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Para reconstruir el presente, es fundamental reconciliarse con el origen. Durante demasiado tiempo, la intervención de España en América ha sido narrada bajo el prisma de la “Leyenda Negra” o, por el contrario, una nostalgia acrítica. Es hora de reivindicar la génesis de Hispanoamérica como un proceso de simbiosis único en la historia de la humanidad. Paradoja a resaltar es, en nuestros días, la proliferación de documentales de origen sajón y norteamericano, fundamentalmente, que, comprados y emitidos por la televisión pública española, sostienen y alimentan a diario esa visión fantasmagórica que la “Leyenda Negra” transmite de nuestra historia americana, y cuyo delirio se alcanza con el asunto de la “culpa geológica”, que ya les comenté a ustedes en este mismo medio hace unos días.
La llegada de España a América no debe entenderse simplemente como una conquista, sino como el nacimiento de una nueva civilización. A diferencia de otros modelos coloniales que buscaron el exterminio o la segregación, el modelo hispánico se basó en el mestizaje y la integración. La creación de las Leyes de Indias —precursoras de los derechos humanos—, la fundación de universidades apenas unas décadas después de la llegada, y la construcción de ciudades que replicaban el orden europeo pero se nutrían del pulso americano, son testimonios de una voluntad de permanencia y construcción mutua.
Esta idiosincrasia propia incluye una lengua que hoy hablan casi 600 millones de personas, una fe que moldeó la ética social y una estructura jurídica que permitió la convivencia. Negar la positividad de esta intervención es negar el ADN de los pueblos americanos. España debe recuperar este discurso, no con arrogancia, sino con la dignidad de quien reconoce su obra en la formación de un continente que hoy es el principal bastión de los valores occidentales con matices propios.
Uno de los mayores lastres de la relación trasatlántica ha sido la politización de la hermandad. Tanto en España como en América, los gobiernos han tendido a utilizar la relación bilateral como un arma arrojadiza de consumo interno.
Es urgente que la relación de Estado prevalezca sobre la relación de partido. España no puede permitirse el lujo de ignorar a una nación americana porque su gobierno no coincida con el color político de la Moncloa. La geopolítica del afecto y el interés común debe estar por encima de las siglas. La relación debe ser institucional, empresarial y, sobre todo, civil.
En los últimos años, hemos sido testigos de cambios profundos en el mapa político de Hispanoamérica. Es un error analítico frecuente en Europa —y especialmente en ciertos sectores mediáticos españoles— tachar estos movimientos como una simple vuelta de la ultraderecha o un retroceso democrático. Esta visión simplista ignora las causas reales de la evolución social en el continente.
Las sociedades americanas están evolucionando hacia una demanda de orden, seguridad y eficiencia. Tras décadas de experimentos populistas que no lograron reducir la brecha de desigualdad o que permitieron el avance del crimen organizado, la ciudadanía está buscando alternativas pragmáticas.
La demanda de seguridad ciudadana y certidumbre económica genera el fenómero del giro a la derecha, cuya lectura simplista e interesada es el “auge del fascismo”. El hartazgo ante la corrupción sistémica y la ineficacia del Estado genera la crítica y el rechazo a las instituciones, que se traduce también interesadamente como “odio a la democracia”. Y, por último, la reafirmación de la identidad familiar y religiosa frente a la imposición de otras corrientes externas, conduce a una intensa reivindicación de valores que se nos muestra o se nos quiere mostrar como “retroceso social”.
España debe entender que estas evoluciones no son caprichos ideológicos, sino respuestas a necesidades existenciales. La sociedad americana actual es joven y conectada (no lo olviden) y aspira a su realización plena en sus ámbitos nacionales y también a nivel personal. No busca un tutor, sino un socio que comprenda sus desafíos de seguridad, su necesidad de infraestructuras y su deseo de participar en la economía global sin perder su esencia.
España tiene una posición privilegiada que a menudo parece olvidar: es el puente natural entre Europa e Hispanoamérica. Sin embargo, para ejercer este papel con eficacia, España debe actuar con mayor autonomía estratégica dentro de la Unión Europea. No podemos ser simplemente los "traductores" de América Latina ante Bruselas; debemos ser sus principales defensores y aliados comerciales.
La recuperación de esta relación implica potenciar espacios existentes como la Comunidad Iberoamericana de Naciones, dotándola de contenido real y no solo de retórica en cumbres anuales. Me atrevo, desde esta mínima atalaya que me acoge, a sugerir tres cuestiones por las que se podría caminar con fuerza y velozmente dejando a un lado la retórica:
Movilidad de Talento. Facilitando que los profesionales hispanoamericanos vean en España su primera opción de desarrollo, y viceversa.
Seguridad Jurídica. Promoviendo marcos que protejan las inversiones españolas en América y las americanas en España, independientemente de los vaivenes políticos.
Cooperación en Seguridad. España puede y debe ser un aliado clave en la lucha contra el narcotráfico y la inseguridad, aportando experiencia y tecnología sin interferir en la soberanía nacional.
El futuro no pertenece a las naciones aisladas, sino a los grandes bloques culturales. Nuestra Comunidad Iberoamericana de Naciones tiene el potencial de ser un contrapeso necesario frente a la hegemonía anglosajona o el avance de la influencia china en la región. Y si esta organización no despierta y se mueve en esta dirección, borrón y cuenta nueva. Que a sus sociedades les sobra potencial y talento para resurgir de su apatía y alcanzar el nivel que, por historia, cultura, población y recursos les corresponde y merecen.
La cultura hispana es hoy una de las más vibrantes del planeta. Desde la música hasta la literatura y la gastronomía, la fusión de la herencia española con la vitalidad americana ha creado una marca global imbatible. España no debe esconder su intervención histórica, sino exhibirla como el cimiento sobre el cual se construyó esta potencia cultural. La síntesis entre el humanismo cristiano, el derecho romano y la cosmovisión indígena ha dado como resultado sociedades resistentes y creativas.
España necesita a Hispanoamérica tanto como Hispanoamérica se beneficia de una España fuerte y comprometida. Para que esta relación florezca, debemos abandonar los complejos del pasado y los prejuicios del presente.
No se trata de pedir perdón por la historia, sino de dar gracias por ella, pues de aquel encuentro —con todas sus luces y sombras— nació una familia de naciones que comparte mucho más que un idioma. La evolución de las sociedades americanas debe ser leída con respeto y voluntad de entendimiento, reconociendo que cada nación tiene derecho a buscar sus propias soluciones a sus problemas actuales.
El siglo XXI debe ser el siglo de la consolidación de la Alianza Hispánica. Una alianza basada en el respeto mutuo, el pragmatismo económico y el orgullo de una identidad compartida que es, sin duda, una de las mayores riquezas de la humanidad.
Juan Manuel Martínez Valdueza
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