún tipo, sino que cada grupo tenía su propio santo o símbolo religioso favorito que exhibían en el combate para que los protegiera. Incluso algunos alzaron el estandarte con la cruz de San Jorge. Luchaban y así lo gritaban “por España y su rey”. Segundo: Rafael de Casanovas no fue un independentista catalán sino un patriota español. Toda su descendencia ha desmentido constantemente ese mito independentista y en 2013 Paloma Casanova, escribió que su antepasado «Era un patriota español. Toda mi familia ha defendido siempre la unidad de España». Tercero: la no aceptación de la rendición de Barcelona al Duque de Berwick fue criticada por sus superiores y mandos militares, (entre ellos Villarroel que dimitió ante semejante barbaridad) por lo que se preveía un derramamiento inútil de sangre. Los descendientes de Casanovas hicieron pública la proclama que escribió su pariente el mismo día de la masacre «¡A las armas catalanes, paisanos siempre al arma, hoy muera el enemigo, hoy se libera España!». Casanovas fue indultado y terminó su vida plácidamente ejerciendo su profesión de abogado en libertad. Cuarto: en cuanto al Fossar de les Moreres, donde supuestamente se enterró a más de 5000 defensores muertos en la batalla, se ha descubierto de nuevo que es una ficción. Ese mito está basado en un poema de Serafí Pitarra escrito 150 años después de los sucesos que dice «Al fossar de les Moreres / no s’hi enterra cap traïdor; / fins perdent nostres banderes / serà l’urna de l’honor». Se han hecho varias excavaciones para encontrar los restos de los supuestos héroes enterrados en una fosa común. El resultado fue encontrar exclusivamente los huesos de tumbas individuales y un osario con varios huesos. Pero nunca una fosa común y mucho menos de más de 5000 cadáveres, por lo que se confirma que se trató de un simple cementerio situado en un lateral de la iglesia de Santa María del Mar. Pese a ello, el mito sigue adelante y la llama de un pebetero arde en el lugar como símbolo de la resistencia de unos héroes que no parece fueran enterrados allí.



Nace el catalanismo político


Toda esa historia creada al amparo de un relato inventado dio lugar a unos supuestos “greuges” (agravios) entre los que sumaron, cómo no, los económicos. Como dijimos, Felipe V abrió el comercio con ultramar a todo su reino. Cataluña y su burguesía se beneficiaron de ese cambio en la economía. Pero las pérdidas paulatinas de las colonias dieron lugar a una disminución de esos beneficios. Los inversores catalanes pretendieron que de alguna manera fueran compensados por Madrid. Les suena, ¿verdad? El centralismo les resultaba hostil. Y del movimiento cultural se pasa a la acción política. Las Bases de Manresa marcan el inicio oficial del catalanismo político a partir de su publicación en 1892. Es un proyecto de constitución de carácter federalista, aunque con tonos de marcado acento nacionalista y totalmente anti centralista, con su proa puesta claramente hacia el objetivo final: la secesión.


Entre otras cosas dicen: Que el Tribunal Supremo estará constituido por jueces de cada una de las regiones, pero sus decisiones no tendrán una jerarquía superior a los tribunales de las regiones que serán totalmente independientes. Que solo los catalanes de nacimiento podrán ejercer cargos públicos en Cataluña. También que Cataluña será soberana en su gobierno interior, podrá dictar sus propias leyes, acuñar moneda, recaudar impuestos y todas aquellas funciones que no correspondan al Poder Central. Cataluña contribuirá al ejército español con hombres, aunque únicamente voluntarios, o su compensación con dinero. (Con ello las clases pudientes podían pagar la defensa de sus intereses a cargo del ejército español sin implicarse en la lucha). Las fuerzas de orden público estarán sometidas a la autoridad catalana. Y la última base dice Se reformará la legislación civil de Cataluña, tomando como base su estado anterior al Decreto de Nueva Planta y las nuevas necesidades de la civilización catalana. De nuevo aparece el cadáver de la Guerra de Sucesión y su archienemigo Felipe V para justificar una vuelta a unos usos de carácter medieval en favor de la clase dominante que ahora sería la burguesía catalana.


Estas Bases de Manresa fueron los cimientos sobre los que se redactó el famoso Estatut de Autonomía de 2010 que, con la apariencia de Estatut, trató de colar una autentica Constitución que convertía a Cataluña en un poder independiente del Estado. Según ese Estatut, Cataluña podía elaborar sus propias Leyes sin que el Tribunal Constitucional pudiera anular las aprobadas por el Parlament o que los agravios administrativos sólo los pudiera supervisar el Sindic de Greuges y no el Defensor del Pueblo, o quitando las competencias al Consejo General del Poder Judicial para concedérselo en exclusiva al Consejo de Justicia de Cataluña, o que la vía Judicial se agotaba en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sin que cupiera recurso ante el Tribunal Supremo, así como otras competencias en materia económica y de administración de los territorios, como la que Cataluña aprobaría o rechazaría el esfuerzo fiscal que le pidiera el Estado si ese esfuerzo no se le pidiera por igual a otras comunidades, etc. Todo este intento de eliminar al Estado español de la administración en Cataluña dio como resultado la anulación de 14 artículos y la reinterpretación de unos cuantos más por el Tribunal Constitucional y como consecuencia, una gran manifestación en Barcelona que, en más de un 90 % ignoraba qué decía el Estatut ni qué artículos fueron anulados y cuál había sido el motivo de su anulación.


