Todos los fundadores y primeros dirigentes del Partido Comunista Chino –a excepción del joven Mao– eran fervientes admiradores del bolchevismo ruso, en particular de Lenin, y disciplinados ejecutores de las instrucciones recibidas desde la Komintern: Chen Tusio, Li Tachao, Liu Saosi, Li Lisan, Chu Teh, Lin Piao, Peng Tehuai… incluso el refinado estudiante en París Chou Enlai (muy inteligente y cordial en opinión de Kissinger, pero con el instinto asesino de un auténtico chequista). En algunos casos pudieron estar involucrados en las disputas doctrinales derivadas del enfrentamiento entre Trotsky y Stalin, pero todos leninistas en última instancia, y casi la totalidad estalinistas en su evolución final. (...)
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Especialmente leales a Stalin –y por tanto muy sospechosos para Mao, que cuando pudo los depuró– fueron el representante de la Komintern Wang Ming y el dirigente comunista en Manchuria Gao Gang.
Mao sin embargo, aunque lector y admirador de Marx y Engels, por razones políticas aparentó ser un buen estalinista pero en su fuero interno odiaba a Stalin –según confidencias a su médico privado–, manteniendo siempre un cierto talante ácrata e indisciplinado muy acorde con su carácter “neurasténico” (calificación convencional de los doctores de la época), y sus frecuentes depresiones. Asimismo muy en sintonía con el “problema campesino” y sus expresiones espontáneas y violentas, similares a la actitud de rebeldía típica de los bandidos rurales en China. Según el creíble testimonio del Dr. Li Zhisui: “Mao solía decirme ‘Yo soy un graduado de la universidad de los forajidos Sin Ley’. Realmente era un rebelde consumado.” (Li Zhisui, 1994, pág. 120).
Pero Mao tuvo un insólito (y algo teatral) cambio mental hacia 1923, en medio de una de sus depresiones más fuertes, siendo escéptico de las posibilidades de una revolución espontánea o planificada en China, dado el atraso del campesinado y las diminutas fuerzas del comunismo en tan inmenso y paupérrimo país.
Según testimonios de H. J. F. M. Sneevliet, alias Maring, y M. Borodin, delegados de la Komintern y muy personalmente representantes de Stalin en China (relatado en la última biografía de Mao muy bien documentada, de Alexander Pantsov & Steven Levine, 2012, pág. 122): Maring en concreto informaría que Mao, convencido de que la fuerte tradición patriarcal del país impedía la creación de un partido de masas, y “era tan pesimista que solo veía la salvación de China en la intervención directa de Rusia”, proponiendo la construcción de una base militar soviética en el noroeste de China.
Stalin, por supuesto, nunca se fio plenamente de Mao, al que consideraba un tanto excéntrico, un poco “clown”, mal poeta y posiblemente un drogadicto (esto último sería confirmado por su médico: Li Zhisui, 1994, págs. 109-113), pero quizás útil o necesario para su política maquiavélica y bastante retorcida en China, exigiendo la integración de los comunistas en el Kuomintang.
Mao era consciente de necesitar el apoyo y la financiación de la URSS, pero también encontró otros medios para autofinanciar su revolución mediante, en sus propias palabras, “la guerra revolucionaria del opio” (Fenby, 2004, págs. 442-443; Chang & Halliday, 2005, págs. 276-280; Fenby, 2008, pág. 308).
Según testimonios del emisario soviético Petr Vladimirov, recogidos por el historiador chino Chen Yung-fa, y por primera vez revelados en la literatura occidental por el historiador Jonathan Felby, en los años 1940s el opio era la fuente de financiación más importante (entre el 40-50 % hacia 1944) del comunismo maoísta. Refiriéndose al mismo en los documentos como “comercio extranjero” de la Compañía del Producto Local, y asimismo como “producto especial” o “jabón”.
Con precedentes en los años 1920s y 1930s (durante el caos guerracivilista de los “Señores de la Guerra” y la “Larga Marcha”), los datos de los años 1940s han sido convenientemente ocultados por los historiadores oficiales después de 1949, como serían también ocultados los contactos entre la inteligencia maoísta y los colaboracionistas japoneses de Wang Jingwei, incluso antes y durante la guerra civil contra el Kuomintang (Fenby, 2008, págs. 208, 308).
