Hamás (acrónimo de Harakat al-Muqawama al-Islamiya) fue fundado oficialmente en diciembre de 1987, en los albores de la primera Intifada, un levantamiento popular palestino contra la ocupación israelí. Sus raíces, sin embargo, son más profundas, entroncadas directamente con la ideología de los Hermanos Musulmanes, la organización islamista fundada en Egipto por Hassan al-Banna. La rama palestina de la Hermandad, activa desde la década de 1940, se había centrado durante décadas en la da'wa, un trabajo de proselitismo y construcción de una base social islámica a través de una red de mezquitas, clínicas, escuelas y organizaciones benéficas.
El catalizador de su transformación fue la creciente frustración con el liderazgo secular de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yaser Arafat, a la que consideraban ineficaz y corrupta. En este contexto, el jeque Ahmed Yasín, un clérigo tetrapléjico y carismático líder de la Hermandad en Gaza, junto a otros activistas como Abdel Aziz al-Rantisi, canalizó la ira popular hacia un nuevo movimiento que fusionaba el nacionalismo palestino con el islamismo político. Su objetivo no era solo resistir a la ocupación, sino hacerlo bajo la bandera del Islam.
Su ideología quedó plasmada en su Carta Fundacional de 1988, un documento intransigente que define a Palestina como una tierra islámica (waqf) irrenunciable "desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo". Este texto, impregnado de un lenguaje antisemita, no reconocía el derecho a la existencia de Israel y declaraba la yihad (lucha armada) como una obligación individual para todo musulmán con el fin de liberar la totalidad de la Palestina histórica. Esta visión totalizadora y su estrategia dual —combinar la violencia con un robusto programa de servicios sociales que le granjeó una considerable popularidad— lo distinguieron desde el principio del nacionalismo laico de Fatah, el partido dominante en la OLP.
Durante la década de 1990, Hamás se consolidó como el principal opositor a los Acuerdos de Oslo, un proceso de paz que consideraba una traición a la causa palestina y una claudicación inaceptable. Para torpedearlo, el grupo desató una brutal campaña de atentados suicidas contra objetivos civiles y militares israelíes, sembrando el terror y socavando la confianza en el recién creado autogobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), liderada por Fatah.
El inicio de la segunda Intifada en el año 2000 intensificó su protagonismo militar y político. Sin embargo, un giro estratégico sorprendente llegaría años después. Tras la retirada unilateral de Israel de Gaza en 2005, Hamás decidió participar en las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006 bajo la lista "Cambio y Reforma". Capitalizando el descontento popular con la corrupción y el estancamiento político de Fatah, Hamás obtuvo una victoria aplastante, consiguiendo 76 de los 132 escaños del parlamento.
Este triunfo generó un seísmo político. La comunidad internacional, liderada por Estados Unidos y la UE, se negó a reconocer a un gobierno liderado por Hamás a menos que este renunciara a la violencia, reconociera a Israel y aceptara los acuerdos previos, condiciones que Hamás rechazó. La tensión con Fatah, que se negó a ceder el control de las fuerzas de seguridad, escaló hasta desembocar en un breve pero sangriento conflicto civil en junio de 2007. Hamás expulsó por la fuerza a las fuerzas leales a Fatah de la Franja de Gaza, tomando el control total del territorio y provocando una profunda fractura en el movimiento nacional palestino, que desde entonces ha permanecido dividido entre dos gobiernos: el de Hamás en Gaza y el de la ANP en Cisjordania.
Desde 2007, Hamás gobernó Gaza como un feudo aislado, sometido a un férreo bloqueo por parte de Israel y Egipto que devastó su economía. Durante este tiempo, demostró una capacidad pragmática para la administración, manteniendo el orden interno y gestionando los servicios básicos, pero también impuso un control social conservador y reprimió duramente a la disidencia. En un intento por suavizar su imagen internacional, en 2017 publicó un nuevo documento político. Sin deslegitimar la Carta Fundacional de 1988, este texto aceptaba por primera vez la creación de un Estado palestino en las fronteras de 1967 como una "fórmula de consenso nacional", aunque sin reconocer formalmente a Israel y reafirmando el derecho a la "resistencia armada".
El poder de Hamás es inseparable de su brazo militar, las Brigadas de Izz ad-Din al-Qassam, creadas en 1991. Nombradas en honor a un clérigo sirio que luchó contra el mandato británico y los asentamientos israelitas en la década de 1930, su propósito inicial fue dotar al movimiento de una estructura militar para llevar a cabo ataques contra Israel y consolidar su papel de vanguardia en la lucha armada.
Su evolución táctica ha sido notable. En sus inicios, sus operaciones se basaban en ataques con armas ligeras y secuestros. Durante la segunda Intifada, se convirtieron en los principales ejecutores de atentados suicidas, una táctica que causó cientos de víctimas civiles en Israel. Tras la toma de Gaza, su estrategia viró hacia el desarrollo de proyectiles. Lo que comenzó con los rudimentarios cohetes Qassam, de corto alcance y escasa precisión, evolucionó hasta un arsenal que, con ayuda de Irán y otros aliados, incluía cohetes de medio y largo alcance capaces de alcanzar las principales ciudades israelíes.
