El comentario de Jesús, que reproduce San Lucas en su Evangelio, ¿descalifica lo que hace la casi totalidad de la humanidad? En absoluto, todo lo contrario, supone una unión potenciadora, insustituible e ilusionante, de ese comportamiento activo. (...)
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He aquí lo que escribe San Lucas en el capítulo 10 de su Evangelio: “Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía esta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante, dijo: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude. Pero el Señor les respondió: Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad, una sola cosa es necesaria. Así pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”.
Parece ser que Jesús, siempre o casi siempre que iba a Jerusalén, pasaba por Betania, la aldea donde vivían tres hermanos -Marta, María y Lázaro-, a los que Jesús amaba entrañablemente, tal y como aparece repetidamente en otros textos evangélicos. Marta debía de ser la mayor, porque San Lucas deja constancia de que “Marta le recibió en su casa”.
El diálogo de Jesús con Marta, recuerda el tono de cariño y confianza familiar que todos hemos vivido. Marta cuidaba la administración del hogar: limpiar y ordenar la casa, guisar, servir, vigilando que nada falte. Recibe al Señor, y se multiplica para procurarle la mejor hospitalidad. De una manera indirecta, estaba dedicada totalmente a Jesús. Por Él y para Él trajinaba. Pero nadie se daba cuenta. Y ella, naturalmente, prefería estar con Jesús a estar trabajando, con tensión, preocupación y esfuerzo, en la casa. Jesús hablaba maravillosamente. Las multitudes le seguían. Debía ser un deleite, oírle, escucharle. Lo que decía llegaba al corazón. “Ella también querría estar sentada a los pies de Jesús, escuchándole y haciéndole preguntas. Sin embargo, había que preparar la comida y el alojamiento… Pero no debió de ser así. Marta “andaba inquieta y nerviosa”, según nos dice en Lucas, que podría tener múltiples causas; el afán por ofrecerle a Jesús lo mejor, el no entender el porqué su hermana no la ayudaba, el querer terminar pronto lo que estaba haciendo para estar con su huésped… Todo, menos preferir las tareas de la casa a estar con Jesús. (Julia Villa García, NUEVO AÑO CRISTIANO –director: José A. Martínez Puche- EDIBESA, 2001, p.587).
Hay que tener en cuenta la dificultad, con relación a nuestros días, de preparar una comida y el alojamiento. Marta, además de poner la “mesa” y las “sillas”. En efecto, “los verbos griegos“anakeimai” y “sunanakeimai”, que aparecen en los evangelios, se refieren no precisamente al hecho de sentarse a la mesa, sino a reclinarse a la mesa, y la justificación no es solo lingüística, sino histórico-cultural. La costumbre en los tiempos de Jesús era que los comensales se reunieran en torno a la mesa, que podía ser una tabla a escasos centímetros del suelo o un tapete, y sobre ellos se ponían las vasijas con los alimentos para que cada uno se sirviera. No había sillas, sino reclinatorios, y sobre ellos se recostaba la parte izquierda del cuerpo y se dejaba libre la parte derecha para poder comer". Pues bien, Marta, dispuso el vino aguado (así se tomaba el vino, que era tinto), el pan de cebada o de trigo y quizá grano tostado; tal vez cocinó un plato de verduras o de legumbres con muchas especias, tal y como se acostumbraba en las comidas de los judíos, y ya que era una verdadera fiesta cuando venía Jesús con sus discípulos, carne (que como era un lujo, posiblemente fueran palomas que era la carne más barata), pescado, queso, aceitunas, y dado que no disponían de azúcar, quizá un postre de miel o frutas. A eso hay que añadir el agua para el lavado de pies, el aceite, así como otra serie de exigencias y detalles de los tiempos de Jesús, que obligan a comprender y a simpatizar con Marta.
Escribe San José María Escrivá, que el amor a Dios y el amor a los demás están tan unidos que, “en un acto cualquiera de fraternidad, la cabeza y el corazón no pueden distinguir en muchas ocasiones si se trata de servicio a Dios o de servicio a los hermanos: porque, en el segundo caso, lo que hacemos es servir a Dios dos veces”. (San Josemaría, Instrucción, mayo 1935 – septiembre 1950, n. 75). Sin embargo, quizá Marta, que de una manera indirecta, estaba dedicada totalmente a Jesús, si bien acostumbrada al servicio callado que no espera agradecimiento ni recompensa, sustituyó su deseo de agradar a Jesús y a sus invitados, por quedar ella bien. Buscaba su éxito. Tal vez se introdujo la vanidad. No podemos estar seguros de la motivación de Marta al hacer su petición al Señor, aunque parece que se quejaba contra su hermana. Nuestro Señor reconoce el servicio de Marta, pero también que era imperfecto, porque estaba “inquieta y nerviosa”, había perdido la paz interior. Algunas veces nuestro servicio, aunque sea con buena intención, está mezclado con el afán de sobresalir, ser protagonistas, sentirnos que somos los mejores. Es entonces cuando salen las comparaciones. ¿Por qué la otra no hace nada y yo soy la que trabajo? De ahí el comentario de Jesús.
Reconozco que cuando leí este texto, mi consideración fue mucho más superficial. Me recordó algo que he vivido tantas veces en ese amor familiar que se debía respirar en la casa de Marta y también en casa de mis padres. Antonio le decía a mi hermano Juan: “Te toca recoger la mesa”. Antonio argüía: “Yo ya la he puesto”. Entonces los dos se dirigían a mi otro hermano, Rafa: “Pues te toca a ti”. Y Rafa, replicaba: “¡Qué cara!, he puesto y recogido el desayuno, yo solo”. Pero lo que me ha recordado este pasaje fue cuando Antonio, dijo: “Mamá dile a Juan que ordene su parte de armario porque no puede ni meter mis botas”. Y mamá: “Déjale, que está estudiando y es lo más importante porque ya sabes que se examina mañana”.
En todo caso, he encontrado una cita en un libro, editado por EUNSA, del Evangelio de San Lucas, que a mi modo de ver concreta, con acierto, la frase de Jesús y aúna el comportamiento de María y el de Marta. La cita es de San José María Escrivá, y yo no pertenezco al Opus Dei. “Debéis comprender ahora -con una nueva claridad- que Dios os llama a servir en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir (…). No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver -a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo” (Conversaciones, n. 114). También podría añadir lo de San Agustín: “Marta se consumía, María se alimentaba. Y, aquella abarcaba muchas cosas, esta solo atendía a una. Ambas cosas son buenas”; e igualmente, a Santa Teresa de Jesús: “También entre los pucheros anda el Señor”.
Naturalmente, Marta, es la patrona de los hoteleros.
Pilar Riestra
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