¡Oh patria, cuántos hechos, y cuántos nombres, cuántos sucesos y victorias grandes, cuántos ilustres y temidos hombres de mar y tierra, en Indias, Francia y Flandes! LOPE DE VEGA
La característica peninsular de España como también el imperio que forjó hizo que fueran muchas las sagas de marinos ilustres, de valor y heroicidad probados, que dirimieran con sonoras victorias numerosas batallas navales a las que hubieron de enfrentarse en tres grandes mares: Mediterráneo, Atlántico y Pacífico. Por entonces, bucaneros y corsarios como Drake, Hawkins, o Walter Raleigh amigo íntimo de la soberana inglesa; navegaban de una a otra orilla de los océanos; o los filibusteros, azote de las Antillas; o las irlandesas Anne Bonny que operaba en el mar Caribe y Grace O’Malley; el galés Bartholomew Roberts entre América y África Occidental, el navegante galés sir Henry Morgan, terrateniente y gobernador de Jamaica desde donde saqueó naves españolas atacando Cuba, Panamá y Venezuela; el noruego Kristoffer Trondsen Rustung, el inglés James Alday, el francés Francois Le Clerc, el holandés Piet Heyn, el turco Jeireddín Barbarroja, juntos con otros muchos formaron la leyenda de la llamada era de oro de la piratería que actuó con gran dureza en los siglos XVII y XVIII teniendo siempre como enemigo fundamentalmente a España.
Pero España desde siglos antes fue un país acostumbrado a tener que defenderse de las hordas berberiscas procedentes de la cornisa africana, La Mauritania. Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, el acoso naval creció contra España en igual proporción al afán explorador y evangélico de la Corona hispánica por todas las regiones del mundo. (...)
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En estos escenarios, turbulentos por las olas y bravíos como el mar, surgieron verdaderos héroes de extremo valor como el caso que nos ocupa del joven caballero de Alcántara, Beltrán de Castro y de la Cueva, hijo del V conde de Lemos, marqués de Sarria, que siendo capitán participó en la incorporación de Portugal al reino de España, tras lo cual contando apenas veintidós años de edad fue destinado bajo el mando del virrey del Perú, García Hurtado de Mendoza, para capturar a uno de los más temidos y sanguinarios corsarios de aquel entonces, Richard Hawkins, que navegaba al mando de un galeón de quinientas toneladas armado de treinta cañones llamado El Dainty, siempre acompañado por un patache muy ligero de dos velas y otra nave repleta de toneles y aprovisionamiento. En el contexto de la guerra anglo-española (1585-1604) entre Isabel I y Felipe II, Hawkins consiguió una nueva victoria en Cádiz en 1587 y creyendo tener favorables los hados como las estrellas que le guiaban, en 1591 salió de Plymouth poniendo rumbo con su pequeña flota hacia los virreinatos españoles. Tras cruzar el estrecho de Magallanes subió por la costa del Pacífico escogida para sus continuos asaltos y saqueos. El corsario atacó la ciudad de Valparaíso y capturó cuatro naves mercantes españolas que se encontraban bajo el mando de Alonso Pérez Bueno quien en el futuro jugaría un importante papel en su derrota.
Siendo el año de 1594 el virrey, previendo futuros ataques de corsario inglés, armó una flota poniéndola bajo el mando del joven Beltrán de Castro compuesta de la Capitana, con veintiocho piezas de bronce, y Almiranta con treinta, el galeón San Juan y tres pataches con cuatro piecezuelas y esmeriles por las proas de cada patache, y treinta arcabuceros y mosqueteros cada uno. El 24 de mayo partió la expedición del joven Beltrán de Castro al encuentro del más temido corsario del siglo, entretanto se daba aviso al virreinato de La Nueva España y a Panamá de la presencia del inglés cerca del puerto de la ciudad de Arica (hoy, pertenece a la nación chilena y se encuentra a diez y ocho kilómetros de la frontera con Perú). Beltrán de Castro supo que la ciudad de Valparaíso acababa de ser atacada y el marino Alonso Pérez Bueno secuestrado y obligado a pilotar y determinar la derrota a seguir. Inteligentemente sin percatarse sus secuestradores, el español puso rumbo al puerto peruano de el Callao (Provincia ubicada en la costa central del Perú. Limita al norte y este con la provincia de Lima, y al sur y oeste con el océano Pacífico) por entonces sede de la recién instituida Armada del Mar del Sur. Así, el Dainty se dirigió hacia la boca de su propio enemigo.
5 de junio de 1594. Beltrán de Castro avista a la Dainty cuando una violenta tormenta se desató con tal magnitud que dos naves: la Capitana y San Juan pierden su arboladura y permite que Hawkins comprendiendo la trampa de su piloto en la que había caído, emprenda la huida deshaciéndose de carga para ganar velocidad y poner rumbo al norte hacia la isla de Los Lobos. Estando próximo a Trujillo y tras saquear el pueblo de Huanchaco dejó allí a su suerte a Alonso Pérez Bueno y prosiguió su rapiña. Al amanecer del siguiente día, pasada la tempestad, Beltrán de Castro había perdido la pista del corsario inglés y decidió volver a Lima para aprovechar hacer las reparaciones necesarias de los daños causados por los furiosos vientos y rehacer la flota. Ahora nombróse por Capitana la que había ido antes por Almiranta, y por Almiranta la galizabra apercibida, un bajel pequeño más ligero. A esto se añadió una lancha, muy útil para ensenadas y caletas.
Beltrán de Castro cuando recibió la noticia, embarcó con su nueva armada rumbo a Huanchaco para recoger al español Pérez Bueno quien le informa de los planes que oyó comentar a Hawkins durante su secuestro. Gracias a ello pudieron deducir en cual latitud navegaría el corsario. Tras días de navegación examinando toda ensenada o caletas y puertos que vieron, siendo jueves 30 de junio cerca de la bahía de Atacames (hoy, Ecuador) el marino Beltrán de Castro avista al Dainty y a otra nao que habían robado. Las naves contendientes se aproximan y al llegar a la línea de fuego, los cañones comienzan a vomitar su mortífera carga con balas de grueso calibre. Beltrán de Castro carecía de la experiencia del corsario inglés, pero su juventud, osadía y valor le hicieron olvidar la cantidad de sangre vertida por el sable de su experimentado y fornido enemigo. Sin pensarlo y con extraordinario valor arengó a sus hombres intentando conseguir abarloar su navío para lanzarse al abordaje. Las maniobras de los barcos enfrentados los alejaron sin querer unos de otros, lo que aprovecharon para enfriar los cañones y hacer aún de noche las respectivas reparaciones necesarias tras el cañoneo sufrido. El día 2 de julio, españoles e ingleses siguieron avistándose cuando Beltrán de Castro observó a lo lejos que la nao de Hawkins apenas podía maniobrar por tener parte de su arboladura rota y todavía en reparación por la fina puntería de los artilleros españoles. Fue el momento en el que de Castro eligió para acercarse de proa al barco corsario y virar de estribor para abarloar al lado de babor del inglés mientras los cabos con férreos garfios se incrustaban en la banda. Beltrán de Castro fue el primero junto a sus hombres de abordar la cubierta que se había cubierto de serrín para evitar deslizarse y patinar por la sangre vertida en los cañoneos previos. El propio corsario Hawkins, lleva en su cuerpo dos plomos de algún arcabucero diestro en la puntería, y treinta cadáveres yacen por doquier con miembros mutilados. El cuerpo a cuerpo se hace encarnizado y a los españoles les asiste el irresistible deseo de vengar tantas muertes, violaciones y saqueos que durante años llevaban soportando de aquellos piratas. En un determinado momento Hawkins estuvo a punto de apoderarse del estandarte de la nao de Beltrán de Castro pero la suerte cambió de bando entre hechos heroicos por ambas partes. El cruce de los sables y cuchillos adentrándose en la carne de los combatientes hizo que la sangre empezara a cubrir de nuevo el serrín vertido sobre la cubierta. Los gritos y maldiciones se confundían con las órdenes de los oficiales en un espacio cada vez más incómodo para luchar pues los cuerpos tendidos dificultaban los movimientos. Algunos heridos saltaron por la borda hacia una suerte desconocida. El temple del joven Beltrán de Castro pudo demostrarse no sólo por su valor frente a los avezados piratas sino también por su serenidad que en aquella confusión le llevó a buscar personalmente a Hawkins y hacerle prisionero para entregarlo a la Justicia española, destacando según los cronistas su gran caballerosidad hacia el corsario quien propiamente le prometió gratitud eterna.
El Dainty fue reparado y llevado a remolque al Callao y luego a Panamá, la ciudad más cercana del punto donde se encontraban. A bordo se transportaban noventa supervivientes. El éxito fue rotundo. El 14 de septiembre la noticia de la captura del corsario inglés llegó al virrey García Hurtado de Mendoza quien al momento y pese a que era de noche, mandó repicar todas las campanas de la ciudad de Lima y celebrar una misa de acción de gracias en la iglesia de San Agustín. En diciembre, Beltrán de Castro entra como héroe en la ciudad bajo un recibimiento triunfal tal como el virrey mandó: «Conviene para dicho recibimiento, salgan los atabales desta ciudad y trompetas y menestriles y que los que tañeren estos instrumentos salgan con libreas y bien aderezados. La infantería les saldrá a recibir camino desde el Puerto de El Callao hasta las últimas casas de la ciudad». El pirata inglés sufrió el paseo por las calles ante una enardecida y vociferante muchedumbre para ser encerrado en un calabozo… En 1602 Hawkins fue regresado a Inglaterra tras haber pasado ocho años en los presidios de Sevilla y Madrid y pagar un suculento rescate por su libertad. Al Dainty se le cambió el nombre por el de Santa María de la Visitación aunque el pueblo le denominó como La inglesa.
Acerca de esta historia, para muchos una gesta suicida, cronistas y escritores han relatado el valor de la pequeña expedición española al mando de un valeroso y joven marino convertido en General de la Real Armada que supo terminar con la permanente y cruel hostilidad del pirata inglés.
¡Gloria y Honor a nuestro héroe!
Por Iñigo Castellano y Barón
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