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La labor de Stilwell pertenece históricamente a la Segunda Guerra Mundial; la de Marshall a los inicios de la Guerra Fría; y la de Kissinger a los años finales de la misma. Entre otros, sobre el primero tenemos el estudio fundamental de Barbara W. Tuchman, Stilwell and the American Experience in China, 1911-45 (1972); y sobre el segundo, el muy reciente de Daniel Kurtz-Phelan, The China Mission. George Marshall’s Unfinished War, 1945-1947 (2018).
Aunque sobre Kissinger existe ya una amplísima bibliografía, los estudios sobre su triangulación con China son más escasos. Contamos con sus propias memorias del período –particularmente su voluminoso trabajo On China (2011)– y algunas obras monográficas de Margaret Macmillan, especialmente Nixon and Mao (2007).
Curiosamente, la efectividad de Kissinger en su diplomacia con China contrasta con los fracasos de Stilwell y de Marshall, dos personalidades consideradas especialistas en el gigante asiático, con la experiencia de haber vivido años en el país, y en el caso de Stilwell sobre todo con un perfecto dominio del idioma y conocimiento de la cultura. Kissinger, aunque muy inteligente, con gran destreza profesoral y académica, ignoraba casi todo (y aparentaba no importarle) sobre la historia, la política y las lenguas de China. Según su propio reconocimiento, no fue suya sino que tomó la idea de la triangulación con el imperio maoista de su jefe, el presidente Richard Nixon.
Los generales Stilwell (bajo la presidencia de F. D. Roosevelt) y Marshall (bajo la de Harry S. Truman) intentaron una triangulación en forma de gran coalición que incluía al gobierno de la República de China (apoyado, con reservas, por EEUU) y el Partido Comunista Chino (apoyado, también con reservas, por la URSS). Ambos fracasaron y el resultado fue la última Guerra Civil en la China continental entre 1945-1949 con el triunfo final del comunismo.
Kissinger (durante la presidencia de Richard M. Nixon) intentará y conseguirá su objetivo mediante una triangulación que marginará y traicionará a la República de China en Taiwán (y al régimen autoritario nacionalista de Chiang-Kai-sheck), apoyando estratégicamente a la República Popular de China (y al régimen totalitario comunista de Mao Tse-tung).
Ahora bien, el éxito de Kissinger en China para beneficio del comunismo –sobre todo para los dirigentes comunistas (y los beneficiarios occidentales del comercio con el régimen)– ha sido una tragedia, no solo para el nacionalismo y liberalismo desplazados a Taiwán, sino para el pueblo chino en general y las minorías (cristianas, islámicas, tibetanas, etc.), para Asia, y para el resto del mundo. Las reformas económicas en la autoritaria fascista-comunista Era Deng (Maurice Meisner: The Deng Xiaoping Era, 1996) han dado paso al brutal totalitarismo nazi-comunista de la Era Xi, con las permanentes amenazas de una nueva Guerra Mundial, fría o caliente, en el marco de un triángulo trágico definido por la alianza estratégica de la China de Xi Jinping con la Rusia de Vladimir Putin. Alianza frente a unos EEUU en progresiva decadencia tras la presidencia de Ronald Reagan y el brevísimo interludio de la presidencia de Donald Trump.
Historiadores en el futuro evaluarán con precisión el legado de Kissinger, pero algunos críticos rigurosos como el periodista Seymour Hersh (The Price of Power, 1983) y el profesor de la Universidad de Yale Greg Grandin (Kissinger’s Shadow, 2015) ya han decidido calificarle “criminal de guerra” por su co-responsabilidad –solo en el teatro asiático (Vietnam, Camboya, Laos, Timor Este, Bangladesh, etc.)– de más de tres millones de muertes. Y por haber empatizado con “megamurderers”, asesinos en serie como Mao Tse-tung, Chu Enlai, y Deng Xiaoping (éste responsable también de miles de muertes, desde la masacre de la comunidad islámica de Shadian, Yunnan, en 1975 hasta la represión del movimiento democrático, culminando en la masacre de la Plaza de Tiananmen en Junio de 1989).
Contrariamente a la común y positiva percepción en Occidente, el carácter autoritario fascista-comunista de la Era Deng (fase intermedia entre el moribundo totalitarismo de Mao y el naciente totalitarismo de Xi), ya fue insinuado por el profesor Meisner (ob. cit., pp. 460-461, 467, 522-523). El sinólogo Frank Dikotter en su reciente obra The Cultural Revolution (2016) cita al prestigioso historiador chino Wei Jingsheng caracterizando a Deng Xiaoping como “dictador fascista” (ob. cit., p. 318).
Kissinger dejó de servir al gobierno americano con la llegada de Reagan a la Casa Blanca, pero desarrolló una relación personal muy lucrativa con China a través de su consultoría Kissinger Associates. Tras visitar Pekín este mismo año 2023, se reafirmó en su idea de que el conflicto entre China y los EEUU será una “catástrofe”.
Manuel Pastor Martínez
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