En efecto, el próximo 11 de febrero, el Papa Francisco elevará al honor de los altares a la primera santa, cien por cien argentina: Antonia Paz de Figueroa, conocida como Mama Antula.
Fue el año 1767, cuando Mama Antula tuvo que ver cómo a los jesuitas, en una de cuyas reducciones trabajaba, se los llevaban encadenados, tratados con mayor crueldad que a los criminales y los deportaban, siguiendo las instrucciones del rey de España, Carlos III y su gobierno. Carlos III supo rodearse de ministros y consejeros competentes, pero que compartían las ideas enciclopedistas y en consecuencia su animadversión hacia la religión –especialmente hacia los jesuitas–, que se concretó y proyectó, en todo su rigor, durante la Revolución francesa. (...)
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La expulsión de los jesuitas, que no sólo fue de España, se llevó a cabo en nuestro país, sino también en otros países europeos, con una coordinación y exactitud inmejorables. Con gran sigilo, en la madrugada del 2 de abril de 1767, las tropas reales entraron en las 146 casas de los jesuitas y les comunicaron la orden de expulsión contenida en la Pragmática Sanción. Ese mismo día ya estaba preparada la expulsión de España de los 2641 jesuitas y de los 2630 de América. Pero el deseo de acabar con la Compañía, no acabó con su deportación, sino que, José Moñino, el futuro conde de Floridablanca, consiguió –junto con otros representantes de Francia y Portugal–, bajo amenaza de un cisma en España, que el Papa Clemente XIV decretara, el 21 de julio de 1773, la supresión y extinción de la Compañía de Jesús, que afortunadamente continuó, porque Federico II de Prusia y Catalina II de Rusia, prohibieron, incluso, la lectura del Breve papal, que prescribía su extinción.
Es cierto que La Revolución Francesa consiguió avances y mejoras en el sistema político, la sociedad e incluso, a largo plazo, en la Iglesia, pero siempre estuvo marcada por su rechazo al cristianismo y especialmente a los jesuitas.
Escribe Vicente Cárcel, quizá el principal especialista español de Historia de la Iglesia Contemporánea, que, en el aspecto religioso, “sobre la Revolución francesa, hay que sacar una conclusión muy pesimista, pero muy realista. Y es que el giro persecutorio del acontecimiento revolucionario no debe ser adosado al clero, que fue el primero en disociarse del anciene régimen y aceptó la nacionalización del patrimonio eclesiástico, decretada el 2 de noviembre de 1789 (la confiscación de los bienes no sirvió a los pobres, …)”. Y añade: “Todo creyente era, por principio sospechoso, y todo sospechoso podía terminar sin más en la guillotina en virtud de la terrible Ley de Sospechosos de 17 de noviembre de 1793, según la cual podían ser condenados aquellos que sin haber cometido actos reprensibles contra la República, eran considerados capaces de comentarlos. Es decir, se condenaban con la guillotina las simples querencias o las meras suposiciones”. De hecho, Marat insistió: “Golpea a la superstición desde su raíz. Decid abiertamente que los sacerdotes son nuestros enemigos”. Y con relación al primer genocidio de nuestra época: “Doce columnas armadas, llamadas “infernales”, se dividieron el territorio de La Vendée y cometieron los crímenes más horribles que puedan imaginarse, quemando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso: casas, granjas, campos cultivados, bosques, árboles, etc., y asesinando incluso a mujeres, adolescentes y niños pequeños, … De este modo fue destruida por completo una entera región. Que el balance final fue de más de 100.000 muertos… De este modo, el general F. Westermann –como documentó Ch. L. Chassin– pudo comunicar a la Convención: “La Vendée ha dejado de existir. Ha muerto bajo nuestros sables, con sus mujeres y sus niños. He aplastado a las mujeres con las pezuñas de mis caballos, he masacrado a las mujeres que no podrán engendrar más bandidos. No tengo que reprocharme nada por no haber hecho prisioneros. Los he exterminado a todos. Los caminos están diseminados de cadáveres. Hay tantos que en muchos lugares forman un montón.” (Vicente Cárcel, HISTORIA DE LA IGLESIA. III LA IGLESIA EN LA ÉPOCA CONTEMPORÁNEA, Ediciones Palabra, 1999, pp. 61 y ss.).
Naturalmente, como ya se ha dicho, esta actitud hacia la religión y los jesuitas de los gobiernos de España de Portugal, llegaron a América y a las reducciones jesuitas, que, como pudo comprobar Mama Antula, no sólo evangelizaron sino que llevaron lo mejor de la cultura de su tiempo, al punto, que miles de los indios de la reducciones, se establecieron como artesanos en los diferentes oficios que les habían enseñado los jesuitas en las reducciones.
