... Mientras estés tú, ya no vendrán más sobreros pues eres el sobrero titular. De fondo escuchas oles y aplausos, hueles la sangre sin entender nada. Y como todos los sobreros te vuelves manso pero a la vez resabiado y desconfiado corneando a cualquier otro, sea o no de tu ganadería. Tu probable destino… ser carne de matadero.
Pero, ¡mira! No. Alguien te va sacar del olvido. El respetable, que para entonces había dejado de serlo, devuelve a los corrales, entre pitos y broncas, al más cobarde de los de tu especie que se había aculado en tablas, negándose a abandonar el ruedo ni con los cabestros. Y llegó tu oportunidad ¡lindo sobrero! que si no fuera por los cuernos y la mala leche serías el mismísimo Platero.
Sales a la plaza con expectación y ansia y la ves abarrotada, llena hasta la bandera. Y piensas que es por ti, que todos te han venido a ver. ¡Qué equivocado estás! Nadie va ver a un sobrero. Todos saben, menos tú, que no hay quinto malo ni sobrero bueno. ¡Pobre sobrero!