La llamada de la Generalitat y sus órganos de propaganda fue suficiente para, al igual que en las manifestaciones de la Plaza de Oriente, los fanáticos acudieran en masa a rendir culto a su líder. El president Montilla, del PSC, había estirado más el brazo que la manga y aumentó la deuda de Cataluña de 60.000 a más 80.000 millones de euros y escondió su pésima gestión, como otros muchos políticos catalanes, envolviéndose en la bandera catalana (a pesar de ser cordobés y hablar muy mal el catalán) y agitando la calle contra esa “Espanya que ens roba”. La excusa para la convocatoria fue una magnífica coincidencia para Montilla de su despilfarro y la anulación de esos catorce artículos. Su gestión quedó tapada por la gresca política y culpando de todos los males a “Espanya” La herencia de Montilla la tuvo que gestionar Artur Mas y esa losa fue demasiado pesada como para tener el margen de gasto que necesitaba sin tener que recurrir al Estado. Así que de nuevo volvió a llamar a las armas a los catalanes contra la “Espanya que ens roba”. O le cedían el cupo catalán al igual que el del País Vasco o habría choque de trenes. Rajoy intentó por todos los medios llamar a la cordura a Mas, pero el president no veía otra salida que refugiarse en el conflicto. Los 80.000 millones de deuda no le dejaban margen. El choque de trenes se produjo con la promesa de un referéndum que se realizó en forma de consulta no vinculante, el llamado “butifarrendum” a consecuencia del cual fue condenado e inhabilitado. A Mas le sustituyó Puigdemont que subió la apuesta con un referéndum ilegal que dio inicio al conflicto conocido como el procés. Pretendía llevar a Cataluña al reconocimiento interior y exterior de su independencia, un proceso largo de explicar que no ha lugar narrarlo en este artículo.



Situación actual


Tengo que confesar mi incapacidad para definir los límites entre catalanismo, nacionalismo e independentismo. De ahí la mezcla de esos términos a lo largo de este artículo, por lo que pido disculpas si lo he hecho de forma inexacta. Aunque en términos semánticos son conceptos elementales, no resulta fácil distinguirlos en la práctica. Todo catalanista puede evolucionar hacia el nacionalismo irracional y el secesionismo en cuestión de poco tiempo y según el input emocional al que esté sometido. No conozco ningún nacionalista moderado estancado en su moderación. Cambian de un concepto a otro con gran facilidad. Ni ellos mismos son capaces de autodefinirse de forma estable en uno solo de esos términos dada la volatilidad de sus ideologías.


Cuando llegué a Cataluña hace más de cincuenta años vine con un sentimiento de admiración y una opinión muy positiva hacia el pueblo catalán que sigo teniendo hacia todo aquel que, catalán o no, tenga un comportamiento racional. Las muchas amistades catalanistas que conocí me repetían siempre lo mismo: «Nosotros no somos independentistas. Con que respeten nuestra lengua y nuestras costumbres tenemos suficiente». Las primeras manifestaciones de las diadas durante la transición tenían un lema relativamente moderado “Libertad, Amnistía, Estatut de Autonomía”, como si con solo eso se calmaran las ansias catalanistas. Los primeros partidos que gobernaron Cataluña fueron de un nacionalista moderado. Luego esa moderación fue cambiando y desapareciendo.


La gran mayoría de los nacionalistas con los que he tratado padecen un mal común en toda España: un desconocimiento supino de su propia historia, incluso de la inventada. No saben quién fue Felipe V ni la Guerra de Sucesión y ya no digamos la Guerra del Segadors o el Pacto de los Pirineos. Prolongan el franquismo incluso hasta la Edad Media. Solo se rigen por lo que les dicta sus tripas y les cuentan sus colegas de las collas de escalada o de copas. Su burbuja es total y absolutamente impermeable a datos o razonamientos y aunque tengan la certeza de que la independencia les ocasionaría la ruina que duraría toda una generación, les es igual. Ellos sólo quieren librarse de “la puta Espanya” y que no se les identifique con esas personas oscuras de raza que consideran inferior en cultura y en aspecto. Supremacismo puro, duro e irracional.


Con esos ladrillos el independentismo fue ganando adeptos arrastrando a los antiguos moderados e incluso entre los que se confesaban apolíticos; las manifestaciones de las Diadas, antes festivas y moderadas, se llenan de banderas esteladas independentistas y de violentos que provocan alborotos. Los partidos moderados, como CIU, desaparecieron y se han diluido insertándose en partidos más polarizados. La denominación de “butiflers” (una especie de traidor colaboracionista con el enemigo) se aplica a todo aquel catalanista que no se somete a la doctrina independentista beligerante. No digo que el independentismo haya crecido, pero sí que aquellos que antes presumían de moderación han perdido protagonismo e influencia social y solo les queda dos opciones: o se polarizan o se quedan en el ostracismo.


Pepe Ordóñez



TEMAS RELACIONADOS: