Manuel Pastor Martínez

Hombres de Blanco frente a las camisas negras

Pío XI junto al futuro Pío XII. (Foto: https://www.eldebate.com/).

LA CRÍTICA, 24 FEBRERO 2024

Manuel Pastor Martínez | Sábado 24 de febrero de 2024

El historiador estadounidense David I. Kertzer en sendas obras resultado de meticulosas investigaciones en los archivos vaticanos, The Pope and Mussolini (2014), y The Pope at War (2022), nos presenta una muy plausible explicación de las relaciones del Vaticano durante los pontificados de Pío XI y Pío XII con las camisas negras, el régimen Fascista en Italia, y por extensión con otras dictaduras europeas, especialmente la Nazi en Alemania (y, tangencialmente, la española de Franco). (...)



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Otro historiador, Oliver Logan (“Pius XII: Romanità, Prophesy and Charisma”, Modern Italy, 1998), ya destacó la poderosa imagen de Pío XII, cuyo pontificado se inició poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial: el “Man in White” frágil y ascético, frente a la del “black-shirted” Duce, duro y belicoso. Pero con anterioridad otro “Man in White”, Pío XI, durante su pontificado (1922-1939) había exhibido un talante diferente, firme y desafiante, frente al mismo Mussolini (y especialmente frente a Hitler).


Kertzer apunta en su segunda obra que “las relaciones del Papa (Pío XII, no Pío XI) con el régimen fascista italiano (…) es un buen caso para ver el Estado italiano como un ejemplo de lo que algunos académicos describen como fascismo clerical” (2022: p. 479).


El concepto, insinuado por Walter Laqueur en 2015 como apropiado para el Franquismo (por su estrecha relación con la Iglesia Católica), había sido ya formulado con anterioridad por John F. Pollard (“Clerical Fascism: Contex, Overview and Conclusion”, Totalitarian Movements and Political Religions, 2007), y desarrollado posteriormente por Nina Valbousquet (“Race and Faith: Catholic Church, Clerical Fascism, and the shaping of Italian Anti-Semitism and Racism”, Modern Italy, 2018).


Giovanni Amendola (liberal) y Antonio Gramsci (comunista) coincidieron tempranamente en calificar al Fascismo italiano -a mi juicio equivocadamente, por un exceso y confusión retóricos- como Totalitarismo. El propio Pío XI en su primer encuentro en 1932 con Mussolini, tras los Pactos Lateranenses de 1929, propuso una distinción entre el “Totalitarismo fascista”, en el orden político y material, y el “Totalitarismo católico”, en el orden religioso y moral. A lo que el Duce comentaría (según Kertzer, 2014): “Estoy de acuerdo con el Santo Padre. El Estado y la Iglesia operan en dos diferentes planos, y por tanto -una vez que sus respectivas esferas están delimitadas- pueden colaborar juntos”.


Pero el gran intelectual Achille Ratti (nombre real de Pío XI), aunque siguió aceptando que había fascistas buenos (por ejemplo, el católico conde Galeazzo Ciano) y fascistas malos (por ejemplo, el anti-católico y anti-clerical Roberto Farinacci), distingo asumido también por su sucesor Eugenio Pacelli (Pío XII), quien asimismo lo aplicó al Nazismo (con nazis buenos como los embajadores Diego von Bergen o Ernst von Weizsacker, y nazis malos como el anti-católico Alfred Rosenberg, por ejemplo), la voluntad absolutamente crítica de Ratti frente al radicalismo ideológico, político y racista, tanto del Fascismo como del Nazismo quedó manifiesta en sendas encíclicas condenatorias: Non abbiamo bisogno (1931) y Mit brennender Sorge (1937).


Parece claro que Ratti asumió cierta relación de convivencia cordial con el Fascismo italiano pero se negó rotundamente a tenerla con el Nazismo alemán, ante el cual aparentemente Pacelli fue más sensible o flexible. En 1935 y 1936 Pío XI ordenó redactar una condena formal por el Tribunal Supremo del Santo Oficio (oficina moderna de la Inquisición) de ciertos extremos ideológicos del Fascismo y del Nazismo: Elenchus Propositionum de Nationalismo, Stirpis cultus, Totalismo (1935); Razzismo, Nazionalismo, Comunismo, Totalitarismo (1936). Textos que sumándose a las encíclicas mencionadas y otras condenatorias del Comunismo (1936 y 1937) constituyen una aportación intelectual esencial a la definición crítica y condena del Totalitarismo, aunque su intento sería neutralizado por presiones internas de la propia Curia y de la diplomacia italiana.


Ambos Papas tuvieron secretamente mediadores directos, respectivamente, con Mussolini y con Hitler. Pío XI se sirvió del jesuita filo-fascista Pietro Tacchi-Venturi (conocido como el “Rasputín de Mussolini”) en su comunicación con el Duce; Pío XII -según revela Kertzer en su última obra- tuvo al príncipe nazi Philipp von Hessen, amigo personal de Hitler (y esposo de la princesa Mafalda, hija del Rey de Italia), como mensajero e intermediario en sus comunicaciones con el Fuehrer.


Ambos “Hombres de Blanco”, como italianos, fueron más comprensivos con las “camisas negras” del Fascismo, régimen que juzgaron más bien autoritario que totalitario, limitado por el peso natural del catolicismo en Italia y el prestigio carismático de los Pontífices, además de la estructura constitucional del Estado con una legitimidad alternativa de la Monarquía, que al final, sirviéndose del Ejército y del Gran Consejo del Fascismo, destronó al Duce e ilegalizó al Partido.


Puede decirse que en el Fascismo (y en otras dictaduras, como la de Franco) el Estado -clave del Autoritarismo- siempre estuvo por encima del Partido, mientras en el Nazismo el Partido -clave del Totalitarismo- se impuso y desplazó o anuló al Estado.


La obra de Kertzer sobre Pío XII entra de lleno en la ya larga polémica sobre el Pontífice y sus silencios ante el Holocausto, inclinándose definitivamente, con argumentos y documentación, del lado de los críticos. Su retrato y sus conclusiones sobre Eugenio Pacelli son duros, pese a reconocer que no fue “el Papa de Hitler”: “Como líder moral Pío XII debe ser juzgado un fracaso. No tuvo amor hacia Hitler pero estuvo intimidado por él, como lo estuvo también por el dictador de Italia. En un tiempo de gran incertidumbre Pío XII se aferró a su determinación de no hacer nada que antagonizara a ambos. En ese objetivo el Papa fue singularmente exitoso”. (2022: p. 480).


Me parece raro que Kertzer no haya tenido en cuenta la obra también muy documentada de su compatriota Mark Riebling, Church of Spies. The Pope’s Secret War Against Hitler (2015), en la que se detallan las diversas conspiraciones contra Hitler en las que parece estuvo muy involucrado personalmente Pío XII (lo que explicaría sus silencios), con personajes católicos, relacionados o componentes de la denominada por la Gestapo Schwarze Kapelle u “Orquesta Negra”, como el abogado Josef Mueller, monseñor Ludwig Kaas, el padre Robert Leiber y otros destacados jesuitas alemanes, el propio coronel Claus von Stauffenberg, y varias personalidades civiles o militares protestantes, junto al enigmático y singular -aunque no católico, sincero admirador del catolicismo (y de Franco) -, almirante Wilhem Canaris, jefe de la Abwehr (inteligencia militar alemana). Algunos de ellos, como es sabido, pagarían con sus vidas por participar en tales conspiraciones.


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