HISTORIA Y CULTURA

Un político ejemplar. Ética y poder

Tomás Castellano y Villarroya (1850-1906). (Colección Banco de España).

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

LA CRÍTICA, 20 ABRIL 2023

Íñigo Castellano Barón | Jueves 20 de abril de 2023

Desde el nacimiento de la humanidad, política y poder han venido unidos con mayor o menor eficiencia, para organizar la naturaleza gregaria del hombre. Los distintos ciclos históricos por los que ha atravesado han ido marcando las formas y sistemas de poder y en todos ellos, el buen gobierno como el mal gobierno se han ido alternando según la personalidad de quienes ostentan el poder y de su propia y personal ambición. Los sistemas políticos han experimentado casi todas las formas de cómo organizar las sociedades humanas. Desde la Ciudad-Estado, hasta las modernas naciones contemporáneas. En todas ella ha habido gobernantes y políticos, admirados o no, odiados o venerados. Hoy en esta sección de la ESPAÑA INCONTESTABLE, he querido traer un ejemplo entre otros muchos que sirven para entender la gran diferencia para el ciudadano que existe entre un gobernante con ética frente a quien el poder solo utiliza como instrumento para sus personales intereses. (...)



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Vemos cómo en España, en algunas catedrales, iglesias e Instituciones los ciudadanos has erigido placas conmemorativas con frases más o menos pomposas como La patria agradecida; Honor y Gloria; Aquí nació, etc., pretendiendo significar y dignificar el valor y servicio dado por un determinado personaje a la patria. En los actuales tiempos es bueno recordar a tantos políticos que con total honestidad escribieron con sus hechos militares, artísticos, políticos o por sus conductas personales, admirables historias que se convirtieron en patrimonio de nuestro orgullo patrio, y forman el acerbo cultural más profundo de una España gloriosa, que lo es, cuando sus dirigentes se comportan como tales.


Nuestro protagonista de este relato es hoy un senador y destacado personaje aragonés del partido conservador cuyo nombre era Tomás Castellano y Villarroya, ministro de Ultramar (1895) en tiempos de la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena y posteriormente ministro de Hacienda en el reinado de Alfonso XIII, y Gobernador del Banco de España en 1903-1904. Nacido en 1850, hijo del empresario y diputado a Cortes, Tomás Castellano Sanz, quien ya poseía un gran entramado empresarial en la región maña que ampliaría significativamente por su matrimonio con Isidra Villarroya de otra gran familia industrial y financiera. Ya la familia en los finales de 1830 constituyó una sociedad mercantil que sería el centro de donde emanarían otras sociedades que promovieron el desarrollo industrial de la región aragonesa. De la unión de ambas familias nacería la casa de banca privada Villarroya-Castellano que posteriormente invertirían su denominación mercantil por la de Castellano-Villarroya. Dicha Banca operó en Zaragoza especialmente, pero también en todo el ámbito territorial de Aragón. Entre las primeras iniciativas fue la creación de actividades fabriles como la creación de Papelera Aragonesa (La Zaragozana) que contó hasta con 14 fábricas. Tras este paso siguió la fábrica de harinas, a las que siguieron otras diversas iniciativas de marcado contenido industrial. Para todo ello se había dotado de una maquinaria muy avanzada para la época. La carrera empresarial de Castellano-Villarroya continuó en torno a la de Maquinista Aragonesa S.A. para la que se contrataron prestigiosos ingenieros franceses. Fundó la Sociedad Industrial Química de Zaragoza y pasó a ser consejero de la Sociedad General Azucarera de España. Como político promovió los pantanos de Mezalocha y la Peña, así como los puentes del Pilar en la propia capital Zaragozana como el del Gallur sobre el río Ebro. Se ocupó personalmente de la reconstrucción de la famosa y popular iglesia parroquial de Santa Engracia que había sido destruida por los franceses. En la década de 1860, Castellano era el segundo mayor contribuyente de Zaragoza y uno de los grandes terratenientes de las tres provincias aragonesas.


Tras detallar el entorno económico del personaje, Tomás Castellano, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, banquero y empresario, fue elegido regidor de Zaragoza (1854) y diputado parlamentario en trece legislaturas, senador del Reino por nombramiento de la Corona. Se convirtió asimismo en uno de los principales promotores y organizadores de la Exposición aragonesa de 1868, año del destronamiento de la reina Isabel II, que le obligó a tener que exiliarse a Francia ante la llegada de la Primera República española a la que irónicamente por lo que supuso se le llamó La Gloriosa. Tomás Castellano volvería a España cuando la situación comenzó a normalizarse, para instalarse en su casa que posteriormente sería la sede de la Capitanía General en el Paseo de la Independencia. Una nueva sociedad se creó siendo por largo tiempo una marca de la provincia zaragozana como fue La Montañanesa. Al tiempo dirigió como propietario El Diario de Zaragoza.


