No creo que actualmente exista una crisis de la Monarquía española, forma política de nuestro Estado constitucional y símbolo de la grandeza histórica de la Nación (exactamente, según el artículo 1.3 de la Constitución: “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”), legitimada por la inmensa mayoría de los españoles desde los referenda de 1976 (LRP) y de 1978 (Constitución), asunto reiteradamente ratificado por todas las encuestas serias posteriores.
Tampoco creo que haya una crisis de la dinastía Borbón, primera línea de defensa frente a los antimonárquicos de todos los colores. (...)
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Ciertamente las dinastías, y en concreto los Borbones, han cometido errores, mayores y menores (pensemos en el felón Fernando VII, el “borboneo” de Alfonso XIII, o más recientemente los –llamémoslos así– devaneos sentimentales y económicos del “juancarlismo”, aparte de cierta oscuridad alrededor del 23-F), pero han sido compensados por la obra de grandes monarcas o decisiones de la misma familia: Carlos III, el mejor alcalde de Madrid e impulsor de la última gran expansión imperial en América; con la reina gobernadora María Cristina se inicia la Monarquía constitucional-parlamentaria; Alfonso XII impone la Restauración, tras las interminables guerras civiles carlistas y el pretorianismo endémico; o el propio Juan Carlos con la casi modélica Transición que pilotó desde el franquismo a la democracia.
Mi admirada amiga Carmen Lomana, célebre por su peculiar combinación de elegancia personal y brillante sentido común, no hace mucho declaró, ante la presente crisis de un peligro golpista anticonstitucional propiciado por el PSOE de Sánchez y los separatistas, que el Rey debe “mojarse”.
Carmen y yo compartimos el recuerdo de un gran amigo común, el catedrático de Derecho Natural y Filosofía de Derecho e ilustre asturiano Luis García San Miguel. En mi caso, “Luisón” –al que consideraba como mi hermano mayor– fue el primero en aconsejarme que me distanciara del socialismo (ambos habíamos sido miembros del PSI/PSP del profesor Tierno Galván; él se distanció antes, yo lo hice hacia 1980). Él me presentó al Rey Juan Carlos en una audiencia en el Palacio de Oriente durante la Transición, y siempre fue un defensor racional y emocional de la Monarquía y de la fundación Principado de Asturias.
Coincido con Carmen Lomana, y no creo que la expresión sea irrespetuosa, de que el Rey Felipe debe “mojarse” en el legítimo y seguro bálsamo constitucional, sin perder por ello su necesaria independencia.
Baste recordar que el artículo 56 de la Constitución reza: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones…”. Y como instrumento de su “potestas” el artículo 62 señala, entre otras funciones, que corresponde al Rey “El mando supremo de las Fuerzas Armadas”.
Grandes teóricos político-constitucionales del siglo XX, firmes defensores de la jerarquía de las leyes, que hubieran suscrito el dictum de Quevedo “mero jurista, puro asno”, dejaron bien claro:
La legitimidad del “juancarlismo” comenzó a debilitarse por cierta falta de claridad durante el infame intento de golpe de Estado del 23-F de 1981, en una fatídica senda de elefantes: del “elefante blanco” al elefante botswaniano. Por el contrario la legitimidad del Rey Felipe se reforzó cuando se “mojó” tras el igualmente infame intento de golpe de Estado del 1-O de 2017.
El filósofo –presumo que monárquico funcional– socialdemócrata “tercerista” Fernando Savater, y el escritor monárquico liberal Alfonso Ussía, también coinciden en la necesidad, más bien urgencia, de que el Rey adopte una decisión quirúrgica acorde con la Constitución, llamémosla “mojarse”, o bien decirle a Sánchez con la misma determinación moral de los grandes Papas frente a los tiranos: “Non Possumus”.
Manuel Pastor Martínez
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