La cruzada en Etiopía. Uno de los episodios más fascinantes y menos divulgados de la historia hispánica fue la expedición portuguesa a Etiopía, entre 1541 y 1543. Aunque protagonizada por fuerzas portuguesas, se dio en el contexto de la común lucha de los reinos ibéricos contra el islam, y con el respaldo espiritual de Roma. El Reino Cristiano de Etiopía, aislado del resto de la cristiandad desde las conquistas árabes del siglo VII, había resistido durante siglos como bastión cristiano en África oriental. Sin embargo, a comienzos del siglo XVI se vio amenazado por el expansionismo del sultanato de Adal, aliado de los otomanos y decidido a someter a los abisinios. En respuesta a las peticiones del negus (emperador etíope), y animados por los jesuitas y el espíritu misionero, una expedición de poco más de 400 soldados portugueses partió desde la India y desembarcó en el Cuerno de África en 1541. Al mando del valeroso Cristóvão da Gama, hijo del célebre Vasco da Gama, los hombres de la cruz se adentraron en un terreno hostil, sin líneas de suministro y rodeados de enemigos.
Fue una guerra dura, de emboscadas, hambre y martirio. Cristóvão fue finalmente capturado y ejecutado por el imán Ahmad Gragn, pero sus hombres resistieron y lograron reorganizarse con las fuerzas etíopes. La victoria de las tropas abisinias, reforzadas por los arcabuceros lusitanos, en la batalla de Wayna Daga (1543) supuso la salvación del reino cristiano. Fue una Lepanto africana, olvidada por Europa. La expedición etíope tuvo también un componente espiritual. Los misioneros intentaron introducir ciertos elementos del catolicismo latino en el culto copto etíope, lo que generó tensiones con el clero local. A pesar de ello, durante décadas se mantuvo una alianza de fe y armas que permitió la supervivencia del cristianismo en la región. La figura del jesuita español Pedro Páez, que llegó a la corte del emperador Susenyos en 1603 y logró convertirlo al catolicismo, simboliza este esfuerzo. Páez no solo fue un misionero, sino también un geógrafo e historiador: fue el primer europeo en describir con exactitud las fuentes del Nilo Azul.Las fortificaciones de Ormuz, en la entrada del golfo Pérsico, simbolizaban el control del comercio y del paso estratégico hacia Persia e India. Y fue precisamente bajo el reinado de Felipe III cuando Ormuz se convirtió en un enclave codiciado por ingleses, holandeses, otomanos y persas. Finalmente, los persas la arrebatarían con ayuda inglesa en 1622, poniendo fin a más de un siglo de control ibérico.
Las órdenes militares también tuvieron presencia. En los documentos conservados en Goa y en Lisboa se mencionan caballeros de Santiago y de Alcántara acompañando misiones diplomáticas, a menudo en funciones de protección o espionaje. Algunos de estos hombres fueron enterrados en enclaves remotos como Diu, Sofala o Bahrein.
Mientras en África se luchaba con arcabuz y coraza, en Asia se abría otro frente: las Filipinas. Fundadas por Miguel López de Legazpi en 1565 y nombradas así en honor de Felipe II, las islas pronto se convirtieron en base misionera y militar frente al islam del sultanato de Joló, Maguindanao y Brunei. Desde Manila partieron numerosas expediciones contra piratas musulmanes que azotaban las costas, y los jesuitas y agustinos extendieron la fe entre las islas bisayas y tagalas. En 1578, se libró la guerra de Castillejos (o guerra de Brunei), cuando una escuadra hispano-filipina logró desembarcar en territorio del sultanato de Brunei, obligando al sultán a huir, aunque sin poder consolidar la ocupación. Fue una guerra colonial y también religiosa, pues aquellos sultanatos eran musulmanes y veían con hostilidad la expansión cristiana. España mantuvo allí, durante siglos, una guerra de baja intensidad contra el islam, mucho antes de que Europa reconociera el conflicto en sus dimensiones globales.
No puede olvidarse que muchos de los soldados enviados a Filipinas procedían de Andalucía y del norte de Castilla, y que las órdenes religiosas actuaban como auténticos brazos diplomáticos, logrando pactos de vasallaje con jefes locales. Las crónicas de los padres jesuitas recogen combates, conversiones y pactos de no agresión que recuerdan, en su tono, a las Capitulaciones de Santa Fe o a las alianzas de la Reconquista.
Lo asombroso de esta epopeya olvidada es su escasa proyección histórica. España, unida a Portugal o actuando por cuenta propia, combatió al islam en los desiertos de Etiopía, en los estrechos del mar Rojo, en los manglares de Mindanao o en los pasos montañosos de Malaca. Allí no hubo premios, ni fanfarrias, ni monumentos. Fueron rutas invisibles y soldados sin gloria. Los soldados españoles y portugueses que cruzaron el Índico, construyeron fortalezas en Mozambique o defendieron Goa frente a los mogoles pero no entran en los libros escolares. Sin embargo, sin ellos, el cristianismo oriental quizá hubiera desaparecido del todo. Su presencia sostuvo durante décadas la resistencia de reinos aislados y permitió mantener abierta una vía de contacto con pueblos que aún hoy veneran la cruz.
Pero su legado que persiste. En lugares como Kerala, Malabar o Eritrea aún viven comunidades cristianas que conservan tradiciones vinculadas a aquellos encuentros. En Etiopía, el nombre de Cristóvão da Gama es venerado por algunos sectores ortodoxos. En Filipinas, el catolicismo es mayoría absoluta gracias a esa tenaz y olvidada evangelización hispánica. Conviene recordar que esta empresa no fue únicamente militar. Fue también espiritual y diplomática. Los jesuitas españoles enviados a Etiopía, los misioneros que llegaron a Japón desde Manila, los navegantes que doblaron el cabo de Buena Esperanza con el rosario en la mano, eran parte de una visión global que pretendía, no sin errores, extender una civilización basada en la cruz, la lengua y el derecho.
España no solo defendió Europa frente al islam en Lepanto o en Viena. También combatió por el alma del mundo en los confines del orbe. No lo hizo sola: lo hizo con portugueses, con cristianos orientales, con indígenas evangelizados, con aliados tan remotos como fieles. La historia de la lucha contra el islam en el Índico es también la historia de una civilización que se resistió a la oscuridad. Y aunque muchos de sus protagonistas quedaron sepultados por la arena de los desiertos o los arrecifes de los archipiélagos, su gesta, como una llama escondida, sigue ardiendo en las páginas ocultas de nuestra memoria.
Iñigo Castellano y Barón