Tomás Castellano Villarroya fue hombre íntegro según consta en las crónicas y comentarios generales sobre su servicio público y mercantil. No solo enriqueció dando importante empleo a una España entonces deprimida económicamente, sino que la casa de banca Castellano Villarroya vino a ayudar a muchos en estado de precaria necesidad. Las guerras carlistas habían complicado aún más si cabe la situación política y financiera de la nación. Ante esta situación, Tomás Castellano comprendió que la posición geográfica de Zaragoza era vital para el transporta de tropas, y por ello concibió establecer una línea férrea desde Canfranc que uniera a Madrid con la capital aragonesa lo que facilitaría la rapidez del desplazamiento de las tropas. Creó escuelas y centros de beneficencia en todo Aragón.


No por ello, este empresario de especiales dotes para la innovación abandonó los asuntos personales, pues sería elegido presidente de la Sociedad General Alcoholera de España, y Consejero de la Compañía Aragonesa de Electricidad.


Por circunstancias que desconozco, Tomás Castellano puso en venta una importante finca que poseía en la provincia de Huesca. Al pronto encontró un comprador que le pagó el precio pactado por ella. Transcurrido un tiempo, y estando en un Consejo de Ministros, casualmente se decidió la expropiación de una franja de tierra de la finca que justamente meses antes había vendido, para trazar una línea férrea que dividía en dos partes el mencionado campo con la correspondiente minusvalía que aquella partición produjo. Sin pensarlo dos veces, a la salida del Consejo de Ministros, consciente de la merma económica que la decisión gubernamental producía en el valor patrimonial de la finca que vendió, se puso en contacto con el comprador y le hizo saber la decisión tomada y la minusvalía que la misma podía producirle, por lo que le ofreció devolverle el dinero recibido en la compra-venta para que no hubiera perjuicio alguno para su adquirente. Así fue que la operación se rescindió y el comprador agradeció el noble gesto del político y empresario. Con el tiempo la banca Castellano sería adquirida en 1910 por el Banco de Aragón.


Tomás Castellano no fue el único político que actuó de manera tan honorable, pues eran muchos los políticos que, partiendo de una posición económica suficiente, se dedicaron al noble oficio de la política como servicio a sus conciudadanos y en definitiva a su nación, y en muchas ocasiones con merma evidente de su patrimonio personal o de su propia vida.


En definitiva, este personaje, que tantos produce España, llegó a abarcar amplísimos y variados campos en la industria, en las finanzas y en la política, y siempre afecto al partido conservador bajo la presidencia de Cánovas del Castillo. Su capacidad y esfuerzo personal traspasó los límites territoriales de Aragón. Su lealtad a Cánovas del Castillo y sus meditadas decisiones en la crisis silvelista al inicio de la década de los años noventa, acrecentó la confianza del líder conservador sobre la figura de Castellano en un intento de resolver la crisis cubana que acaparaba todas las preocupaciones del gobierno conservador, nombrándole ministro de Ultramar.


Castellano fijó su atención en la financiación y recursos para la contienda, para la que su jefe de filas estaba dispuesto a consumir todos los recursos precisos antes que una paz negociada concediendo la autonomía de la isla caribeña bajo la férula de la Corona Española. Castellano gozaba de gran predicamento en los medios financieros y políticos europeos y en consecuencia era capaz de obtener recursos suficientes. Sabemos cómo la historia se desarrolló cuando fue nombrado capitán general de Cuba el teniente general Arsenio Martínez Campos, frente a las ya descaradas posturas de Norteamérica. Castellano entrecruzó sendas misivas con el militar en un tono pesimista, pese al optimismo generalizado en la península tras la victoria conseguida contra los mambises (guerrilleros independentistas cubanos y filipinos).


Martinez Campos sería reemplazado por Valeriano Weyler siendo el año de 1896. Castellano, como ministro de Ultramar, tomó algunas medidas monetaristas en Cuba, como el curso forzoso de la peseta que aumentó su depreciación para facilitar parte de los dineros requeridos por los militares para el aprovisionamiento de las tropas. Sin embargo, Cánovas, el 8 de agosto de 1897 fue asesinado en el balneario de aguas termales de Santa Águeda (San Sebastián) sin haber querido ceder a las pretensiones norteamericanas. Apenas Castellano pudo hacer algo en el momento en que vio al anarquista Angiolillo disparar contra su jefe político al que acompañaba en aquel momento. Cánovas era el segundo presidente de gobierno asesinado por la Izquierda y aún se llevarían a cabo tres magnicidios más, siendo el último en 1973.


La suerte de Cuba estaba echada bajo la presidencia del progresista Sagasta que aceptó ya tardíamente un estatuto de autonomía, pues la inesperada o no voladura del acorazado norteamericano «Maine», llevó a España a encaminarse a sufrir los últimos vestigios de su imperio colonial bajo el mando de un Sagasta poco combativo.


Este breve relato está dedicado a todos aquellos servidores públicos que con honor y ética y en muchos casos a costa de su propia vida, usaron el poder para hacer una política eficiente y de verdadero desarrollo que hoy definiríamos en su estricto sentido, como los verdaderos impulsadores del progreso, que no progresistas.


Como familiar de nuestro protagonista de hoy, rindo mi admirado homenaje.


Iñigo Castellano y Barón

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