La pieza central de su estrategia militar ha sido la vasta red de túneles subterráneos bajo Gaza. Este laberinto, conocido como "el metro de Gaza", cumplía una triple función: logística, para el contrabando de armas y bienes; defensiva, para proteger a sus líderes y combatientes de los bombardeos israelíes; y ofensiva, para infiltrarse en territorio israelí.
Esta capacidad militar fue puesta a prueba en sucesivas guerras con Israel (2008-2009, 2012, 2014, 2021). Sin embargo, ninguna confrontación alcanzó la escala del ataque del 7 de octubre de 2023. En una operación de una complejidad y brutalidad sin precedentes, miles de milicianos de Hamás rompieron las defensas israelíes, masacraron vilmente a unas 1.200 personas (en su mayoría civiles) y secuestraron a más de 250. Este acto no solo buscaba infligir un golpe devastador a la moral israelí, sino también reavivar la causa palestina, sabotear la normalización de relaciones de Israel con países árabes y reafirmar el liderazgo de Hamás. La respuesta de Israel fue una guerra total con el objetivo declarado de aniquilar a Hamás. La contienda, que se ha prolongado con una crudeza inusitada durante dos años, ha dejado Gaza en ruinas y se ha cobrado la vida de decenas de miles de palestinos.
En estos días el panorama es desolador. Gaza es un territorio fantasma que enfrenta una catástrofe humanitaria y una reconstrucción que tardará décadas. Hamás ha sufrido un golpe militar durísimo: gran parte de su cúpula militar y política ha sido eliminada, su infraestructura de túneles ha sido severamente dañada y su capacidad para gobernar ha desaparecido. Sin embargo, la idea de su erradicación total parece una quimera. La ideología de la resistencia y el profundo agravio palestino, exacerbado por la destrucción de la guerra, garantizan su supervivencia, al menos como idea y como grupo insurgente. El futuro de Hamás se debate en una encrucijada con varios escenarios posibles:
Supervivencia y reconfiguración: Es el escenario más probable a corto plazo. Los restos de las Brigadas al-Qassam se reconfiguran como una guerrilla descentralizada. Hamás pierde el control territorial, pero mantiene su influencia ideológica, capitalizando la ira contra Israel y el fracaso de cualquier nueva administración en Gaza para reconstruirla eficazmente. El grupo esperaría el momento oportuno para resurgir, alimentándose del caos y el descontento.
Integración política: Bajo una intensa presión regional e internacional, y reconociendo la imposibilidad de gobernar, un ala más pragmática de Hamás podría optar por una transformación política. Esto implicaría aceptar un papel secundario dentro de una Organización para la Liberación de Palestina (OLP) reformada y un gobierno de unidad nacional. Un paso así requeriría una renuncia, al menos tácita, a la violencia como principal herramienta y un compromiso con una plataforma política unificada, un cambio monumental que generaría profundas divisiones internas.
Marginación y relevo por nuevas fuerzas: El vacío de poder en Gaza podría ser llenado por una nueva administración, ya sea una Autoridad Palestina renovada, una coalición de tecnócratas respaldada por potencias árabes o incluso una administración internacional temporal bajo mandato de la ONU. Si esta nueva entidad logra ofrecer seguridad y una mejora tangible en la vida de los gazatíes, podría erosionar gradualmente la base social de Hamás, relegándolo a una posición marginal, similar a la de otros grupos radicales minoritarios.
Metamorfosis ideológica profunda: Es la alternativa menos probable, pero no imposible. Supondría una revisión fundamental de su carta ideológica, yendo más allá del documento de 2017 para aceptar explícitamente una solución de dos Estados y el fin del conflicto. Este cambio transformaría a Hamás en un partido político islamista convencional, similar a otros en el mundo árabe. Sin embargo, esto significaría la renuncia a su propia razón de ser y traicionaría a su núcleo más radical.
El camino que finalmente tome Hamás no dependerá solo de sus decisiones internas. Estará condicionado por la política de Israel, la viabilidad y legitimidad de la Autoridad Palestina, la implicación de actores regionales como Egipto, Qatar e Irán, y, sobre todo, por las aspiraciones de un pueblo palestino atrapado entre la ocupación, la división interna y una destrucción sin precedentes.
En conclusión, la historia de Hamás es la de una transformación radical desde sus orígenes como rama de un movimiento social-religioso hasta convertirse en el actor político-militar de carácter terrorista dominante en Gaza y una fuerza central en el conflicto de Oriente Medio. La guerra iniciada en 2023 ha destruido el status quo que Hamás ayudó a crear. Ahora, debilitada pero no vencida, Hamás se enfrenta a su mayor desafío: elegir entre la persistencia en una lucha armada y terrorista que ha llevado a su pueblo a la catástrofe o una reinvención política que podría asegurar su supervivencia a costa de renunciar a sus principios fundacionales. De esta elección dependerá no solo su propio futuro, sino también el de la causa palestina y la frágil paz en la región.
Juan Manuel Martínez Valdueza
Editor y responsable de contenidos en medios como La Crítica y Militares Hoy. Especializado en análisis político, militar y cultural, combina sensibilidad ética con mirada crítica sobre los relatos dominantes.