El narcotráfico del opio hacia los EEUU y Occidente, a través de mafias criminales y algunos generales corruptos del Kuomintang –traidores a Chiang Kai-chek– es un precedente del trágico problema actual relacionado con la heroína, el fentanilo y otros productos “precursores” originarios de China.
China ha sido responsable además de otras terribles epidemias (véase mi artículo “China comunista, madre pandémica”, La Crítica, 2022). Como es sabido resulta una mentira histórica y clara injusticia llamar “gripe española” a la pandemia de 1918, pero a mi juicio no lo es llamar al Covid-19 lo que realmente ha sido: un coronavirus comunista chino, producido artificialmente en un laboratorio de Wuhan.
Irónicamente fue desde su retiro en Wuhan en la primavera de 1966, desde donde Mao planeó y desencadenó otra pandemia política y criminal, la Revolución Cultural.
Todavía está pendiente una evaluación precisa de la tragedia humana del Covid-19, sus mutantes variantes y subvariantes, con un número espantoso de víctimas mortales, probablemente superior a 15 millones en todo el mundo, según las primeras estimaciones de la ONU.
Una vez más EEUU no ha sido totalmente inocente, por parte de algunas administraciones e instituciones públicas y privadas, consintiendo y colaborando económicamente en ciertas actividades “científicas”, como las del mencionado y siniestro laboratorio virológico. En plena pandemia he visto al financiero y político multimillonario Michael Bloomberg en el programa de televisión Firing Line tratando de blanquear al régimen comunista chino argumentando que no era exactamente una dictadura.
Autores críticos como John T. Flynn denunciaron ya en los años 1950s, con pruebas documentadas, la colaboración de las administraciones de F. D. Roosevelt y H. S. Truman (y el destacado rol de los generales George Marshall y Joseph Stilwell) con los comunistas de Mao, en perjuicio de los aliados nacionalistas proamericanos del Kuomintang, desde la última guerra civil en China hasta la guerra de Corea.
Tal colaboración económica y diplomática se retomará con la famosa “triangulación” de Nixon y Kissinger en los años 1970s.
Resulta siniestro el paralelismo de ciertas actitudes americanas ante el totalitarismo comunista, respectivamente de la URSS y de China, en los “casos” Oppenheimer y Kissinger. Dos inmigrantes judíos alemanes, superdotados intelectualmente, que llegaron a ostentar grandes cargos y responsabilidades en los EEUU, facilitando conocimientos “Know-How” técnicos y económicos americanos de manera un tanto secreta y oscura (no entro ahora en la polémica cuestión de si de forma consciente o inconsciente), respectivamente, en la construcción de la potencia nuclear soviética, y en la legitimación internacional del gigante asiático junto a la construcción de la potencia económico-militar china.
Manuel Pastor Martínez
Referencias bibliográficas:
Chang, Jung & Halliday, Jon: Mao: The Unknown Story (A. A. Knopff, New York, 2005).
Fenby, Jonathan: Chiang Kai-shek (Carroll & Graf, New York, 2004); Modern China (Harper Collins, New York, 2008).
Flynn, John T. : While You Slept. Our Tragedy in Asia and Who Made It (Devin-Adair, New York, 1951).
Macmillan, Margaret: Nixon and Mao (Random House, New York, 2007).
Pantsov, Alexander V. & Levine, Steven I. : Mao: The Real Story (Simon & Schuster, New York, 2012).
Pastor Martínez, Manuel: “China comunista, madre pandémica” (La Crítica, 5 de agosto, 2022).
Zhisui, Li: The Private Life of Chairman Mao (Random House, New York, 1994).
Nota del autor: Es mi intención continuar intermitentemente esta serie dedicada al análisis de las interacciones en el gran y trágico triángulo geo-estratégico, mediante una metodología “collage” de viñetas históricas y políticas adecuadas, con un criterio de divulgación pero a la vez riguroso.
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