Los datos sobre Mama Antula están dispersos. Aquí he seguido dos textos que los recogen y citan escrupulosamente: el artículo publicado en omnesmag.com, el 22 de diciembre de 2023, por Hernán Sergio Mora y Wikipedia en la voz Mama Antula. A los autores de ambas publicaciones les expreso mi agradecimiento.
Antonia Paz de Figueroa, conocida como Mama Antula, nació en 1730 en Villa Silípica, en el interior de la actual provincia argentina de Santiago del Estero. Sus padres, Miguel de Paz y Figueroa Mendoza, y María de Zurita y Suárez de Santillana, pertenecían ambos a familias importantes y acomodadas.
A los 15 años hizo los votos como “Beata” (actualmente llamadas laicas consagradas) y durante veinte años María Antonia estuvo al servicio de los jesuitas, asistiéndolos especialmente en las tareas auxiliares de los ejercicios espirituales. Pero tras la dolorosa expulsión de éstos, la futura santa, en lugar de vivir en un convento y a pesar de las estrictas prohibiciones, continuó la labor de los jesuitas –con el nombre de María Antonia de San José, que abrevió y se presentaba siempre como María Antonia (Mama Antula en quechua)–, especialmente los ejercicios espirituales ignacianos, lo que implicaba evidentes riesgos, pero en los que al final de su vida y tras haber recorrido una gran parte del territorio argentino y uruguayo –cerca de 5.000 kilómetros, descalza y pidiendo limosna, con tal pobreza, que cuando llegó a Buenos Aires, hasta los niños la apedrearon–. En Buenos Aires se encontró con la oposición irreductible del virrey Vértiz, que debido a su odio a los jesuitas, le prohibió organizar los ejercicios espirituales. Mama Antula no se arredró y los llevó a cabo, clandestinamente, en diversas casas. La asistencia llegó a ser tan masiva que se descubrió, pero aunque habían hecho Ejercicios Espirituales personas de todas las clases sociales, también habían asistido la casi totalidad de las familias nobles de Buenos Aires, por lo que el virrey Vértiz hubo de ceder, al punto, que gracias a unas donaciones de terrenos construyó la actual Santa Casa de Ejercicios Espirituales en lo que hoy es la calle Independencia 1190, una de las casas más antiguas de Buenos Aires. Escribe en 1778 Ambrosio Funes, que en ocho años habrían hecho Ejercicios Espirituales unas setenta mil personas. de todas las clases sociales.
La fama de Mama Antula como consejera trascendió la Argentina y sus cartas fueron traducidas a casi todas las lenguas europeas. Mama Antula fue proclamada beata el 27 de agosto de 2016 en Santiago de Estero por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, enviado especial del papa Francisco.
El milagro que llevará a la canonización de Mama Antula ha sido la curación de Claudio P., que, con 17 años, en el seminario, conoció a Jorge Bergoglio, que “dándole una palmadita sobre la espalda le sugirió que buscara otro camino vocacional, prometiéndole que bendeciría a su esposa e hijos”. Y “qué bonito ver que Francisco será quien canonizará a la intercesora del milagro que le permitió seguir viviendo”.
Desahuciado por los médicos y diagnosticado de “muerte segura”, se curó invocando la intercesión de Mama Antula. Constata Vatican News que al “comparar las conclusiones de los diferentes médicos y la Consulta Médica del 14 de septiembre de 2023, sobre la curación del Sr. C.P. con los textos todos que atestiguan la invocación de la Beata María Antonia de San José, la relación entre invocación y curación se hizo clara y evidente”.
En efecto, como se sabe, para beatificar y canonizar a una persona hace falta: que muera en olor de santidad; después de analizar y estudiar su vida, sus escritos, sus obras, si para la Iglesia se trata de un santo, espera la confirmación del Cielo; si se produce un milagro, por ejemplo la dolencia que los médicos consideran incurable, irreversible, que no responde a los medicamentos y se produce repentinamente la curación de esa dolencia, entonces pasa a ser estudiada por una “Comisión” de médicos y de científicos que si concluyen que la curación supera las leyes de la naturaleza, esto es, que no puede explicarse por causas naturales, pasa a otra “Comisión” que debe establecer si esa curación se debe a la intercesión, en este caso de Mama Antula, puesto que en algunos casos o no se ha encomendado a nadie o se ha encomendado a varios, pero en este caso es indudable que ha sido únicamente a Mama Antula, por lo que el milagro ha de ser atribuido a ella, lo que permite, si el Papa lo considera así, declarar a Mama Antula, la primera santa argentina.
Pilar Riestra
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